El 27S o es plebiscitario o será un fraude
«¿Lo veis como no hay otro camino?», sentenció el presidente de la Generalitat, Artur Mas, una vez conocido el fallo del Tribunal Constitucional (TC) sobre el proceso participativo del 9N. ¿Cuál es ese camino del que habla el presidente?
Mas entiende que la sentencia que considera inconstitucional los preparativos de la consulta del pasado noviembre supone establecer, a su juicio, que la Generalitat no es competente «para preguntar a los catalanes sobre su futuro político», por lo que la Constitución española «se convierte, 37 años después, en un callejón sin salida para las aspiraciones democráticas de una parte muy significativa del pueblo de Cataluña».
Aunque los magistrados del TC acuerden por unanimidad que la consulta alternativa que se celebró en Cataluña el 9N vulneró competencias exclusivas del Estado y que consideren que la consulta era inconstitucional, eso no substituye la realidad. El 9N fueron a votar dos millones y pico de personas.
Se acabó lo que se daba, pues. El delirio de la sentencia del TC y de sus alegres aduladores en Cataluña es que quiere enmendar lo que pasó con tecnicismos que no resuelven políticamente nada.
Lo único que pone de manifiesto esta sentencia es lo que la secretaria general de Podemos en Cataluña, Gemma Ubasart, es incapaz de entender: que el proceso soberanista catalán pone en jaque al Estado. Por eso Artur Mas –y sus consejeras Joan Ortega e Irene Rigau– es el único político que está querellado en España por defender una idea política, la autodeterminación y el soberanismo. Nadie más lo está, ni el mismísimo Pablo Iglesias con todas sus amenazas.
Claro que es verdad que esos pijos «revolucionarios» sólo se arriman al soberanismo cuando les conviene, como cuando L’Altraveu per Castellar, la candidatura de la cual Ubasart fue concejala durante un tiempo, dio su apoyo a la CUP en las elecciones del 25N de 2012.
Los decorados arden cuando las cosas importantes se ponen sobre la mesa. El TC anula medidas sociales propuestas por la Generalitat y anula también «procesos de participación» y entretanto los «revolucionarios» ahora pasan las horas buscando desesperadamente el poder, echando mano de la «casta» socialista para ocupar los cargos de siempre.
Dicen haber leído a Ernesto Laclau, pero creo que no lo han entendido para nada, a pesar de que tanto Albano Dante Fachín (de Podemos, llegado a Cataluña en 1992, con 16 años) como Gerardo Pisarello (de Procés Constituent y Barcelona en Comú, que llegó con 31 en 2001) sean de origen argentino como el eminente historiador y filósofo político que murió en abril de 2014.
Laclau forjó una larga carrera académica centrada, en sus inicios, en la izquierda, hasta convertirse en una referencia del postmarxismo y, sobretodo, del kirchnerismo peronista, al cual estuvo vinculado hasta su muerte. Digo esto porque con Podemos y Barcelona en Comú se abre la puerta a una manera de hacer política que nada tiene que ver con los estándares europeos. Ya verán ustedes como vamos a tener algunas tardes de gloria cuando la Sra. Colau se vea en apuros para tirar adelante sus proyectos. La sombra del populismo cubrirá sus incapacidades con la típica demagogia en contra de los poderes ocultos que todo lo pueden.
Laclau, que dio clases en Inglaterra durante años después de doctorarse en Oxford en la década de los años 60, decía que el populismo surgía cuando una serie de demandas insatisfechas se cristalizan alrededor de un símbolo antisistema, de un discurso que trata de dirigirse a esos excluidos por fuera de los canales de institucionalización y darles salida. Poca ideología y mucha acción. Ese populismo puede ser de izquierda o de derecha, no tiene un contenido ideológico determinado, por eso tan populista puede ser Xavier García Albiol cuando convoca una manifestación para impedir los pactos de la izquierda en el Ayuntamiento de Badalona, como la PAH cuando decidió promover los escraches. Es lo mismo, aunque a los promotores de una acción y la otra les horrorice que lo digamos en voz alta.
Pero cuando digo que esta gente entendió mal a Laclau es porque interpretaron de manera incorrecta lo que dijo sobre la democracia y la necesaria participación de las clases populares en ella. Es verdad que Laclau consideraba el populismo como una forma de democracia, pero también afirmaba que todas las democracias requerían de la oposición entre adversarios. Y ponía el ejemplo del ajedrez: hay un sistema de reglas y hay dos adversarios, pero no se puede jugar si hay un solo jugador, o si hay dos, pero uno de ellos patea el tablero. Los de Podemos y Barcelona en Comú quieren patear el tablero y derrotar al soberanismo por la vía de cargarse a Artur Mas y engullir a ERC y la CUP. En eso coinciden con el PP y el PSOE, y su instrumento legal: el TC.
Entre el TC y los «revolucionarios» de salón que se han convertido en la marca blanca de socialistas y eco-no-se-sabe-qué y que sólo piensan en desalojar a Mas del Govern, la única salida que le queda al presidente es unilateral, por lo menos de momento. ERC decidió rechazar la lista unitaria hace tiempo y ya no vale la pena insistir en ello.
Dejemos a los republicanos que hagan lo que quieran e incluso que recuperen esos sueños húmedos izquierdistas que les recomiendan sus opinadores de referencia y los nuevos aliados de MES, que son unos survivers de la política. Pura casta al servicio de quien les de un cargo donde seguir vivos. La CUP tiene más estética que cintura política.
Estamos llegando al final del camino que empezó en septiembre de 2012. Las elecciones del 27S van a despejar muchas incógnitas. Los unionistas, de izquierda o de derecha, van a plantearlas, como ya escribió Francesc Marc Álvaro en un artículo reciente, bajo la retórica de buenos y malos, sazonada con las referencias habituales a la casta, la mafia y la vieja política.
Podemos, ICV-EUiA quieren darle otra vez una patada al tablero de ajedrez. ERC y la CUP deberán reflexionar si se suman al asedio. Las ambigüedades ya no valen para nadie. Incluso la monja Forcadas, despojada ya de ese hábito que no debería haber paseado nunca por los pasillos de la política, deberá ofrecer algo más que retórica antisistema.
Pero los soberanistas de verdad, para los que su primera opción es poder optar a la independencia de Cataluña democráticamente, sienten la necesidad, siguiendo lo que dijo el presidente Mas en su comparecencia del pasado jueves, de «reforzar el carácter plebiscitario» de las próximas elecciones catalanas. Si Mas las plantease de otra manera serían un fraude contrario a los ideales manifestados por tanta gente en la Vía Catalana de 2013, la V de 2014 y el 9N. Demasiado esfuerzo para traicionarlo con argumentos banales.
Estas elecciones se convocan, precisamente, para unificar, por decirlo a la manera de Laclau, «la dimensión horizontal y la dimensión vertical» de la política. El empuje popular de las grandes manifestaciones de los últimos años y la dimensión institucional que representa el Govern. Se convocan, que no lo dude nadie, para dar salida, al fin, a lo que ocurrió ese 9N que ahora el TC declara ilegal. Puede que lo fuera, pero ocurrió. Y volverá a ocurrir el 27S.