El caos como método de gestión
Aquí no hay lealtades constitucionales. Aquí hay taifas que se miran al espejo sin darse cuenta que andan desnudos de todo
En la primera de las aceptaciones del vocablo “método”, la Real Academia de la Lengua lo define como “modo de decir o hacer con orden”. Si nos vamos a la palabra orden, la misma RAE nos dice que es “la colocación de las cosas en el lugar que les corresponde”, incluyendo igualmente el “concierto o buena disposición de las cosas entre sí”, la “regla o modo que se observa para hacer las cosas” y la “serie o sucesión de las cosas”.
Si lo aplicamos a la gestión de la Covid-19 por los distritos poderes ejecutivos existentes en España, bien puede decirse que aquí se ha aplicado el caos como metodología de gestión. Es decir, improvisación, desorden, confusión, desconcierto, desajuste, contradicción, ofuscación, turbación y desbarajuste. Aliñado todo ello por la confrontación política más partidista e incluso sectaria desde 1977.
Es tan cierto que la pandemia nos cogió con el paso cambiado como que, en 2008, un informe interno del Departamento de Estado de EE.UU alertaba de una posible emergencia sanitaria a nivel mundial por el SARS-CoV-2; en 2019 el Banco Mundial emitía un informe sobre la amenaza real de una potente epidemia por un patógenos respiratorio altamente letal cuya propagación comportaría al menos un 5% de la economía global; o que Alemania practicó hace un par de años una alarma general por infección sobre cuyas conclusiones ha construido su método para combatir lo que de China surgió.
En España, la Covid-19 nos cogió desprevenidos, se nos dice, pero ahí estaba vivito y coleando en numerosos países haciendo mella en su población. Y también en La Gomera.
El jolgorio montado por Puigdemont en Perpiñán trae causa indubitada de que el incendio en Cataluña se produjera en Igualada como lo fueron las manifestaciones habidas el 8-M, especialmente en Madrid, respecto del total de España. Prevaleció el egoísmo sectario que no la prudencia, puesto que el coronavirus circula por España desde el 14 de febrero y la OMS ya había alertado de su propagación acelerada desde el núcleo inicial de Wuhan. Una investigación conjunta realizada por el Instituto de Salud Carlos III (Madrid) y el Hospital Clínic (Barcelona) así lo afirma.
Sin embargo, el papá Estado y sus hijos putativos, las CCAA, con potestades plenas en sanidad, estaban mirando a las nubes sin practicar lo dicho por la neurocientífica Shelly Taylor: “La decisión correcta no es la más pensada sino la mejor informada”. Ni tan sólo pensaron en informarse.
La avaricia cognitiva los cogió in fraganti y, ante tanto fallecido y tanto infectado, improvisaron una gestión que se observa como la no gestión. Es decir, caótica. Aplicaron el “método Grönlholm” de Jordi Galcerán o disección del perfil de un sujeto egoísta que ha abandonado a los suyos de manera determinante. Sea por ineptitud, sea por irresponsabilidad, sea por guerrear con el adversario.
Aquí los taranbanas son Sánchez e Iglesias con sus batallitas internas que han logrado bloquear al gobierno español, Torra contra España para salvar su envejecimiento precoz ya que cojeaba de cordura, las autonomías contra el gobierno central y éste contra aquellas, los virólogos cainitas hablando sin parar, el pisoteo de derechos fundamentales del BOE, las televisiones privadas subvencionadas para que callen la verdad, la oposición plural haciendo de látigo de un ejecutivo desengarzado pero sin aportar nada de positivo, y las redes sociales divulgando bulos entre insulto e insulto. Por si fueran pocos, los tertulianos haciendo y deshaciendo diagnósticos como si de premios Nóbel se trataran. Con perdón, la bascosidad y el cochambre.
La pandemia examina el centralismo jacobino francés y el federalismo alemán. Parece ser que el segundo, gana en resultados. Aquí se ha mostrado imperfecto el estado de las autonomías. No ha funcionado como era de esperar.
Aquí no hay lealtades constitucionales como deseaban Sternberge y Habermas al pensar en una nueva forma de patriotismo. Aquí hay taifas que se miran al espejo sin darse cuenta que andan desnudos de todo. De vergüenza y de dignidad. No hay hombres de Estado, sólo jefes de tribus. Lamentable