EEUU se repliega: llega ‘la hora de la verdad’ para Europa

La situación nos obliga a los europeos a madurar, a adecuarnos al principio de realidad y no permanecer siempre en la actitud adolescente de criticar al padre en lo que hace, pero no renunciar a su protección.

La vergonzosa y humillante salida de Estados Unidos y de la OTAN de Afganistán, dos décadas después del inicio de la intervención militar, facilitando el súbito retorno al poder de los talibán y la constatación de su fluida relación con Al Qaeda, plantea numerosos interrogantes.

El primero concierne a la redefinición del papel de Estados Unidos en el escenario geopolítico global. Es obvio que confirma el repliegue norteamericano de regiones del mundo, antaño consideradas vitales para sus intereses. El más claro ejemplo es el de Oriente Medio, en sentido amplio. También de determinados conflictos en el norte de África, como el de Libia, o el desentendimiento del Sahel, dejando la responsabilidad fundamental en Francia (que también está iniciando su repliegue militar). Incluso puede percibirse un alejamiento de lo que siempre se ha considerado su área indiscutible de influencia, es decir, de América Latina.

El motivo es explícito. Estados Unidos ya no quiere ni puede ser la “potencia indispensable” en cualquier conflicto en cualquier parte del mundo. La sociedad norteamericana ya no lo acepta, después del cansancio y los enormes costes humanos y materiales asociados a las intervenciones militares masivas en el exterior. Sin embargo, hay un consenso interno, a pesar de la bipolarización creciente en su seno, por considerar a China (y, en mucha menor medida, Rusia, a la que se considera una potencia regional que afecta sobre todo a la seguridad de Europa) como el adversario sistémico global.

Afganistán: causas y consecuencias de un fracasoAfganistán: causas y consecuencias de un fracaso
Varios talibán sobre un vehículo patrullando las calles de Kabul/ Efe

Es decir, no sólo económico, comercial, tecnológico o estratégico, sino como una amenaza para nuestro sistema de libertades, basado en lo que llamamos valores occidentales. Y Rusia sólo preocupa en tanto que va profundizando en su alianza estratégica (no exenta de contradicciones evidentes) con China. Ello implica el desplazamiento del centro de atención, desde el Atlántico (como así fue durante la Guerra Fría del siglo pasado) hacia el Indo-Pacífico.

Un desplazamiento que viene de lejos, con la Presidencia de Obama y luego, de forma caótica y desordenada, con la de Trump. La Administración Biden se ha reafirmado en esa concepción, aumentando su confrontación con China y buscando aliados en la región, igualmente preocupados por el crecientemente agresivo expansionismo chino en el sudeste asiático y particularmente en los mares del Este (en torno al Estrecho de Taiwán) y del Sur de la China (en torno al Estrecho de Malaca).

Estados Unidos, a la búsqueda de nuevos y viejos aliados

De ahí la revitalización del llamado “Quad” y su profundización estratégica, incluida la colaboración militar, y que agrupa a Estados Unidos con Japón, Australia y la India. Y que puede complementarse con Corea, Nueva Zelanda y buena parte de los países del Sudeste asiático, como Indonesia, Filipinas, Vietnam, Singapur u otros.

En ese contexto, cabe entender también el inicial pronunciamiento en favor de recuperar el “vínculo atlántico” con Europa, incluida la renovación del compromiso con la OTAN. Biden, a diferencia de Trump, considera que, para hacer frente al desafío sistémico chino, la colaboración con los aliados tradicionales y que comparten los mismos valores, es esencial en su nuevo posicionamiento estratégico.

Sin embargo, la retirada desordenada y precipitada de Afganistán, dejando a los afganos (y las afganas) a su suerte, implica un creciente escepticismo en cuanto al compromiso real de Estados Unidos con sus aliados, anteponiendo sus intereses a los lazos previamente establecidos. Ya pasó en el norte de Siria, con los Kurdos o, ahora en el desdichado país del Asia Central. Con un añadido, derivado del desentendimiento en el conjunto de la región, y es que abre serias dudas sobre si la concentración de atención en el Indo-Pacífico no tiene, como efecto contraproducente, la creciente influencia de la propia China (y de otras potencias no occidentales, como Rusia, Irán o Turquía -aliada con Catar- o de un Pakistán que siempre ha jugado, como mínimo, a la ambigüedad). Contener a China en el Indo-Pacífico es también contener su influencia en el resto del mundo.

En cualquier caso, la retirada ha abierto serias dudas sobre el papel de una OTAN totalmente subordinada a las decisiones de Estados Unidos, así como del que tiene que jugar Europa como proyecto geopolítico en el nuevo escenario global.

Refugiados afganos en el aeropuerto de Kabul

Inevitablemente, la situación nos obliga a los europeos a madurar. Es decir, a adecuarnos al principio de realidad y no permanecer siempre en la actitud adolescente de criticar al padre en lo que hace, pero no renunciar a su protección, dada la imposibilidad de valernos por si mismos.

Europa debe asumir que ya no puede basar indefinidamente su propia seguridad y su propia defensa, sin apenas costes, en el paraguas norteamericano. Ello implica reforzar el pilar europeo de la Alianza Atlántica, con crecientes recursos presupuestarios y de todo tipo, que lleven a Estados Unidos a permanecer solidarios en el esfuerzo común, hoy absolutamente escorado hacia ellos.

Y al mismo tiempo, dotar a la Unión Europea de capacidades propias de seguridad y defensa que, en coordinación con la Alianza, le permitan hacer frente a situaciones de crisis que pueden afectarla directamente. Es la llamada “autonomía estratégica” que, además, puede permitirle un papel más proactivo en el escenario global, no de forma equidistante (nuestros valores son los de Estados Unidos y no los de China), pero sí con un cierto grado de autonomía en defensa de nuestros intereses geopolíticos. Como dice Josep Borrell, para “hablar con el lenguaje del poder”.

“Hay un consenso interno en considerar a China como el adversario sistémico global: no sólo económico, comercial, tecnológico o estratégico, sino como una amenaza para nuestro sistema de libertades, basado en lo que llamamos valores occidentales”

No se trata de hablar de un ejército europeo (prematuro a todas luces, en mi opinión), pero sí de unidades conjuntas de inteligencia, intervención rápida, uso de drones de combate o sistemas de geolocalización por satélite que, por otra parte, son indispensables para una política antiterrorista eficaz.

Ha llegado la hora de emanciparse. Nuestro “padre” (Estados Unidos) ya no puede hacerse cargo por completo de nuestras necesidades. Una emancipación que puede y debe hacerse con cordialidad, afecto y reconocimiento. Pero que implica asumir la responsabilidad de valernos por nosotros mismos.

Nuestros dirigentes tienen la obligación política y moral de poner a los ciudadanos europeos ante la nueva realidad. Y pedirles que sean consecuentes.

Bastaría, por ejemplo, una mayor comprensión sobre los compromisos presupuestarios en Defensa, entre otros. Sino los discursos europeístas y “emancipadores” de la tutela norteamericana sonarán, como hasta ahora, vacíos y oportunistas. Es la hora de la verdad.

Este artículo está incluído en el último número de la revista mEDium ‘La noche oscura de Occidente’. La edición completa en papel puede adquirirse en nuestra tienda online:  https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-9/

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