El candidato Sánchez y las mujeres
Pedro Sánchez no deja indiferente a las mujeres… y lo sabe. Alto, bien plantado y dueño de lo que antaño se llamaba una sonrisa profidén, el secretario general del Partido Socialista cultiva un look híbrido, entre atildado y décontracté, que pretende atraer a un amplio espectro de mujeres, desde el centro a la izquierda, sin repeler al electorado masculino.
Pero lo consigue solo a medias. Para unas, es un Rafa Nadal de la política: el hijo, novio o yerno que les encantaría tener. En otras, sin embargo, produce rechazo. Que ciudadanas anónimas no le voten forma parte del juego político; pero que destacadas mujeres de su propio partido converjan para destruirle se ha convertido en su maldición.
Hasta el punto de que entre las cuestiones que deberán dilucidar las elecciones del 26 de junio figura el futuro de la formación más antigua de la política española. Vencer o morir: o Sánchez conquista La Moncloa o será devorado por la figura más cínica y ambiciosa de la historia reciente de su partido: Susana Díaz Pacheco.
Acertar con las mujeres es importante en el PSOE, donde ocupan nueve de los 18 cargos del Comité Ejecutivo y rozan la paridad en el grupo parlamentario.
Cuando elaboró las listas de candidatos del 20-D –‘la foto’ de la que habló en su día Alfonso Guerra y en la que no sale quien se mueva— Sánchez se dejó pelos en la gatera colocando a la ex comandante acosada del Ejército Zaida Cantera y a su valedora en UPyD, Irene Lozano, en puestos con premio seguro de la candidatura por Madrid.
En marketing, como en la vida, existe una línea muy fina entre oportunidad y oportunismo. El caso Cantera, con su carga de simpatía hacia una competente y bien parecida oficial injustamente separada de la milicia, venía acompañado de la ex diputada de UPyD, azote del ministro Morenés y ave de paso en los platós televisivos.
Sin embargo, duró poco la alegría en la casa del secretario general. Podemos, en un golpe de efecto sorprendente, robó el foco mediático a la comandante con el fichaje, saltando cinco empleos castrenses, del teniente general Julio Rodríguez.
Paralelamente, un sector de la aristocracia territorial socialista se soliviantó –públicamente, como acostumbra— ante la cooptación de Lozano, por sus anteriores ataques al partido (al que acusó de permitir la corrupción) y por haber dejado al vasco Eduardo Madina sin escaño.
Y es que a Sánchez las mujeres le dejan con la misma facilidad con que se le acercan. El anuncio de Lozano de que no volverá al Congreso ha suscitado legítimas preguntas sobre su acierto al ficharle. Y, de paso, ha reabierto el dossier Madina para gozo de Susana Díaz y sus palmeros, apenas capaces de reprimir un «si ya lo decíamos nosotros…» ante los micrófonos.
Carme Chacón, otra especialista en espantadas, también escenificó la suya la pasada semana. Entre inocente y frívola, Chacón adujo inexplicadas razones políticas «irrelevantes» para abrir de nuevo una vía de agua en un PSC que, pese a los loables intentos de Miquel Iceta, mantiene su propensión a autolesionarse.
Acuciado por los desajustes en el sudoku electoral, Sánchez –paritario, oportunista o simplemente romántico, no se sabe muy bien qué— recurre a otra mujer, Meritxell Batet, para afrontar el desaguisado catalán y tratar de mejorar los paupérrimos resultados por Chacón el pasado 20 de diciembre.
Mientras tanto, la ex ministra, que debió aprender durante su tiempo en Defensa (precisamente con Julio Fernández como JEMAD) el arte de una retirada estratégica, evita asociarse a un nuevo fracaso electoral que frustraría su juego largo: ocupar la secretaría general del PSOE que en su día quiso disputar a Alfredo Pérez Rubalcaba.
Pero si a Chacón le caracteriza la perseverancia en su carrera por ser la primera mujer al frente del PSOE, a Susana Díaz le distingue una tosca impaciencia y una pasión meridional que a duras penas disimula una ambición rayana en la deslealtad.
La lideresa andaluza actúa como la heredera consentida del cortijo legado por sus antecesores, el mayor de la geografía electoral española. Sus votantes son sus poderes. El suyo es el último granero que le queda al PSOE.
Hija política de Chaves y Griñán, llegó a la presidencia del gobierno andaluz en coalición con IU al retirarse éste último, acuciado por el latrocinio de los EREs sin otro mérito que el de ser una consumada apparatchik desde los 17 años.
Su gran apuesta –adelantar las autonómicas en 2015— fracasó en su objetivo de gobernar en solitario. Pero la experiencia no ha mermado su inmodestia. Díaz –que se expresa en sound bites y totales televisivos— pontifica sobre ganar y le pone a Pedro Sánchez unas metas que ella misma ha sido incapaz de cumplir.
Es así como se comportan los herederos malcriados. Se arrogan el derecho del amo a exigir y, sin ruborizarse por la contradicción, reclaman a los capataces externos como Sánchez una cosecha que ellos mismos no lograron producir en la parcela que les corresponde.
Esa ha sido en esencia la actitud de Susana Díaz desde que Sánchez asumiera la secretaría general en julio de 2014. Como el perro del hortelano, no ha comido, disputando abiertamente el puesto a Sánchez; ni ha dejado comer, cuestionando cada decisión del secretario general y minando con ello su credibilidad.
Pedro Sánchez no ha mostrado hechuras para encabezar la regeneración de la vida pública española y sentar las bases de su futuro. Y es harto difícil que ya pueda hacerlo gracias, en buena medida, a la pulsión autodestructiva de su propio partido, que Susana Díaz y otros como ella han llevado a niveles nuevos e insólitos.
Pero, mientras no se decida lo contrario, es el candidato designado de los socialistas. Y lo que sí ha mostrado es suficiente arrojo como para intentar hacer política en una situación poco menos que imposible. Que Susana Díaz, de un plumazo, descalificara todo ese esfuerzo el pasado fin de semana como «farsa y postureo» supera la deslealtad para convertirse en un sabotaje de facto del candidato Sánchez.
Díaz calló dentro del Comité Federal lo que acababa de decir en la calle. Lo mismo hicieron –¿avergonzados o simplemente medrosos?— los restantes barones cuando Sánchez les anunció que, con independencia del resultado del 26-J, el PSOE no pactará con el PP «porque somos radicalmente distintos», en un recado dirigido a Felipe González, principal valedor socialista de la gran coalición.
Será la ferocidad del animal acorralado, pero hay que reconocer al candidato Sánchez el valor de enfrentarse simultáneamente a la heredera arrogante y al patriarca del clan. Queda por ver si sus llamamientos a la unidad y a la esencia socialista podrán compensar el efecto combinado de la división interna, el aliento en el cogote de Podemos y la abstención.
Lo que sí es seguro es que un Sánchez más duro, más firme y más sincero en sus principios hará que esas mujeres que hasta ahora le califican con el devastador adjetivo de blando lo miren con mayor benevolencia y, ¿quién sabe?, con interés.