El catalanismo político, más vivo que nunca
El catalanismo político, como un espacio necesariamente transversal, sigue más vivo que nunca y se verá cuando baje la marea que lo ha confundido todo
Se consumó. Con voto secreto, sin que Carles Puigdemont ofreciera un discurso en la cámara parlamentaria, que es de todos, sin que Oriol Junqueras diera cuenta de qué hizo exactamente el pasado jueves, cuando todo estaba decidido para convocar elecciones, lo que hubiera evitado la aplicación del 155 de la Constitución. El Parlament, con los escaños vacíos de la oposición, votó a favor de la proclamación de la república catalana, sin que, hasta ahora, haya tenido ningún reconocimiento. El bloque independentista, aunque abatido –¡vaya paradoja!- asegura que ha dado un paso decisivo y que se comprobará cuando el Gobierno del Estado no pueda aplicar el 155 y las constantes movilizaciones lleven a la Unión Europea a intervenir. Esa es la esperanza. Y con la convicción de que ya no existe la posibilidad de una vuelta atrás.
Esa es la idea del soberanismo, que dio por muerto, con las primeras manifestaciones masivas de la Diada, hace cinco años, el catalanismo político. Todo ha quedado superado, aseguran los dirigentes de Junts pel Sí o la CUP. Todo nos conducirá a un país nuevo, clama el diputado Lluís Corominas, un clásico convergente que ahora ha rejuvenecido y cree que puede competir con los dirigentes de la CUP. Pero lo que se ha conseguido, en todos estos años, es una división social: dos bloques poco transversales, aunque digan lo contrario los capitanes independentistas, como Marta Rovira, el propio Junqueras, o Jordi Turull, amén del propio Puigdemont.
Los instrumentos políticos que han quedado bajo la sombra del independentismo han sido engullidos, como el Pdecat
El icono en los últimos meses del catalanismo que se quería superar ha sido Santi Vila, el consejero de Empresa que decidió dimitir este jueves, al comprobar que ya no había posibilidad de rectificación y se caminaba hacia la DUI. Vila ha jugado con esa imagen, y se resistía a dimitir, con el argumento de que si quedas descabalgado, luego ya no tienes ninguna opción de futuro. Pero Vila no podía presenciar el acto de este viernes, y ha decidido bajarse del autocar, después de jugar sus bazas utilizando su buena relación personal con la presidenta del Congreso, Ana Pastor, que ha actuado de mediadora en las últimas semanas.
Al margen de la idea que se tenga de Vila, de sus dotes como político, lo que quedará después de la marea es que el catalanismo está más vivo que nunca, porque ha sido el pegamento de la sociedad catalana, porque ha hecho avanzar a todo el país, conjuntamente con la sociedad española.
A la espera de lo que haga Vila, hay movimientos que siguen ahí, que esperan una oportunidad, como Lliures, que se ha constituido en partido político y que impulsaron un veterano como Antoni Fernández Teixidó y un joven democristiano, como Roger Muntañola. También ha configurado un espacio Portes Obertes al catalanisme, con dirigentes del PSC y de la ex Unió Democràtica. Todo eso es ahora una incógnita, junto con el propio PSC, que, de la mano de Miquel Iceta, podría actuar como partido refugio de todos aquellos catalanes que desean recuperar una idea principal: la sociedad catalana será transversal o no será, buscará acuerdos o no será, tendrá una idea de futuro dentro de la Unión Europea, basada en los derechos y libertades de la ciudadanía, o no será.
La sociedad catalana debe saber que tras la emoción llega el momento de la racionalidad
Porque lo que ha quedado demostrado en los últimos meses es que los instrumentos políticos que han jugado bajo la sombra del movimiento independentista han quedado engullidos, como es el caso del Pdecat. Aunque su coordinadora general, Marta Pascal, quiera preparar al Pdecat para una nueva etapa, en la que debería recuperar su espacio ideológico, lejos de los extremos, y defender posiciones que no violenten la legalidad, ¿qué credibilidad tendrá a partir de ahora después de que sus diputados hayan suscrito una proclamación de la república que no va a ninguna parte y que ha provocado la aplicación del artículo 155 de la Constitución? ¿Qué explicación pueden dar sus diputados, cuando ni en una votación secreta son capaces de distanciarse de una votación que no tiene ningún sentido?
La sociedad catalana ha cambiado, claro que sí. No es la misma que hace cinco o seis años. Pero los espacios ideológicos siguen ahí, las reflexiones sobre lo que necesita Cataluña se mantienen en los cafés y en los espacios de ocio y deportivos. Y la moderación y el espíritu crítico es mayor del que expresan los dirigentes soberanistas.
El catalanismo político no ha desaparecido. Lo que ocurre es que la marea ha sido muy alta, la tensión y la agitación han sido máximas, y llega el momento de la reflexión, de analizar qué se quería y que se ha alcanzado. Se quería la independencia, y se ha acabado con la supresión de la autonomía. Ha sido un negocio redondo que no podría tolerar Josep Tarradellas cuando regresó a Cataluña hace justo 40 años.
Llegan tiempos duros en Cataluña, y dependerá de cómo quiera hacer las cosas el Gobierno del PP. Pero también llega el momento de que la sociedad catalana en su conjunto asuma que, después de la emoción, debe llegar el espacio de la racionalidad. Porque en algún instante se verá que la independencia no es posible, ni viable ni necesaria. Y que la Europa, no la del largo plazo, sino la que ya vivimos, es un espacio común de ciudadanía. Y que se ha vendido mucho humo de forma irresponsable.