El atolladero catalán
A lo largo de las numerosas reuniones que por motivo de mi trabajo he debido tener en diferentes partes de España (obviamente Catalunya, pero también Madrid –sobre todo–, Valencia, Galicia, hace poco Castilla León…), he comprobado cómo ha aumentado el desconcierto hacia el recorrido y las consecuencias del desafío soberanista lanzado por el presidente de la Generalitat, Artur Mas.
Debo decir que, a diferencia de lo ocurrido en situaciones anteriores en las que la tensión política ha sido notable, en estos momentos lo que crece es el desconcierto más que la animadversión, más allá de unos cuantos bunkers irreductibles que abundan tanto en Catalunya como en el resto de España. Una buena noticia. Todo el mundo acepta que hay un problema y que debe haber negociación, aunque donde pone cada uno los límites ya varía enormemente.
Sin embargo, me ha parecido que hay una serie de cuestiones que están al margen del análisis generalizado. No tenerlas en cuenta, dificulta la comprensión en su totalidad de las dificultades de poder deshacer el ovillo con unas mínimas garantías de éxito. A mi modo de ver, son las siguientes:
-Las dos grandes fuerzas políticas españolas, aquellas en las que hoy por hoy reside en exclusiva por la posibilidad de liderar una alternativa de gobierno, PP y PSOE, están en una profunda crisis que refleja con nitidez las sucesivas encuestas del CIS. Pero, en Catalunya, su situación aún es peor: están en una peligrosa cuesta abajo. El PP ha sido incapaz de rentabilizar lo más mínimo esa “mayoría silenciosa” no nacionalista a la que se refirieron diversos miembros del gobierno popular tras las movilizaciones de la última Diada. Tampoco lo ha hecho el PSC, azotado además por una división ideológica que amenaza con descuartizarlo en varios pedazos inservibles. Hoy por hoy ocuparían quizás la quinta y sexta posición del arco parlamentario catalán.
–El presidente de la máxima institución catalana, la Generalitat, y el hombre al que debe atribuírsele principalmente la responsabilidad del desafío independentista, se ha quemado en el envite y hoy carece de autoridad y liderazgo para ser el interlocutor necesario, tal y como vienen asimismo reflejando las encuestas, aunque sea el mal menor y un asidero que no debe perderse de vista. Convergència i Unió sería hoy la segunda fuerza política en el parlamento autonómico, pero también aquí la división en cada vez más profunda entre las respectivas siglas y dentro de cada una de ellas.
-Más allá del órdago político que determinados partidos o asociaciones ciudadanas hayan lanzado a favor de la separación, hay un sentimiento creciente de desapego hacia la idea de España en la sociedad catalana, perfectamente reflejado también en los diferentes sondeos. ¿Razones? La crisis institucional del Estado español, la crisis económica, seguramente la educación recibida por las nuevas generaciones de catalanes y la labor en general de los medios de comunicación públicos en los que la idea de España se ha asociado normalmente a conceptos negativos provocándole un deterioro innegable.
-En estas condiciones, ¿es posible evitar la consulta, a qué coste? Creo sinceramente que si existe, como parece obvio, una porción nada desdeñable de ciudadanos que se han manifestado nítidamente a favor de la independencia y hay otra, mayoritaria o no, que aún desde la pasividad sería contraria a cualquier hipótesis separatista, ambas posiciones deben ser evaluadas en una consulta. En caso contrario, sólo podremos aspirar a enquistar el problema y tal vez radicalizar aún más a sectores importantes de la sociedad catalana, y española. Sin contar, por otra parte, los costes económicos y de enfrentamiento social que tendría la parálisis.
-Ahora bien, lo sensato no es sólo que esa consulta tenga un escenario legal (lo contrario, sencillamente, es una callejón sin salida), sino, lo más importante: que forme parte de una estrategia para resolver “el problema catalán”. Es decir, debe servir para que aparezca un nuevo liderazgo político en la sociedad catalana. No una consulta porque no hay más remedio y a ver cómo gestionamos el día después, sino una consulta para recuperar la iniciativa política de las fuerzas que representen la centralidad de la sociedad.
Para ir en esa dirección, sin embargo, hacen falta políticos con mayúscula, una especie hoy casi en desaparición. Pongo habitualmente un ejemplo para los más escépticos o negativos. Felipe González ganó dos de los referéndums más complicados que he visto en la reciente política española: uno en su propio partido cuando dimitió para forzar un congreso extraordinario en el que se sacara el marxismo como referencia doctrinal; y otro, el del ingreso en la OTAN, superando sentimientos y posiciones contrarias en un país que se había manifestado siempre antiamericano, incluso entre sus propias filas partidistas. En ambos casos, Felipe González tenía posiciones de partida minoritarias y, no obstante, consiguió imponer sus tesis frente a propios y extraños.
¿Existen hoy en el horizonte español políticos con esa capacidad de liderazgo para deshacer el ovillo del soberanismo catalán, para sacar a Catalunya y España del atolladero en el que están? No creo, pero la esperanza es lo último que se pierde.