El avance independentista

A pesar de la sensación de desánimo y de los muchos errores cometidos por los partidos independentistas y la ANC, la gente, esa gente que año tras año se ha manifestado reclamando respeto e independencia, no desfallece. Al contrario. Del empate que registró la primera ola del barómetro del Centro de Estudios de Opinión (CEO) —45,3% a favor y 45,5% en contra—, se ha pasado, por primera vez, a una mayoría de catalanes que se muestra partidaria de la creación de un Estado independiente. Los favorables a la independencia son hoy, según los datos de la segunda ola del barómetro, un 47,7%, frente al 42,4% que la rechazan. Un 8,3% no lo sabe y un 1,7% no contesta. ¡No está mal!

La revolución de las sonrisas se mantiene intacta, aunque puede que la sensación de hartazgo esté condicionada por los pésimos liderazgos soberanistas. Los de la CUP está claro que lo pagarán en cuanto haya elecciones, porque una buena porción de sus electores les abandonaría si ahora se convocasen elecciones al Parlamento de Cataluña. El espectáculo de los antisistema deja con la boca abierta incluso a los que les votaron con la intención de acelerar el proceso. En cambio, Junts pel Sí, que es ahora el partido del presidente —del presidente Puigdemont, claro está—, saldría reforzado en un posible combate electoral, creciendo cuatro puntos, del 30,9% al 34,1%. Ningún otro partido o coalición crece en esta proporción, porque CSQP sólo recoge un punto más y su crecimiento se corresponde con el hundimiento de C’s.

Lo que parece evidente es que en CSQP existen un divorcio entre la cúpula, que es rematadamente unionista, especialmente entre los podemitas, y sus electores, un 30,5% de los cuales se declara favorable al Estado catalán independiente, aunque en verdad solamente lo deseen un 20,1%. Esa brecha tiene su enjundia, ya que este es el único bloque político ideológico en el que se detecta tanta distancia entre lo que piensan sus dirigentes y los electores. Entre los electores del PSC, por ejemplo, sólo un 7,8% son partidarios del Estado independiente, lo que es bastante coherente con lo que defiende Miquel Iceta, agarrado al PSOE como un clavo ardiente.

Si esas cifras fuesen ciertas, parece que la estrategia que postulan algunos entornos de Junts pel Sí destinada a intentar convencer a la cúpula del CSQP o de En Comú Podem es un error. Los apparatchik, por decirlo en terminología soviética, pocas veces cambian de opinión. Es la gente corriente la que tiene menos prejuicios y afronta la política con menos apriorismos ideológicos. Ni que decir tiene que las equivocaciones independentistas se pueden convertir en un gran inconveniente para recabar electores desencantados con la cerrazón de los dirigentes unionistas de CSQP y En Comú Podem, a quienes les preocupa más lo que ocurre en Madrid que lo está ocurriendo en el Parlamento catalán con las llamadas leyes de desconexión o con el presupuesto.

Y uno de esos errores puede ser, por ejemplo, el juego malabar practicado por Francesc Homs en el Congreso de la Diputados. No sé si pactó o no con el PP apoyarle para que consiguiese una segunda vicepresidencia a cambio del grupo parlamentario, pero está claro que su gestión comunicativa ha sido nefasta. Siendo tan joven no sé por qué Homs insiste en parecer un diplodocus. Se lo han recriminado incluso sus correligionarios, los que este fin de semana van a ser sus jefes, porque, como le advirtió el alcalde de Igualada, Marc Castells, no se puede tratar a la gente de idiota. Ni a los asociados al nuevo PDC, quienes ya demostraron que quien quiere darles sopas con hondas recibe su merecido.

Otro de los errores que puede cometer el independentismo es enzarzarse en una nueva discusión sobre el camino que debe seguir. La baja participación en la consulta interna de la ANC (9 mil votantes sobre un censo de 30 mil) acerca de la conveniencia o no de plantear un RUI así por las buenas, como quien retorna al 9-N, es otra nueva demostración de que esta organización está tomada por los hiperventilados.

Ni los más aguerridos representantes del sector radical de ERC compran ese RUI que, de entrada, tiene el inconveniente de que no cuenta con el beneplácito de ningún país aliado. La gran pregunta es cómo se convoca algo que no tiene ningún refuerzo jurídico y pone en peligro, por ejemplo, a los funcionarios que participen en ese proceso. Defender un RUI en estos momentos es una irresponsabilidad, aunque lo propugne Mercè Conesa para recoger unos cuantos votos en su batalla interna con Santi Vila para presidir el Consejo Nacional del PDC.

Lo mejor que pueden hacer los independentistas es dar cumplimiento a la hoja de ruta pactada tiempo atrás. Y lo primero que deberán afrontar es la cuestión de confianza planteada por el presidente Puigdemont para el próximo mes de septiembre. No está claro que entonces Mariano Rajoy haya podido formar gobierno, por lo que los independentistas de verdad, los que quieran conectar con el pueblo llano, deberían demostrar su unidad y desenmascarar a los unionistas de todo pelaje que en Barcelona aseguran que ERC es un partido de derechas y que el PDC es el digno representante de la casta catalana mientras que en Madrid les suplican el voto para «colocar» a Xavier Domènech en el sitial de presidente del Congreso. Su candidatura fue aún más efímera que la presidencia de su queridísimo federalista Francesc Pi y Margall durante la I República, que le duró un mes y una semana.

La buena noticia es que el movimiento soberanista catalán avanza ante la crisis de proyecto que se vislumbra en España. Cada día está más claro que En Comú Podem y las demás confluencias viven presas del espejismo que deslumbró a Pi i Margall, Cambó, Companys, Pujol, Roca i Junyent, Maragall y a muchos otros políticos catalanes que confiaron en la «catalanización» de España.

Ha quedado demostrado que es una quimera sostenida durante un siglo y medio sin que diese el menor resultado. Todavía ayer el vicepresidente de la Generalitat recibía un portazo del gobierno español para aligerar la carga financiera negativa catalana.

Lo dicho: si los partidos partidarios del Estado propio no cometen demasiados errores, el independentismo crecerá ante la cerrazón española y el pinchazo de los federalistas.