El agua, el fuego y los pantalones

No me preocupa tanto que quemen una bandera española en Vic o una Constitución en Santa Coloma como saber qué piensa hacer la gente contra estas agresiones

Viendo las imágenes de la bandera española del Ayuntamiento de Vic descolgada y quemada viva (porque sólo se queman las banderas que están muy vivas…) por un sector particularmente poco evolucionado del separatismo catalán, me vienen a la memoria històries vora el foc que me cuentan mis compañeros de Ciutadans, historias anteriores a yo afiliarme y embarcarme.

De todo lo que me han contado, me llama especialmente la atención la accidentada excursión en enero de 2019 a Torroella de Montgrí, en tierras de Girona. No tanto -que también- porque a Sergio Atalaya, concejal en Blanes, le rompieran la nariz, y a Carlos Carrizosa le lanzaran un par de latas de cerveza (llenas) a la cabeza, como porque a Héctor Amelló, entonces diputado en el Parlament, hoy portavoz en el Ayuntamiento de Figueres… ¡le rompieron los pantalones! Específicamente, le desgarraron toda la parte trasera. Vulgarmente llamada la parte del culo, sí. Cómo tuvo que ir todo para que Héctor no se apercibiera, hasta conseguir llegar al coche, de que llevaba el culo al aire.

Me gustaría analizar despacio esta peculiar agresión. Comparándola por ejemplo con la sufrida por el abogado Jacint Soler Padró en abril de 1992 (¡el año olímpico!) cuando se disponía a tomar el control de La Seda de Barcelona, pero el comité de empresa consiguió reventar una junta de accionistas por métodos bastante tumultuarios. Soler Padró tuvo que ser puesto a salvo por los Mossos y perdió los pantalones en la refriega. Se los quitaron.

A mucha gente le hizo hasta gracia aquello porque La Seda no dejaba de ser La Seda (casi una escuela convergente de negocios: desde Carles Vilarrubí a Artur Mas, pasando por Jordi Pujol Jr, saldrían más ricos y plenos de allí…), y porque en aquella época la dura y curtida clase obrera del Baix Llobregat no se fiaba ni un pelo de la burguesía catalanista ni de sus intenciones. Y aún así a Soler Padró no le dejaron sin pantalones tanto por odio, como para impedirle celebrar la junta de accionistas. Alguien pensó que hace falta mucha sangre fría para tomar el control de una junta en paños menores, y acertó: ese día, reunión no hubo.

GRAF5674. TORROELLA DE MONGRÍ (GIRONA), 26/01/2019.- El portavoz de Ciudadanos en el Parlament, Carlos Carrizosa (2d), ha sido abucheado por manifestantes convocados por la Forja, entidad de la izquierda independentista, durante la visita que ha realizado esta sábado en Torroella de Montgrí (Girona). EFE/Robin Townsend.
Carlos Carrizosa y otros miembros de Cs en 2019 en Torroella de Montgrí (Girona), increpados por independentistas. EFE

En cambio, desgarrarle los pantalones a un diputado y concejal de Ciutadans por Girona en enero de 2019 en Torroella de Montgrí, ¿qué plan de lucha sindical o de clases podía tener detrás? Héctor Amelló no es ningún señorón como Soler Padró. Es un cordial tipo duro de clase media, con un tenaz y hasta original sentido de la estética y de la justicia. Sabe de Bellas Artes y de póquer. Es capaz de perseguir por todo el barrio a un repartidor de butano que le ha timado un euro y a la vez dejarse timar por una abuela vietnamita que custodia motocicletas en una playa. ¿Qué épica hay en romperle los pantalones a alguien así, que además no va a retroceder ni un milímetro porque se los rompas?

Y luego está Sonia Reina, consejera de distrito en Les Corts, quien también se encontraba en Torroella ese día, y cuenta que, ya extinguidos los últimos rescoldos de la ¿batalla?, una señora de Torroella, una vecina de allí, se paró a hablar con ella, con ellos, para contarle lo mal que personalmente le parecía agredir a la gente por defender la convivencia, la bandera de España, la Constitución…lo que sea. En esas estaban cuando la charla se vio drásticamente interrumpida por un cubo de agua que alguien les vació encima desde el cuarto piso del edificio donde esa señora de Torroella vivía. Va ella e indignada se revuelve: “Però que no em coneixeu, que no veieu que sóc la Teresa, del segon?!”.

Es verdad que la violencia de proximidad, entre personas que se conocen y se tratan, es siempre más bestia. Pero nada es imposible cuando has visto la luz, no digamos cuando no la has visto tú solo, sino que contigo la ve el pueblo entero. Cuando en todo Torroella, sólo una vecina parece haber leído a Ibsen. O atreverse a decirlo.

Una vez, estando yo en Madrid, también vi vaciar un cubo de agua sobre la cabeza de alguien desde una ventana. Fue en pleno barrio de Malasaña, un domingo de verano a las doce del día: un músico callejero, guitarrista cansino, rasgueaba las cuerdas con la gorra en el suelo ante la marcada indiferencia de la gente sentada al solecito en las terrazas, a la gloriosa hora del vermut. Se comprende que alguien que estaría durmiendo con la ventana abierta se habría acostado tarde, mal o nunca, y que decidió cortar con la banda sonora por lo sano: agua va. Acertó de lleno al guitarrista y a su guitarra.

La violencia de proximidad, entre personas que se conocen, es siempre más bestia; lamentablemente, en Cataluña lo sabemos bien

Y de repente ocurrió un pequeño milagro. Nadie se rió del músico callejero empapado y humillado. Al contrario: todo aquel que se estaba tomando algo en aquella terraza empezó a aplaudirle a rabiar, a colmarle de óbolos, de ánimos y de ofrendas, y, sobre todo, a animarle a seguir tocando. Hasta los que personalmente pensábamos que tocaba y cantaba como un gato cerramos filas en defensa de su derecho a un lugar al sol. Silbidos y abucheos escalaron hacia la ventana por donde había asomado el cubo de agua…Ventana que acabó cerrándose con rabia. Por cinco a cero.

Parece una tontería. Pero las peores amenazas se paran así. No dejando pasar ni una. Ni una pequeñita. A nadie. A mí no me preocupa tanto que quemen la bandera española en Vic (o una Constitución en Santa Coloma) como saber: “I tu, què penses fer?”

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