El bonapartismo de Ada Colau
La implementación del nuevo modelo de recogida de basura deja patente un autoritarismo que busca influir y fiscalizar la vida de las personas por parte de la alcaldesa de Barcelona
El ecologismo contemporáneo –no debemos confundir la ecología, una ciencia, con el ecologismo, una ideología y un movimiento político y social– nace como respuesta a una agresión que podría devastar el planeta. Un movimiento que pretende recuperar, también, la felicidad supuestamente perdida.
Los dos enemigos que batir: por un lado, la inconsciencia ecológica del ciudadano; por otro lado, el sistema capitalista que –aseguran- se vale de la depredación para así aumentar beneficios y saciar el afán de lucro que le define.
En general, el militante ecologista –que suele venir de la izquierda: a fin de cuentas, la ecología es una ideología substitutoria del discurso emancipatorio comunista y socialista ya quebrado- se caracteriza por la fe –con frecuencia, el fanatismo- en el proyecto. Como ejemplo, ahí tienen ustedes esa organización integrista que combina como nadie la ecología y el espectáculo conocida como Greenpeace.
¡Eso no se hace! ¡Eso sí se hace! ¡Aquí mando yo!
Junto al integrismo ecologista –así como otros de difícil calificación que citaremos después- se encuentra el ecologismo autoritario, cesarista y antiilustrado -¡Eso no se hace! ¡Eso sí se hace!- que suele venir del activismo populista. Ada Colau, por ejemplo.
Un ecologismo autoritario que exige la obediencia incondicional –la sumisión, incluso- a las prescripciones de la “ciencia” y a quien quiere implantarlas por real decreto.
Un ecologismo cesarista -¡Aquí mando yo!- que es investido y sacralizado por quienes –soberbios y vanidosos- lo impulsan y sostienen.
Un ecologismo antiilustrado que retoma la tradición de la izquierda iluminada con sus oscuras fantasías y no es sino un calco del conservacionismo de la Naturphilosophie romántica.
Ambientalismo localista y anticapitalismo
Ada Colau o el ecologismo que quiere salvar la ciudad y a sus ciudadanos. Un activismo ecologista con ansia de superación: la ciudad sostenible, el tráfico sostenible, el automóvil sostenible, el transporte sostenible, el entorno sostenible, la construcción de vivienda sostenible, la escuela sostenible, las entidades sostenibles, las empresas sostenibles, el comercio sostenible y así sucesivamente.
Concretando: el bicing, el tranvía, las supermanzanas, la restricción de la circulación de coches, el cierre de una empresa automovilística como ventana de oportunidad de no se sabe qué, el decrecimiento, la suspensión de licencias para la construcción de hoteles, no más pistas en el aeropuerto, la reducción del patio de las escuelas para instalar un espacio verde, la negativa al Hermitage o el denominado urbanismo táctico que consiste en poner dificultades al automóvil.
A todo ello, hay que añadir la turismofobia. Nada mejor que The Independent para describir el fenómeno en la Barcelona de Ada Colau: “se han congelado las licencias para todos los nuevos hoteles y los pisos turísticos, se ha abofeteado a AirBnb con una multa de 24.000 libras, y también se ha propuesto introducir un nuevo impuesto turístico y limitar el número de visitantes” (Los ochos lugares que odian más a los turistas, 15/5/2017).
En definitiva, la conjunción del ambientalismo localista y el anticapitalismo burdo.
La basura en un chip
Como decíamos, el ecologismo que sobrevuela Barcelona se supera a sí mismo. Resulta que el Ayuntamiento de Barcelona, en el barrio de Sant Andreu, ha iniciado un nuevo plan de recogida de basuras puerta a puerta que consiste en lo siguiente: los contenedores se substituyen por recipientes homologables o bolsas reciclables transparentes provistas de un chip que identifica al propietario.
Si el recipiente o la bolsa no contienen el residuo correspondiente, no se retira. Se contempla la multa después del período de pruebas. El modelo se piensa extenderá al resto de la ciudad. “Con la recogida puerta a puerta luchamos contra el cambio climático”, sentencia el Ayuntamiento.
Un máster en reciclaje de basura
Vale decir que el modelo puerta a puerta tiene su complejidad. Por eso, el Ayuntamiento de Barcelona ha editado y distribuido un guía al respecto. Un cuadernillo de 16 páginas en cuya portada se ha imprimido una pegatina titulada Muy fan del puerta a puerta.
El cuadernillo –convenientemente ilustrado- instruye al ciudadano en la disciplina del reciclaje de la basura: qué residuos hay que sacar cada día, cómo hay que sacar los residuos, cómo utilizar los recipientes y bolsas del kit que facilita el Ayuntamiento, qué hacer con los residuos orgánicos, el resto, el papel, el cartón o las botellas de vidrio, cómo tratar los residuos que no forman parte de las cinco fracciones incluidas en el servicio de recogida.
Los dos mandamientos de la guía. Primero: “en la vía pública no se puede dejar ningún tipo de residuo fuera de los lugares previstos, tampoco dentro de las papeleras”. Segundo: “no se recogerá nada mal separado, fuera de calendario o sacado con material no homologado”.
Un ecologismo sin catecismo
Normalmente, el ecologismo –en todas sus variantes: integrista, de clase trabajadora, progresista, feminista, deep, naturalista, liberal, tecnicista o político- tiene su catecismo. Es decir, su doctrina. Un revoltijo de ideas que conforman una teoría, irrefutable por definición, que tiene la pretensión de ser la única capaz de interpretar el mundo y ofrecer un modelo social alternativo al capitalismo liberal.
El ecologismo de Ada Colau –aunque, se nutra de algún préstamo ideológico- carece de catecismo y doctrina articulada. Pero, sí tiene un poderoso agitprop que se vehicula a través de diversos soportes –guías, discursos, declaraciones, campañas, vídeos o encuentros con asociaciones de vecinos y asimiladas perfectamente subvencionadas de año en año- que propagan las verdades de la causa con la intención de concienciar y conquistar a la ciudadanía.
Una distopía autoritaria
Un ecologismo sin catecismo ni doctrina. Pero, con una política coercitiva –el chip incrustado en la bolsa de la basura que no se le ocurrió ni siquiera a George Orwell- con vocación de distopía autoritaria.
La función: cambiar la forma de vida –ingeniería social deliberada- para sobrevivir a la catástrofe que presumiblemente nos amenaza. Así se impone –sin derecho a réplica- el absolutismo ecologista.
El método: el compromiso con la causa que excluye y criminaliza como biocida, de facto y de iure, toda alternativa distinta. El ecologismo no dialoga, monologa.
¿Quién es el insensato que discute la política que conduce a salvar la Tierra o la ciudad? ¿Quién se atreve a ser ridiculizado y calificado de biocida? Así se consolida el bonapartismo de Ada Colau.