El calvario de Artur Mas le envía a chiqueros

Aterrizo de nuevo en Buenos Aires. El caos es una de las principales señas de identidad de la ciudad. Pero no hay sensación de infelicidad entre sus habitantes. Argentina es un universo admirable para entender la convivencia con la crisis permanente. Algo de lo que no teníamos ni idea en España. Nos costará acostumbrarnos. No me refiero solo a la economía; en Argentina la crisis es un concepto global, extendido, difuso, ecléctico. Una dialéctica interminable entre el tercer mundo y la modernidad que abarca todos los aspectos de la vida. Y, por supuesto las instituciones.  

Sigo con atención los asuntos de España desde esta distancia. La humillación a la que han sometido a Artur Mas y a lo que queda de Convergència Democrática de Catalunya. El president que pretendía la independencia ha sido incapaz de conseguir su propia investidura como presidente de Gobierno. La derecha catalana zarandeada por la CUP hasta el esperpento. Con esos mimbres han pretendido constituir un Estado. ¡Patético! Y ahora el partido antisistema con tan solo diez escaños ha decidido quién será president de la Generalitat.

En España se instala la inestabilidad. A estas horas, un pacto que permita constituir gobierno parece metafísicamente inalcanzable. Mariano Rajoy insiste, sin que salgan los números. Solo con la anuencia del PSOE podría formar Gobierno. Y el PSOE tiene pánico a los destrozos que le pudiera hacer Podemos si consienten un gobierno del PP en minoría.

Pedro Sánchez posturea una coalición que significaría el abrazo del oso, en la que no solo tendría que estar Podemos sino sus franquicias independentistas y los restos. En realidad, las ensoñaciones de Pedro Sánchez mezclan su supervivencia política con la ocupación del Palacio de La Moncloa. Su universo, el del PSOE, es el caos, la lucha por el poder y el olvido de España. Cada día será más difícil votar al PSOE, porque se agota la paciencia de los impasibles y resignados votantes del PSOE.

La crisis de liderazgo ha llegado a las cabalgatas de Reyes. Los nuevos quieren sentar su impronta laica con un toque cañí. No rematan; quieren cambiar las tradiciones religiosas pero no han encontrado remedo. Obsesionados con la diferencia con lo anterior caen en el esperpento.

Escribo estas líneas con las noticias aún frescas del pacto alcanzado por Junts pel Sí y la CUP. La dignidad de Convergència no ha podido caer más bajo. Le imponen un presidente a quien ha ido perdiendo representación parlamentaria en cada una de las tres últimas elecciones. De la mayoría al ridículo. No creo que pueda recuperase este partido. Y las expectativas del nuevo gobierno están instaladas en la provisionalidad, solo para zarandear un poco más en las pretensiones de independencia.

Enero promete ser un mes apasionante, novedoso e imprevisible en España. La economía española, en medio de las turbulencias de China y los precios del petróleo, no podrá levantar cabeza en esta situación. Los tiburones de la bolsa afilan los dientes soñando en que se pueda llegar a los 8000 en el IBEX.

Como periodista nunca soñé un escenario como este. Como ciudadano confieso estar preocupado.

Me siento bien en Buenos Aires, donde pasaré unas semanas. He vivido años en esta ciudad. Me gustan los caos antiguos, las crisis perpetuas. Prefiero que España se cueza en su propia salsa para que cuando regrese a nuestro caos esté un poco más asentado. Desde el otro lado del Atlántico se ven las cosas más lejanas, casi increíbles.