El caso Aquarius o el buenismo como enfermedad infantil de la izquierda
El buenismo es, seguramente, el error más persistente en el que incurre buena parte de la izquierda española
Lenin, el líder revolucionario ruso, denunció en uno de sus escritos más conocidos las posturas maximalistas, voluntaristas en definitiva, de algunos de los que se proclamaban como sus más firmes seguidores.
El izquierdismo, denunció entonces, es la enfermedad infantil del comunismo, el movimiento que él había conseguido llevar al poder en Rusia.
El buenismo (y lamento utilizar este término que se ha sido utilizado de manera agresiva para descalificar actitudes humanitarias y bienintencionadas) podría ser, seguramente, la enfermedad, el error, más persistente en el que incurre buena parte de la izquierda española, si es que este tipo de etiquetas continúan teniendo sentido.
Entendido, el buenismo, como la dificultad para distinguir entre lo que nos gustaría hacer y lo que se puede hacer, rasgo característico y no necesariamente negativo de la infancia y adolescencia, pero peligroso cuando se mantiene como norma de comportamiento con responsabilidades de poder.
Europa tiene un gravísimo problema: a escasos kilómetros hay un continente cuyo salario medio es, en el mejor de los casos, la trigésima parte
A pocas semanas de llegar a la Moncloa, con muchas maletas aún por abrir, Pedro Sánchez quiso dar un golpe de efecto mundial y aprovechó la actitud cerril y xenófoba del ministro italiano de interior, Matteo Salvini, para presentarse ante Europa como un líder del humanitarismo y una nueva política inmigratoria.
Ofreció al Aquarius los puertos españoles para desembarcar 600 personas recogidas a la deriva en el mar, que le negaron Italia y Malta y ante lo que Francia se hacía la sorda.
Fue como una pequeña muestra del «sí se puede» que puso en boga el movimiento «podemita».
Han bastado algo menos de dos meses para que el gobierno de Sánchez haya tenido que entonar un “no se puede”. Y es que, desgraciadamente, no se puede, aunque es evidente que algo habrá que hacer.
Lo sorprendente es que a estas alturas aún no sepamos qué hacer y, sobre todo, aún no hayamos hecho apenas nada, tan sólo algunos pocos parches (Turquía para paliar las oleadas que amenazaban la desolada Grecia y algunas míseras ayudas a Libia, Marruecos y algún que otro país).
Europa tiene que dotarse de una política migratoria que contemple medidas paliativas, dinero, asistencia… y algo de inevitable represión
El problema es que quien lo puede hacer, la única que lo puede hacer, es Europa. Y Europa es hoy una institución carcomida por la falta de confianza y liderazgo.
En ese caldo de cultivo, la inmigración procedente de África u Oriente Próximo se convierte en algo irresoluble, que solo puede ir a peor, con respuestas locales insuficientes, cuando no claramente negativas como indica el movimiento populista y xenófobo que recorre Europa.
Europa tiene un gravísimo problema: a escasos kilómetros de sus fronteras hay un continente cuyo salario medio es, en el mejor de los casos, la trigésima parte. En un mundo globalizado, el destello de esa situación es un incentivo para los más desfavorecidos, que ninguna concertina podrá contener.
Europa tiene que dotarse de una política migratoria, pero especialmente África, a corto, medio y largo plazo. Una única política con los matices que se quieran, porque de lo contrario la convivencia con el problema se revelará imposible.
Una política que contemple medidas paliativas inmediatas, dinero y asistencia, fundamentalmente… y algo de inevitable represión. A largo plazo son necesarias inversiones y estrategia democrática en el continente vecino.
Marketing político de Pedro Sánchez
De lo contrario, acciones como la decidida por Sánchez con motivo de la primera arribada del Aquarius se quedarán en fuegos artificiales, cuidados fugaces sin incidencia real en el problema y, en definitiva, operaciones de puro marketing, cosméticas, pero inútiles.