Economía pascual

Aprovecho una semana de más reposo para ponerme al día en lecturas pendientes. Y abordo la cuarta edición (de finales de 2012) de La economía del bien común de Christian Felber.

En un momento en el que los europeos estamos viviendo más que nadie la sensación del final de una época, que haya pensadores como Felber es un lujo, al margen de que se esté más o menos de acuerdo con él.

Las desviaciones de la economía de mercado nos están llevando a un callejón sin salida, de la misma manera que nos llevaron las economías planificadas fascistas o comunistas.

En Europa hay un consenso social cada vez mayor de que las cosas deben cambiar. Otra cosa es que la gente esté de acuerdo hacia donde. Son momentos de cambio. Y por eso hay que seguir de cerca las propuestas de economía pascual como la de Felber. La Pascua que para los judíos conmemora el éxodo de Egipto durante el 1250 aC con el fin del cautiverio del pueblo de Israel y las siete plagas. O la Pascua que en el calendario cristiano significa Resurrección.

Felber dedica el prólogo de la última edición a Margaret Tatcher y Angela Merkel con la frase: «Siempre hay una alternativa». Informa de la extensión del movimiento alternativo en torno al concepto balance del bien común, con cientos de empresas en Austria, Alemania, Italia y Suiza.

El principio que defiende Felber es el que consta en la Constitución del Estado Libre de Baviera: «Toda la actividad económica sirve al bien común». La definición de bien común sólo puede proceder del ejercicio de una democracia participativa y subsidiaria, donde los ciudadanos no se limiten a votar representantes cada cuatro años, sino que tenga opinión sobre todas las cuestiones de interés.

La economía del bien común tiene precedentes parciales en la economía solidaria, las explotaciones comunales, la economía del intercambio o la economía del decrecimiento. La economía tendría que pasar de medirse por los valores de cambio a medirse por indicadores de utilidad social.

Felber denuncia una de las principales estafas que se producen con la globalización y la interferencia entre grandes grupos económicos y grandes estados. Las teóricas condiciones de la economía de mercado se incumplen cuando se tiende a la concentración y al abuso de poder, a la interrupción de la competencia ya la formación de un cártel porque de hecho el principio básico del libre mercado, la transparencia, no funciona.

Por eso se dan impactos asimétricos de la competencia, los precios no corresponden ni a costes ni a necesidades reales y se producen ataques peligrosos a la sostenibilidad. Todo ello, además, unido a una pérdida del sentido del sistema, el deterioro de los valores y finalmente el cuestionamiento de la democracia.

Felber propone a cambio, una economía basada en el bien común, de la que hay que hacer un balance. Cuya matriz consta de dos coordenadas, una de valores y otra de entorno empresarial. En la primera se encuentran la dignidad humana, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, la justicia social y la participación democrática y la transparencia. En la segunda están los proveedores de la empresa, los financiadores, los propietarios y trabajadores, los clientes, productos y servicios, el entorno social.

Una empresa –o un Estado– que apueste por la economía del bien común debe cumplir ocho criterios: compromiso, integridad, capacidad de medición, comparación, claridad, visibilidad, auditoría externa y consecuencias jurídicas.

Los gobiernos favorables a la economía del bien común deben premiar jurídicamente y fiscalmente a las empresas que hagan esto, opción que se aleja de la competencia sangrienta para pasar a los nuevos paradigmas científicos de la evolución de la humanidad: seres sociales con tendencia a la cooperación, empáticos y con un marcado sentido de la justicia y sensibles a las vulneraciones de las normas establecidas por el común.

En unos momentos donde el tardocapitalismo monopólico avalado por el Estado (pseudo del bienestar) al servicio de su casta, y aprovechando errores diversos, está acabando con los restos de la protoeconomia del bien común que las clases populares catalanas construyeron durante el siglo XIX y principios del XX: Cajas de ahorro y para las pensiones, mutuas sanitarias, funerarias y otros servicios, cooperativas de consumo alimentario, cooperativas de trabajo y agrarias …. tiene que llegar Felber, para hacer hacernos ver que, en un comienzo permanente, habrá que volver a trabajar para reinventar la economía de la cooperación y del bien común para el siglo XXI. Porque siempre hay personas que basan su beneficio en el perjuicio del bien común y en romper las normas.

Estas son mis reflexiones pascuales en una semana donde ha sido noticia que los BRICS por primera vez muestran tener capacidad de condicionar a Estados Unidos y a la Unión Europea. Donde la UE y la Merkel siguen mandando en Chipre y sobre Rajoy, y éste dice que rehace el diálogo con Mas, cuando lo que hace es evitar que la quiebra de Catalunya lleve a España por delante. Este juego de muñecas rusas que nos lleva al cataclismo, necesita pensadores alternativos como Felber. Necesitamos economistas pascuales para dejar atrás las siete plagas o para alcanzar la resurrección.