El Barça como Catalunya, víctimas de un poderoso enemigo exterior

La sociedad catalana es reconocida más allá del Ebro y los Pirineos por numerosas virtudes. Se dice de ella que es moderna y homologable a los países más avanzados, laboriosa y cumplidora, culta en general… y ahorradora. Y aunque reniego firmemente de los estereotipos debo reconocer que algo de eso hay. Pero entre sus posibles defectos hay uno realmente preocupante: su adicción a un peligroso narcótico conocido como victimismo.

El victimismo es una droga fácil pues nada es más cómodo que atribuir los posibles errores e incapacidades propios a la perversa acción de terceros, al parecer siempre atentos a la más mínima debilidad para obtener ventajas, unas veces en su particular provecho y otras para simplemente vernos debilitados.

Su presencia tiene sin embargo unos efectos a largo plazo que lo hacen muy dañino desde un punto de vista social: si siempre hay un enemigo exterior al que culpar de nuestras desgracias, ¿cómo medir la responsabilidad de los dirigentes que cometen las supuestas irregularidades si son antes que nada obra de esos adversarios de fuera? Aún más, ¿no habría en consecuencia no sólo que eximirlos sino incluso aliarnos con ellos para hacer frente a la amenaza externa? Y peor, ¿aquellos que en nuestra comunidad discrepen e insistan en sus críticas señalando a los nuestros no coincidirán objetivamente con los intereses de nuestros enemigos y por ello habrá que considerarlos agentes de ese peligro exterior?

Durante muchos años, los nacionalistas catalanes, y a su frente el pujolismo, han hecho del victimismo todo un arte de la estrategia política. Los errores siempre al debe de Madrid o de los diferentes gobiernos españoles: nos asfixian económicamente, nos boicotean en los tribunales, las instituciones del Estado no son democráticas, etc., etc. Los aciertos a nuestro haber.

Hoy hay que reconocer que, lamentablemente, esa habilidad política se ha extendido con una facilidad pasmosa entre la mayoría de ejecutivos autonómicos, responsables del gasto que permite (permitía) inaugurar hospitales, carreteras o televisiones pero no de la recaudación (los impuestos) con los que pagarlos. El éxito de esta bandera ha hecho que instituciones y hasta personas a título individual la hayan hecho también suya en la confianza de que cuanto más la agiten menos se verán sus distintas responsabilidades.

Observen, si no, un caso tan paradigmático como el del Barça. Una junta directiva, cuyo líder salió por piernas y se halla hoy en paradero (deportivo) desconocido, regida por un puñado de JASPs (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) y cuya cortísimo mandato hasta hoy se ha visto salpicado por un buen número de escándalos: desde fiscales hasta este último sobre contratación irregular de menores.

Esa junta acosada ha acabado echando mano del victimismo más rancio y tópico en vez de asumir sus errores y hacer una autocrítica sincera. Desde “El Barça como institución dice: ¡Basta!” de su vicepresidente Javier Faus, hasta ése “Atacan el modelo y nos encontrarán” de su actual presidente, Josep Maria Bartomeu. En resumen, el Barça no se toca, lo hacemos bien porque así lo decimos nosotros y quien nos lleve la contraria no es más que un compañero de viaje del club merengue, de la capital de España, claro. Aunque quien así actúe sea un farmacéutico de Esparreguera, de militancia independentista y culé hasta las cachas, harto de la falta de transparencia de la junta en el fichaje de Neymar, o un organismo como la FIFA que intenta frenar el inmoral tráfico de menores que hay en el futbol internacional.

El victimismo da para mucho, la verdad. Permite, por ejemplo, saltarse las leyes, porque si nos acusan por ello será no porque se haya infringido la ley sino porque hay alguien que nos quiere hacer daño. Si el Tribunal Constitucional considera que el proyecto de Estatut de Catalunya contiene algunos artículos que no encajan en la ley de leyes no es porque el Govern se haya equivocado sino porque España siempre intenta limitar el derecho del pueblo catalán. Si la justicia persigue un posible fraude fiscal en el fichaje de Neymar no es porque Sandro Rosell haya evadido impuestos mediante una chapuza de ingeniería mercantil sino porque el Real Madrid se sirve de algún socio para hacer daño. Si la FIFA impone al Barça una sanción es porque quieren hacer daño a “la Masía”, no porque se haya infringido la normativa que intenta evitar la compraventa de menores. Y así, suma y sigue.

Todo ello, lamentablemente, no es gratis por supuesto. El victimismo como estratagema de políticos o de instituciones es grave en la medida en que provoca pérdida de valores y de autoestima en la sociedad en la que se ejerce. Si nuestras acciones, por equivocadas que sean, siempre son justificables o minimizadas en función del mal mayor que supone el enemigo exterior, entonces las leyes que expresan el consenso social sobre nuestra convivencia pierden relevancia y son sustituidas por espejismos.