El camino de Catalunya desde el discurso de investidura de Mas
Hace menos de dos años, Artur Mas se dirigía a la tribuna del Parlament de Catalunya para solicitar a los diputados electos su investidura como nuevo presidente de la Generalitat, un sueño largamente acariciado desde que 7 años antes aún ganando las elecciones no consiguiera el respaldo de la mayoría parlamentaria, que sí obtuvo Pasqual Maragall.
En ese discurso de una hora y cuarto de duración y 38 folios, Mas prometió un gobierno “para todos, transparente y claro, dialogante y formado por personas de alta capacidad” y centró su futura actuación en la economía, la empresa (gobierno business friendly) y el empleo, la educación y la sanidad, las políticas sociales y de familia, la seguridad, la política territorial y la sostenibilidad, la administración y la nación.
Pese a que se le supone una persona competente en el terreno económico y con un amplio conocimiento de la situación del país (fue conseller de Economía y conseller en cap), pidió comprensión a su auditorio por lo escasamente concreto de algunos de sus compromisos a la espera de conocer la situación real de la caja autonómica. No obstante, esa prudencia no le impidió que prometiera solemnemente al país que reduciría el paro a la mitad. Si decide adelantar las elecciones, como todo el mundo apunta, quedará muy lejos de cumplir esa promesa.
Prometió Mas, en fin, en su discurso de investidura un plan para la reactivación económica y el crecimiento consultado con los agentes sociales y nada más se ha sabido de ello, cuando ya estamos a punto de atravesar el ecuador de la legislatura.
En cuanto a la administración, Mas aseguró que trabajaría para hacerla más ágil, austera y delgada. Si en el párrafo anterior, como en otros capítulos de la política económica, a Mas puede concedérsele el beneficio de la duda de qué hubiera ocurrido si tuviera el dinero que reclama a la administración central (eso nunca se sabrá), en este terreno la decepción ha sido absoluta y este fracaso es imputable en exclusiva a su gestión.
Aunque apenas unos meses más tarde, en mayo del 2011, CiU repetía victoria en las elecciones municipales que le daba una confortable mayoría en las principales instituciones del país, Diputaciones incluidas, nada se ha hecho en ellas en la dirección apuntada por Mas en su discurso de investidura: ni Diputaciones, ni consells comarcals, por poner los ejemplos más manifiestamente mejorables, se han hecho más ágiles, austeros ni delgados.
Pese a que su avance en las municipales le daba por primera vez el poder en la Diputación de Barcelona, mastodonte ejemplo de clientelismo político, Mas y CiU no han sabido, o querido, aprovechar su aterrizaje en esta hinchada institución para hacerla más ágil, austera y con menos grasa, para frenar ese exceso de consumo de recursos públicos.
Habló Mas de que la empresa y el empleo serían una de las obsesiones de su gobierno de “los mejores” y, sin embargo, ni en su propio partido se creen ya esta afirmación. El macrodepartamento de Empresa y Empleo, que tutela el conseller Francesc Xavier Mena, está ampliamente desacreditado y no parece, ni para los más próximos, que su titular esté en esa categoría de “personas de alta capacidad” en la que Mas situó a sus consellers en el citado discurso de investidura, al menos desde una perspectiva política. Ni Mena, ni otros muchos consellers, ni muchos de sus colaboradores más cercanos.
Prometió Mas transparencia y claridad y no hay ninguna medida en este sentido que yo pueda recordar. Con el caso Palau sobrevolando como una sombra amenazadora el partido que le apoya y del que es también presidente, ninguna disculpa, ninguna explicación que tranquilice a la opinión pública ha salido de su boca. Lejos de hacer una administración más transparente, el oscuro asunto de las subvenciones públicas es de una continuidad insultante.
Y, probablemente, de nada de eso tendrá que rendir cuentas el presidente de la Generalitat, que en un salto propio de los mejores malabaristas ha pisado a fondo el acelerador del proceso de transición nacional (sic) hasta situar la independencia de Catalunya en el próximo horizonte político para sorpresa de una parte de la sociedad que le apoya. El que prometió en su discurso de investidura “un gobierno para todos” parece hoy decidido a gobernar para el 51% que las encuestas aseguran que apoyarían hoy la independencia de Catalunya, o para el supuesto millón y medio que fue a la manifestación de la Diada o para las 3.000 ó 4.000 personas que le vitorearon a su regreso de la reunión con Rajoy, en un ejercicio de “democracia de plaza pública”, en feliz expresión de Antonio Elorza, impropio de su trayectoria política y hasta de la formación que le respalda.
Por qué y de qué manera, el moderado Mas ha decidido ponerse al frente del independentismo es algo que probablemente tardaremos más tiempo en descubrir que las consecuencias de las decisiones adoptadas. Nada es gratis, ni siquiera las proclamas voluntaristas de una clase política muy desprestigiada.
En línea con el artículo de la semana pasada, Mas debe ahora sí, sin excusas, ser muy concreto en el camino que propone al país en las próximas elecciones: debe decir si trabajará o no por la independencia; si es por estructuras de estado, cuáles; con qué pasos y a qué coste… Llegados a este punto debe explicar con todo lujo de detalles su plan A y su plan B. Los ciudadanos de Catalunya no deben tomar decisiones tan trascendentales simplemente al calor de una manifestación.