El año en que la cola mueve al perro

El acuerdo con Vox en Andalucía contiene los ingredientes de un pacto faustiano para PP y Ciudadanos

La superstición y el optimismo van muy de la mano en las fechas iniciales del año. Como el cava y las uvas en Nochevieja. O jugarse el reintegro del gordo en la lotería del Niño, que convirtió en celebrity por un rato al dicharachero Cosmín.  

Ese optimismo inmune a los hechos es el nos hace desear que los doce meses que tenemos por delante sean mejores que los que acabamos de finiquitar. Pero este año, la esperanza se disipa como las burbujas de la última botella festiva al contemplar el estado del mundo y el de nuestra propia casa, donde el único extremismo que nos faltaba amenaza con terminar de poner todo del revés.

No existe el comportamiento colectivo; no es más que la suma, por acción u omisión, de las resoluciones individuales.

2019 va a ser el año de las decisiones difíciles. Ya lo es. Es el año de las decisiones binarias: las de si o no, de consecuencias trascendentes y duraderas. Concatenadas, como suele ocurrir cuando comienza a operar la dinámica de acción-reacción, pueden transformar tan profundamente nuestra vida pública –y no precisamente a mejor— que nos preguntaremos “¿cómo hemos llegado a esto?”.

Todo depende, en última instancia, de las decisiones que tomemos como sociedad. Pero no podemos escudarnos en el comportamiento colectivo. No existe; no es más que la suma, por acción u omisión, de las resoluciones personales. Las decisiones que ya marcan nuestro futuro las tomamos individualmente antes de que los políticos tomen las suyas en nuestro nombre.  

EL CAMINO EQUIVOCADO

Últimamente, me viene a la mente con frecuencia la frase del coronel Slade (Al Pacino) en la versión americana de Perfume de Mujer (Martin Brest, 1992) cuando confiesa que “al llegar a un cruce en el camino, siempre sé qué dirección tomar… y siempre elijo la que no debo”.

El 23 de junio de 2016, los británicos, muchos de ellos jóvenes, se abstuvieron de acudir a las urnas para decidir si el Reino Unido seguía o no en la Unión Europea. Así es cómo su futuro quedó en manos de los ingleses más mayores, más miedosos y más resentidos. A medida que se acerca la fecha del brexit, la política del país que inventó la Magna Carta aparece unos días como la farsa nostálgica de un pasado imperial y otros como una inminente tragedia.

El choque de nacionalismos amenaza los equilibrios con que, mal que bien, España ha manejado su endemoniada complejidad.

Algo parecido ocurrió el 2 de diciembre, cuando centenares de miles de andaluces decidieron pasar para mostrar su desprecio a los políticos o protestar por la vía de no hacer nada. Los que no pasaron fueron los 400.000 votantes sí atendieron el toque de corneta de Vox.

Acción-reacción: el ultra-nacionalismo (una minoría), aupado por la coartada del independentismo catalán irredento (otra minoría), se ha consolidado en cuestión de semanas como la amenaza más grave a los equilibrios con que España y su partes componentes han ido manejando, mal que bien, su endemoniada complejidad durante los últimos 40 años.  

Si el brexit hubiera fracasado… Si Vox no se hubiera transformado, de la noche a la mañana, en catalizador una tríada nacional dura –la Nueva Derecha Española—con visos reales de gobernar… Si esos votantes de Hammersmith o Dos Hermanas no se hubieran quedado en casa…

UN GUION

El ocaso del orden demo-liberal es un proceso sistemático que se está ejecutando aquí y ahora con arreglo a un guion. Las estrafalarias (cuando no odiosas) exigencias lanzadas por Vox para estirar su exposición mediática durante la negociación para pactar la presidencia andaluza son un ejemplo homologable con el playbook de Trump o el Twitter humeante de Matteo Salvini

¿Puede sorprenderse alguien de que un partido ultra haga propuestas ultras? ¿Es creíble que, porque firmen un papel, no ya no las vayan a hacer otra vez? Parecidas preguntas son aplicables al empeño del presidente del Gobierno en que Quim Torra deje de ser lo que es simplemente porque ha tenido con él una charla de sofá.

El guion ultra-nacionalista es similar, con las debidas adaptaciones, al que ha llevado al independentismo catalán a crear un potente imaginario sustentado en el activismo permanente y la hostilidad hacia todo lo español. Es la Tercera Ley de Newton hecha política electoralista.

A medida que la alt right española va perfeccionando la técnica del Movement de Steve Bannon, replicándola paso a paso, consigue condicionar, cuando no dominar, el debate político español. Igual que el independentismo domina y satura el catalán. Ahora, además, los dos se complementan en la medida que uno justifica al otro.

El acuerdo con Vox para dar al PP la presidencia de Andalucía contiene los ingredientes de un pacto faustiano

En ambos casos, es la cola la que mueve al perro.

El acuerdo alcanzado con el PP para hacer presidente de Andalucía a Juan Manuel Moreno Bonilla contiene los ingredientes para acabar siendo un pacto faustiano para los populares. Pablo Casado y Teodoro García Egea lo han fiado todo –el pasado y el futuro del que fue una vez el partido hegemónico de la derecha española— a la dudosa teoría de que podrán domesticar a Vox.

Creen que así detendrán la fuga de votos sufrida en Andalucía. Lo probable, en cambio, es que en las próximas elecciones la hemorragia alcance niveles de exanguinación. Casado debería recordar la suerte de CDC cuando Artur Mas decidió que podía cabalgar sobre el tigre del independentismo en 2012.

Pero quien más se auto-engaña es Ciudadanos. En Andalucía han elevado su funambulismo político a categoría de Cirque du Soleil al creer que no fotografiarse con Vox y no tocar un papel que haya pasado por sus manos les libra del contagio. No tardarán en recibir sus primeras facturas por el procedimiento de apremio. Santiago Abascal le tiene ganas a Albert Rivera. El espectáculo será fascinante.

DECISIONES BINARIAS

Los últimos años de la vida política española están plagados de episodios en los que la trayectoria del país se alteró porque alguien tomó, como el coronel Slade, el camino más fácil pero menos oportuno.

¿Cuántas veces se habrá tirado de la coleta Pablo Iglesias al preguntarse donde estaría él (crecientemente cuestionado), su partido (en declive) y el país si no hubiera torpedeado, votando con el PP, el primer intento de investidura de Pedro Sánchez en marzo de 2016?

¿Se arrepiente Pedro Sánchez por no haber convocado elecciones generales en septiembre de 2018 para aprovechar el efecto del gobierno bonito y evitar lo que ha acabado por venírsele encima: la intransigencia independentista, la eclosión ultra y, por si faltaba algo, las indicaciones cada vez más visibles de que la economía entra en fase de problemas.

¿Pensará Susana Díaz que, en lugar de librar una auténtica guerra civil dentro de su partido y gobernar con ínfulas de reina sol, hubiera cosechado otro resultado en las elecciones en las que demasiados votantes socialistas de toda la vida le han dado la espalda?

¿Revive Carles Puigdemont en sus noche de insomnio en Waterloo la mañana en la que decidió proclamar la república de ocho segundos en lugar de convocar elecciones porque en la calle –y Rufián en las redes sociales— le llamaban traidor?

Decisiones binarias, de sí o no, en las que la cola ha acabado por mover al perro.

Quedan pocos meses para que nosotros, individualmente, tengamos tomar también nuestras decisiones en las urnas. Ojalá se nos presente un camino que merezca la pena seguir. Y, a diferencia del coronel Slade, tengamos la inteligencia de tomarlo.