Economía con b de borrachera
El jefe del PP sí estuvo acertado al poner la cifra más elocuente de todas sobre la tribuna: España acabará la legislatura con 1,5 billones en deuda pública
Borrachera. El primer cara a cara en el Senado del año electoral entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, se condensa en ese sustantivo. Cerca del coma etílico estuvo el jefe del Ejecutivo por su triunfalismo económico. Mientras, el aspirante flirteó con la embriaguez al verse jugando bien en el Bernabéu por primera vez. Y es que, también por primera vez, decidió ser él mismo y orillar, según parece, los consejos de Javier Maroto.
– No contestes. Ningunea a Sánchez, dijo el vasco a su jefe en el primer cara a cara parlamentario tras el cisma popular, allá por primavera. Y perdió.
El tonito burlón, la media mueca y dejarse de papelitos para pillar a Sánchez en sus contradicciones es la manera de llevar estos envites camerales, a juicio de los cronistas parlamentarios más venerados. Feijóo, sin embargo, podría haber afinado más. Faltan ruedos (no tantos como a Pablo Casado) y malicia. Y como sucede al grueso de los políticos, la economía no es su disciplina favorita. Aunque aventaje al doctor Sánchez. Al menos, sabe qué es la deuda.
Antes de anular electoralmente a Irene Montero y de usurpar a Yolanda Díaz el anuncio de la subida del salario mínimo profesional (SMI), Sánchez se dio un baño de datos económicos truncados. Se proclamó como un presidente efectivo, que ha sabido mantener a España a salvo de la penuria.
El discurso sirvió para recordar veladamente que toda cifra que no salga de la lista monclovita autorizada sirve a cualquier campaña de desprestigio orquestada por alguna de las derechas, no recuerdo cuál –son ya incontables—: si la mediática, la política, la judicial o la de los taxistas cabreados. Pero da lo mismo, será mentira porque Sánchez, como el Partido Comunista soviético, siempre tiene razón. Lo decía Trotski.
La economía española creció en 2022 el 5,5 por ciento medida por su PIB. La cifra se quedó en la parte optimista de las previsiones. El doctor Sánchez también proclamó que se han creado 400.000 puestos de trabajo en un año y que el IPC está controlado puesto que ya es “el menor en la zona del euro”. Cualquier presidente del Gobierno con cierto ápice de prudencia se habría mostrado satisfecho. Hasta moderadamente satisfecho.
Pero Sánchez no. Él ha triunfado sobre la pandemia, la guerra en Ucrania, la crisis energética, la consecuente escalabilidad de precios y el lógico regreso del dinero caro. Pronto habrá resuelto los desajustes en la rotación del núcleo de la Tierra. Y si la presidencia europea se lo permite, incluso hará el favor a la humanidad de estabilizar la órbita de la Luna, que solo seguirá separándose cuatro centímetros al año hasta que él la frene.
Un presidente prudente habría leído esas cifras con distancia. Y es que las muestras de desaceleración son evidentes cuando España todavía es más pobre que antes de la pandemia. Las cifras de empleo, a las que tanto se recurre estos días con la intención de demostrar que las subidas del SMI son inocuas, tienen un interlineado preocupante. En el cuarto trimestre, el sector privado destruyó 101.000 empleos –incluye asalariados, autónomos y microempresarios—. Es la peor lectura intertrimestral desde 2016 en la EPA.
El 2022 no fue tan catastrófico como preveían algunos escenarios porque los primeros seis meses tuvieron más fuerza que la prevista. A partir del verano, con un turismo incapaz de contratar a ritmos prepandemia, la curva ha revertido cuesta abajo. Ni el sector público fue competente para aguantar el pulso. Y es que, siempre según la misma fuente, la temporalidad duplica la del sector privado. La tibieza de la campaña de Navidad ha dejado a muchos preocupados.
Como temía el grueso de observatorios, el meollo de la cuestión estuvo en el cuarto trimestre. Sánchez tiene razón: se esquivó la recesión. Pero no explicó cómo. Vamos a ello: entre octubre y diciembre la economía española se expandió gracias a la demanda externa. Y es que mientras las importaciones caen (-4 por ciento) las exportaciones siguen, aunque debilitadas, en terreno positivo (1 por ciento). Ello amasa el superávit necesario para pagar, por ejemplo, la loca factura de la luz.
El mismo flujo da pistas sobre la siguiente cifra a buscar. ¿Cómo va el consumo en un país entregado a los servicios? Mal. Las familias contrajeron sus gastos el 0,8 por ciento trimestre sobre trimestre. A la cifra, el doctor Sánchez y Feijóo habrían llegado si hubieran descontado la inflación. Comercio y hostelería recibieron el mayor impacto. Para más escarnio, cobardearon en una etapa favorable a su facturación (la recta final del año).
Otro clásico de la economía española, la construcción, también se constriñó. La lista sigue y quizá es más directo determinar las pocas actividades que se expandieron: tecnologías de la información y el sector público.
Los cronistas parlamentarios sienten predilección por los oradores que suben con pocos o ningún papel al atril. Esa veneración topa con Casado, un gran orador que acabó como acabó. Insisten en que no llevar las intervenciones escritas permite adaptarse mejor al discurso, casi siempre escrito, del oponente. En el caso de un perfil como el de Sánchez o el de Pablo Iglesias, facilita atizarles con sus incoherencias.
A Feijóo le faltó un albor. ¿Si tan bien va España, según Sánchez, por qué urgen ayudas del Gobierno extraordinarias? ¿Para qué necesita a los empresarios como chivos expiatorios si, según dijo en el Senado, los problemas huyen de España? Después de escuchar durante horas al presidente del Gobierno en el Senado, cualquier amnésico diría que en España, por ejemplo, no hay pobreza.
El jefe del PP sí estuvo acertado al poner la cifra más elocuente de todas sobre la tribuna. España acabará la legislatura con 1,5 billones en deuda pública –con b de borrachera— y con Christine Lagarde (doctor Sánchez, Úrsula no; Christine es la que nunca ríe) subiendo los tipos referenciales al 3 por ciento.