El capitalismo nos salvará de nuevo
Sin el afán de lucro de Pfizer y las demás empresas que compiten en el mercado por llegar primero, no tendríamos vacuna o la tendríamos más tarde
No es una broma. Ni una provocación. Cierto, el capitalismo tiene sombras. También, luces. No es una casualidad que los migrante del tercer mundo vengan al Occidente capitalista. Tampoco lo es que quienes disfrutaban de las delicias del socialismo real se empeñaran en imitar a la Europa capitalista. Por no hablar de unos balseros que no viajaron de Miami a La Habana sino al revés.
Añado: no es casual –se hablará de ello al final– que la vacuna contra la pandemia de la Covid-19 provenga de una multinacional.
Todo eso, ¿por qué? El sociólogo Peter Berger, en La revolución capitalista (1989), señaló –otros lo hicieron antes– que el capitalismo, después de implicar considerables costos humanos y económicos en sus orígenes, ha generado, y continúa generando, el más alto nivel de vida para grandes masas de gente de la historia de la Humanidad.
La reina Isabel I de Inglaterra
Seamos serios y reconozcamos la evidencia: el orden liberalcapitalista ha mejorado las condiciones de existencia de amplias capas de la población mundial.
Reconozcamos también que en las sociedades precapitalistas, así como en aquellas sociedades que han intentado superar el capitalismo, en esas sociedades, la explotación, la pobreza y el subdesarrollo crónico han sido unas constantes para todos, excepción hecha de una minoría de sátrapas o privilegiados.
Con razón, Joseph Schumpeter afirmó que “la reina Isabel I de Inglaterra tenía medias de seda” y que “lo característico del capitalismo no es producir más medias de seda para las reinas, sino producirlas para ponerlas al alcance de las trabajadoras de las fábricas como recompensa por un esfuerzo laboral continuamente decreciente” (Capitalismo, socialismo y democracia, 1942).
Traducción libre del texto del economista austríaco: contrariamente a lo que suele decir la izquierda, el neoliberalismo salvaje –que no existe– y la globalización capitalista han mejorado las condiciones de existencia de los habitantes del planeta. Vayamos a los hechos.
Nosotros y la reina Isabel I de Inglaterra
En 2005, por vez primera desde hace 200 años, el PIB de los países emergentes superó al de los desarrollados. Y esos países emergentes que, en los 90 del siglo pasado crecían al 3 por ciento anual, crecieron entre el 6 y el 10 por ciento anual. Y eso creó trabajo, prosperidad y riqueza. Y esa es la mejor manera para combatir la miseria y la pobreza. Vale decir que la Cocid-19 ha detenido el crecimiento de unos y otros.
La pobreza persiste, dirán. Cierto. No lo vamos a negar. Pero, tomen nota. China y Nigeria, por ejemplo. Las dos caras de la moneda.
China, en 1978, se abre al exterior insertándose en la economía de mercado y la globalización capitalista. El resultado: los ricos se hacen más ricos y los pobres devienen menos pobres. La pobreza se reduce sustancialmente hasta su práctica desaparición y la renta de los más pobres aumenta. Como también aumenta la de los más ricos. ¿Algo de malo en ello?
Nigeria sigue en la senda del crecimiento negativo y la renta decreciente. En palabras de Xavier Sala i Martín (Globalización y reducción de la pobreza, 2006), la “maldición de los recursos naturales” hace que el dinero procedente de la venta de los mismos perjudique al país.
Quien vive bajo el orden capitalista disfruta de una existencia parecida a la de la reina Isabel I de Inglaterra
¿Por qué producir si el subsuelo cubre de riqueza a la casta gobernante? Ricos más ricos y pobres más pobres. Cosa que certifica el Banco Mundial en su informe (World Bank Ranks Nigeria´s Economy Low, This Day, 9/4/2019).
Si en lugar de hablar de China y Nigeria lo hacemos de Asia y África, encontramos el siguiente dato: si hasta 1960 Asia era más pobre que África, a partir de esta fecha Asia mejora y África empeora convirtiéndose la pobreza –con correcciones puntuales– en un problema africano. Asia, integrándose en la ola de la globalización capitalista, crece y se desarrolla con el consiguiente aumento de la renta nacional e individual.
Corolario: la economía liberal o de libre mercado, es decir, el orden liberalcapitalista, es el más adecuado –con crisis periódicas: pero, ¿alguien tiene una alternativa mejor?– para conseguir un mayor bienestar material de los individuos.
En buena medida, quien vive bajo el orden capitalista disfruta de una existencia parecida a la de la reina Isabel I de Inglaterra. No es una broma. Ni una provocación.
El bendito afán de lucro capitalista y la vacuna
Como se sabe, para la economía liberal, es la libre competencia y la libre iniciativa de unos agentes económicos que se mueven por el afán egoísta de lucro o beneficio la que regula el mercado.
¿Qué iniciativas tomará el individuo en el mercado? Aquellas que vengan determinadas por el afán de lucro. Afán que resulta virtuoso, porque cada individuo, al buscar su propio lucro, se ve obligado a producir aquellas mercancías que sus congéneres desean o necesitan adquirir o consumir.
Detalle que retener: solo subsistirán quienes ofrezcan buenas mercancías a precios competitivos o razonables. O lo que es lo mismo, la libre competencia o libre concurrencia se encarga de seleccionar artículos, precios y competidores.
De esta manera, los diversos intereses egoístas existentes en la sociedad –el interés de unos por obtener lucro o beneficio y el interés de otros por consumir mercancías a precios asequibles– llegan a un punto de equilibrio. En definitiva, sacando a colación a Adam Smith, el interés particular deviene interés general.
El afán de lucro o la paradoja que satisface necesidades sociales. La vacuna contra la pandemia de la Covid-19, por ejemplo. Sin el afán de lucro de Pfizer –que renunció a la subvención millonaria que ofrecía Donald Trump y corrió el riesgo de perder la inversión si la vacuna fracasaba–, y las demás empresas o instituciones que compiten en el mercado por llegar primero, no tendríamos vacuna o la tendríamos más tarde.
El capitalismo nos salvará de nuevo.