Economía en marcha
Terminada la selectividad y la mayoría de clases en las universidades y pronto en las escuelas e institutos, este año deberíamos orientar el período veraniego intentando alejar el exceso de noticias negativas y responder, aunque sea mínimamente, con comentarios, opiniones y noticias positivas.
El mundo de las finanzas aún no ayuda a que esto suceda, como podemos ver en las diferentes turbulencias que hay la bolsa, los niveles de deuda o la guerra en las divisas.
Japón por ejemplo, por la vía de la política monetaria agresiva, inyectando yenes en el mercado y provocando una caída de casi el 30% respecto al dólar, ha conseguido que el primer trimestre una tasa interanual de crecimiento del 3,5% y un aumento del consumo interno del 0,9%.
Si tenemos en cuenta de que la tasa de paro está en el 4,1%, Japón ha encontrado un nuevo camino para salir del estancamiento, sin menospreciar los riesgos ligados a la enorme deuda pública y déficit presupuestario que piden otras reformas estructurales. Sus vecinos coreanos y chinos están muy preocupados y el FMI ha intenta frenar el griterío. La noticia positiva para unos, no lo es para otros.
También en nuestro país, las instituciones que nos gobiernan en los diferentes ámbitos siguen defendiendo la economía a corto plazo, indicando de esta manera las grandes dificultades que existen para abordar claramente las estrategias a medio y largo plazo que la ciudadanía espera.
Parece como si la espera en las elecciones alemanas del 22 de septiembre deba marcar el fin de la inactividad y el resurgimiento de políticas de fomento del crecimiento, pero eso no será así: sólo habrá actividad cuando aumenten los ingresos fiscales como consecuencia de la recuperación, que algunos ya la sitúan en 2017. Ese año, si esto ocurre, será el momento en que los indicadores económicos se sitúen a nivel del 2007, ¿la década perdida?.
Pero, cuidado, no podremos volver al modelo basado en el ladrillo y el turismo barato. Con la crisis hemos aprendido a consumir menos y a tener actitudes más orientadas al ahorro que el sobreendeudamiento como teníamos antes de la crisis. Convertir estas «virtudes» en una economía competitiva y con valor, es un trabajo que deben hacer las empresas.
Ahora mismo, tenemos empresas que funcionan muy bien, gracias sobre todo a las personas que trabajan. A base de desarrollar sus capacidades y dedicando su talento a la empresa, consiguen una cultura de empresa que se materializa con sus actividades.
Los procedimientos se formalizan para ayudar, de una manera óptima, y reaccionar rápidamente, tener calidad, obtener grandes resultados, dar respuesta multidisciplinar, y una alta calificación en la especialización de la compañía. Y si no hay procedimientos en situaciones nuevas y no previstas, hay actitud positiva para afrontarlas y esto es el fundamento de cualquier actividad de éxito.
En una reciente visita empresarial, una compañía líder mundial situada en nuestra casa, hemos visto la valoración de su gente a través del respeto, la motivación personal, el espíritu de equipo, la orientación a la mejora, y la credibilidad. Estos valores son sencillos, directos, dinamizadores, e impulsores del liderazgo. Se convierten en indicadores y su cumplimiento detallado se mide de una manera participativa y sin barreras entre todos.
También las empresas de servicios en el ámbito público hablan de KPI (Key Perfomance Indicators). También lo hemos visto recientemente en otra empresa. El éxito y la mejora se pueden medir inmediatamente con el detalle adecuado de los KPI s. Y en esta empresa resulta que esto no es suficiente: acaba de presentar un plan para los próximos 4 años para regenerar la relación con los clientes y usuarios.
No basta con orientarse al cliente: hay que preguntarle qué quiere y poner todos los medios para responder y aumentar su satisfacción. Hacerlo ahora que hay menos medios, requiere de la clara voluntad de los trabajadores (y sindicatos) para orientarse de esta manera, el liderazgo consciente. Si lo aplicamos, ¡tendremos la economía en marcha!