El cabreo infantil del independentismo con Urkullu

El lehendakari Iñigo Urkullu muestra estos días el camino por el que dejaron de transitar los nacionalistas catalanes. El hecho de que el PNV siga en el poder, con grandes posibilidades de mantenerlo a partir de este domingo, irrita a la dirección de Convergència, ahora Partit Democràta Català, porque sigue en la brecha, porque sigue actuando con tiento y ambigüedad, y se creyó en Cataluña que era mejor abandonar de una vez esa estrategia. 

El PNV sigue en el poder, después de una etapa en la que gobernó el socialista Patxi López, con el apoyo del PP vasco, porque ha podido compaginar dos cosas: la defensa de Euskadi, con críticas cuando han sido necesarias hacia el poder del gobierno central, y una gestión moderna que tiene muy en cuenta las necesidades sociales, haciendo gala de su condición de partido socialcristiano. Y, eso no se puede olvidar, con apenas casos de corrupción. ¿Puede decir lo mismo la ex Convergència, que acentó su perfil liberal con la llegada de Artur Mas, y sin que Unió Democràtica pudiera influir de forma notoria cuando aún existía CiU?

Urkullu ha aprendido la lección. Todo el PNV lo ha hecho, tras la apuesta del anterior lehendakari, Juan José Ibarretxe, por el derecho a decidir. El nacionalismo vasco no renuncia a sus señas de identidad, pero ha interiorizado que existe un proyecto común –con todas las dificultades– que pasa por la Unión Europea. Lo defiende Urkullu recordando que más del 80% de la legislación de cada país es una trasposición de las directivas europeas. Lo que le lleva a asegurar que la independencia en el siglo XXI es como hablar de imágenes del pasado.

Aunque el movimiento independentista no lo reconoce –no lo hace Esquerra, porque su apuesta es desde finales de los años ochenta, cuando se perfila claramente como un partido independentista, con el pacifista Àngel Colom al frente– lo que ha pasado en Cataluña desde 2010 es una batalla por el poder, con una base de malestar –real– tras la sentencia del Estatut por parte del Tribunal Constitucional. Mas apretó el acelerador, tras la Diada de 2012, porque pensó que podía ganar por mayoría absoluta. Esa es la realidad, que luego se ha complicado.

Pero es bueno rectificar. El PNV lo hizo. Y lo ha tenido complicado, con una izquierda abertzale que se ha sacudido el yugo de ETA, y puede competir en el terreno democrático, y con la irrupción de Podemos, muy potente en Euskadi. Urkullu ha sido el catalizador de esa rectificación, siempre con una meta: cohesionar al máximo la sociedad vasca. Tiene una ventaja, claro, que es el concierto vasco. Pero el dinamismo de la economía vasca no se explica sólo por eso. Han apostado por la tecnología, por la innovación, con un papel central de las cajas vascas. ¿Dónde están las catalanas?

Por eso es infantil lanzar pullas contra el nacionalismo vasco, con esa idea de que «van a la suya». Durante muchos años el nacionalismo catalán también fue a la suya, condicionando la política española, con mejoras para el conjunto de España y de Cataluña. Y aunque todo el contexto ha cambiado, la lección es que el PNV sigue ahí y Convergència, en cambio, ha perdido hasta el nombre