El amor en los tiempos del futuro deseable

Nada importará la España 2050 si en ella la gente no sabe ser feliz o quererse a lo largo del tiempo, construir comunidades dentro de las cuales compartir en común.

Es difícil saber a cuántos años vista puede una profetizar si no quiere hacer el ridículo. Ya en 2014 había diagramas que advertían de cómo los movimientos reaccionarios del futuro saldrían de coaliciones extrañas entre 4chan, la Ilustración Oscura, los supremacistas blancos, los incels y la gente que hacía referencias a los memes en la vida real; podía verse venir lo que llegaría apenas unos añitos después con absoluta claridad y exactitud.

Pensando en el amor en la España de 2050, país que espero entonces siga existiendo e insista en estar ahí, se me hace más fácil imaginar las cosas que considero imposibles que hacerme a la idea de lo nuevo que pueda surgir. Procedo, pues, a pensar —sin que deje de ser una lista de deseos, preparada para los Reyes Magos— y enumerar todo aquello que no va a suceder de aquí a 2050; o bien las vías que, si tomamos, nos llevarán un poco más al abismo.

Un futuro no tan diferente

De aquí a 2050 aún no habremos despojado al sexo de toda función reproductiva, aunque diésemos pasitos en esa dirección hace unos setenta años, y ya desde mucho antes. No proliferarán úteros artificiales y tecnológicos de ciencia ficción desde los cuales dar a luz a niños personalizados de genomas chulísimos y configurables: no se cumplirán ni las fantasías xenofeministas ni las pesadillas de conservadores; la razón de todo esto, avanzo, es que las cosas tienden a cambiar mucho más lento de lo que pensamos, y que aún en 2050 consideraremos que hay algo valioso, natural o bello en el contacto de la madre con los hijos que ella misma ha gestado.

Tampoco dejaremos de tenerlos en la medida en que nuestras condiciones materiales —y, sí, desde luego, también las culturales, pero no en base a los trampantojos que algunos han querido agitar— lo permitan. No creo que logremos darle la vuelta a la pirámide demográfica, pero ojalá crezcan infancias entre madres bolleras y trans que les den hogares sanos y llenos de amor; con algo de suerte, la derecha y los conservadores se habrán dado cuenta del tremendo error que es no incluir entre sus representados a quienes aman o son de formas que se desvían un poquito de la norma impuesta.

Más solos y más tristes

De aquí a 2050 estaremos más solos y más tristes, de forma generalizada, y seremos todos —ya no unos cuantos frikis— más involuntariamente célibes en medio del desmesurado supermercado de la sexualidad. Habrá perdido aún más valor las relaciones duraderas, el amor como tabú deseado y deseable; perdurará una versión hedonista, orgiástica, que encuentra en la subcultura gay masculina su vanguardia, que se expandirá irremediablemente hacia las relaciones heterosexuales hasta que estas tengan su equivalente a Grindr para polvos rápidos de una noche.

Romperemos lazos y encadenaremos sexo que no relaciones: para las relaciones tendríamos que mirarnos en el espejo del otro— igual que encadenamos trabajos y rompemos con casas. Sabremos menos, poco a poco, de cómo reconocernos en el otro. El 22% de las mujeres que al final de su edad fértil no han tenido hijos señalaban, en el estudio, que no habían encontrado a la pareja adecuada. ¿Será por falta de opciones o por exceso?

La palabra amor no aparece en el documento de la Estrategia España 2050. En cambio, el verbo amortiguar y sus derivados aparecen casi una decena de veces. Ningún futuro gobierno de izquierdas o de derechas colocará en la lista de sus objetivos primordiales el amor o los sentimientos de sus ciudadanos; si lo piensan, si creen por dentro —en los gestos que brillan en la cotidianeidad— que hay algo ahí que es importante, no lo dirán en voz alta.

“Con algo de suerte, la derecha y los conservadores se habrán dado cuenta del tremendo error que es no incluir entre sus representados a quienes aman o son de formas que se desvían un poquito de la norma impuesta”.

Elizabeth Duval

«Amaos unos a otros; como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros». El individualismo de Estado cuya presencia se ha criticado en los países nórdicos será —o estará encaminado a ser— una forma prevalente de ideología: una voluntad de liberar —o empoderar— a la gente de todas las estructuras aparentemente coercitivas que las rodean.

A los estructuralistas franceses los sesentayochistas les decían que las estructuras no podían bajar a la calle a hacer la revolución. Los sesentayochistas se equivocaban: lo que necesitamos es más estructura y estructura superada, más relaciones, más vínculos incluso cuando estos pueden volverse coercitivos, una multiplicación —voluntaria— de ellos, deseable, elegida, pero asumida plenamente y con conciencia.

Nada importará la España 2050 si en ella la gente no sabe ser feliz o quererse a lo largo del tiempo, construir comunidades dentro de las cuales compartir en común. Acababa mi último ensayo hablando de cómo todo proyecto de izquierda tenía que buscar que lo que nos queda de mundo —y el mundo es el otro— no se deshaga. Es difícil saber a cuántos años vista puede una profetizar, porque nunca se quiere acabar siendo Casandra: tuvo razón sobre Troya.

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