El abrazo del PP al amigo socialista

La economía aguanta. Por ahora. España afronta un verano prometedor. El sector servicios sigue siendo el motor, y el turismo, con pocos rivales, ofrecerá de nuevo alegrías. Pero hay sombras.

La situación internacional se complica y algunos socios se empeñan en hacer las cosas al revés, como es el caso del Reino Unido. Algún día se deberá analizar cómo actúa el primer ministro, David Cameron.

Aunque en Cataluña sea un político querido, por el soberanismo, por sus ‘agallas’ al permitir un referéndum en Escocia, se podría decir que es también un inconsciente. El caso es que tres días antes de las elecciones españolas se celebrará, el 23 de junio, la consulta sobre el Brexit y para España la incertidumbre de los mercados puede ser muy perjudicial.

Esa situación, con la crisis de los refugiados, con instituciones europeas que no cumplen las normas –se advierte de que España podría ser multada por el exceso de déficit, pero no se multa el superávit de Alemania, y las dos cuestiones están recogidas en los tratados– han llevado al Gobierno del PP a una conclusión que debería haber pensado mucho antes.

Resulta que el PP ha decidido, definitivamente, copiar el programa del PSOE. Sí. Entiende el ejecutivo de Mariano Rajoy, que sigue en funciones, que la Comisión Europea se ha pasado. Que con la austeridad «nos hemos pasado cuatro pueblos». La expresión es del ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo. «No hay que matar a la gallina de los huevos de oro», ha añadido.

¿Qué está sucediendo? Aquí hay una paradoja. Porque el discurso y la práctica no casan. El PP apoyó la tesis de Alemania, de que era necesario reducir el gasto, y tomarlo como un acto de fe. El argumento que se utilizó –y que luego el ministro Montoro rectificó en una entrevista en un diario impreso porque era consciente de que intelectualmente no se aguantaba– es que los gobiernos «deben hacer como las familias», en palabras de Rajoy. Es decir, no gastar más de lo que se ingresa.

Pero en economía se descubrió –vaya– que los países no son exactamente una familia, y que existe la demanda agregada y otras cuestiones de la complicada macroeconomía.

Lo ha descubierto Margallo, que pide ahora una mayor flexibilización del déficit a la Comisión Europea. Es lo mismo que defendía el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba en las elecciones de 2011. Todos los dirigentes políticos españoles tenían claro que se debía reducir el déficit, porque el déficit de hoy es la deuda de mañana, pero discrepaban en el tiempo. Bruselas exigió celeridad. Y ahora –Fondo Monetario Internacional mediante– se reconoce que el esfuerzo no ha logrado lo que se pretendía y que Europa sigue sin crecer, a diferencia de Estados Unidos.

La paradoja es que el PP defendía aquella disciplina y aplicaba recetas con más laxitud. Hasta el punto de que el presidente del Círculo de Economía, Antón Costas, defiende que lo mejor que ha hecho Rajoy, y que ha permitido que España haya comenzado a crecer, es «incumplir» el déficit.

Pero el PP necesita que la teoría se adapte a la práctica, y que se inice una nueva etapa. ¿Para qué? Para poder gobernar.

Por ello las palabras de Margallo constatan que el PP desea al amigo socialista.

La flexibilización del déficit la defendió el PSOE de Pedro Sánchez en las elecciones del 20 de diciembre, y, tras los comicios, los socialistas suscribieron el pacto con Ciudadanos donde figuraba esa medida. Y lo defienden otros partidos de la órbita socialista en Europa.

Margallo, más atento que otros ministros del PP, más determinado a iniciar un programa de reformas, y más próximo a los socialistas, ha dado el primer paso para lograr la complicidad del ahora «amigo» socialista. Igual es demasiado tarde.