El caso de las tarjetas de crédito, una confusión entre público y privado

Aprecio cierta actitud de demagogia reiterada tras conocerse la existencia de unas tarjetas de crédito para los directivos de la antigua Caja Madrid cuyos titulares, sobre todo algunos, usaron de manera intensa y generosa. El asunto es un escándalo por sí mismo, aunque hemos tomado la arriesgada afición de rasgarnos las vestiduras con todo lo relacionado con actitudes corruptas o fraudulentas. La diferencia es que hasta hace poco los ropajes nos los rompíamos hasta la cintura y ahora en ocasiones nos desnudamos moralmente hasta los tobillos.

 
Nova Galicia Banco o Caixa Catalunya han costado muchos miles de millones más que las tarjetas de Caja Madrid
  

Lo sucedido en Caja Madrid es más sangrante desde una perspectiva moral que económica. No tiene mucho sentido recordar que fueron necesarios fondos públicos para evitar su desmoronamiento del grupo financiero. Esa entidad, no obstante, ya convertida en Bankia, sigue siendo pública, se está gestionando de manera conveniente, y empieza a devolver el crédito recibido y a dotarse de valor para que algún día los contribuyentes podamos recuperar buena parte de lo invertido en su salvación. No ha pasado lo mismo con otras entidades, donde es cierto que no había políticos tan notables como Rato, pero que igual comerciaron con productos financieros dudosos (preferentes), que fueron gestionadas sin los mínimos criterios de exigencia técnica y que parecen haber pasado inadvertidas tras ser entregadas al sector privado en situaciones de gratis total. En resumen, fueron restacadas y luego regaladas prácticamente en el mercado. Y han costado bastante más que los 15 millones de las tarjetas. Algunos miles de millones más.

Me refiero a Nova Galicia Banco o a Caixa Catalunya, por ejemplo. También eran cajas de ahorros en sus orígenes y debían ser administradas de acuerdo con una específica regulación del Banco de España y de sus respectivas comunidades autónomas, instituciones que o miraban para otro lado o respondían aquello típico de no sabe, no contesta.

De vuelta al tema de las tarjetas, de los abusos en el ejercicio del poder –del signo que sea–, no es tan dramático que se haya conocido el asunto de Caja Madrid porque tendrá un efecto benéfico en tantas empresas y administraciones públicas cuyos dirigentes gozan de privilegios en algunos casos análogos. Seguro que lo de las barbas y el vecino tendrá efectos de contención. El problema mayor que hemos vivido en estos años no es la sinvergonzonería, sino que muchos españoles han confundido peligrosamente las barreras entre lo público y lo privado. Fue lo que les pasó a la lista de usuarios de estas tarjetas, y eso es aún más grave a medio plazo.