El Barça, más que una camiseta

Qatar Fondation. Bueno, no está mal. Será uno de esos países del Golfo Pérsico donde las monarquías árabes continúan tiranizando a la sociedad, pero podía ser incluso peor. Que la nueva junta del Barça haya vendido la camiseta de los jugadores a razón de 30 millones anuales y que justamente ésa sea la primera actuación de relieve del equipo de Sandro Rosell deja bien a las claras cuál es su principal prioridad.

La operación es financieramente impecable en los términos en los que se conoce. Son recursos para cinco años, el mayor contrato de patrocinio futbolístico conocido hasta la fecha y los 165 millones de euros del petrodolar constituyen un nuevo motivo de envidia para la caspa merengue (subrayo caspa en el biententenido que existe una merengada civilizada y hasta más racional que determinada culerada).

Qatar vive del petróleo, aunque es un productor de la OPEP de talla mediana. Una de sus grandes riquezas naturales menos conocidas, sin embargo, es el gas natural. Detrás de Irán y Rusia, es el mayor productor y el primer exportador mundial de gas natural licuado. Y, claro, con una estructura política que siendo la más liberal de la región no deja de ser la típica de un país en la que el emir concentra casi todos los poderes, sus afanes expansionistas son obvios.

Ahí es donde se cruzan los intereses occidentalizadores de Qatar con los negocios de Sandro Rosell, presidente del Barça. Al emirato le resultará perfecto, y puede que incluso muy barato, asociar su imagen a la del club de fútbol. Están en el trance de organizar un mundial de fútbol en 2022 y la entrada en Europa a través de la puerta barcelonista parece una estrategia de márketing perfectamente estudiada bajo el sol de un clima duro y especialmente árido.

Si yo fuera qatarí no tendría la más mínima objeción al acuerdo que Xavier Faus anunció el viernes pasado. Al contrario, felicitaría al urdidor del proyecto. Otra cosa es, y aquí es donde se producen las primeras opiniones enfrentadas, qué piensa el aficionado culé de ese nuevo emblema que lucirán las camisetas de Messi, Villa, Xavi, Iniesta, Valdés, Puyol, Piqué…

Una emisora de radio hizo una encuesta Papus de urgencia ayer mismo. Preguntaba a transeúntes de Barcelona por el acuerdo anunciado. En su mayoría, los aficionados aprobaban que Qatar sea el gran patrocinador del club. Más aún, sabiendo que la causa noble de Unicef seguirá vinculada a los colores del club. De los cinco o seis entrevistados (o de los cinco o seis escogidos, que nunca se sabe), sólo uno de ellos se lamentó por quién era el propietario del símbolo que se incorporará a la camiseta. Reconociendo incluso, que los ingresos permitirán al club recuperarse de los fastos y fuegos fatuos de la era Laporta.

Decía el culé crítico que el Barça es más que un club y que esa seña de identidad, de marca, debía respetarse por encima de criterios económicos más o menos coyunturales. Escuchando la radio me vino a la memoria que hace apenas unos meses Ferran Mascarell y Enric Marín me decían, absolutamente convencidos, que el Barça era la imagen que mejor había representado los valores de la marca Catalunya en el exterior.

Al margen de las opiniones de algunos neoindependentistas como los citados, la pregunta que destila el nuevo patrocinio del Barça es obvia: ¿el fin justifica los medios? Hombre, prefiero dejarles el debate abierto. Si acaso, les traslado dos opiniones personales para iniciar la reflexión. Si el Barça es más que un club, también es más que una camiseta. Y, sobre todo, bastante más que una chaqueta extravangante como las de su anterior tesorero. Por supuesto, mucho más que la actuación de un grupo de chaqueteros como los que comandados por Joan Laporta estaban convirtiendo el club en paradigma de una visión política, económica y social del país lejana de una realidad ciudadana equivalente. Sólo con ver los resultados electorales del 28-N uno se hace una idea.

Si algún pretencioso se atreve a decir que el Barça es Catalunya, aceptémoslo, pero con matices: lo será sólo por su transversalidad social y política, por su capacidad movilizadora y, en última instancia, por valores que se forjan generacionalmente y que bastante tienen que ver con algo tan antropológico como la pasión por el deporte.

Dicho de otra manera: ¡qué más da lo que luzca en la camiseta si desde el obrero al patrón, pasando por todo el estrato social, somos capaces de compartir el gusto y la estética deportiva mientras se le da una manita al eterno rival! Pues eso, menos política y más fútbol. Más Barça. Si la camiseta lo permite, démonos por satisfechos.