Ducha escocesa

Una de las características de la información económica de las últimas semanas es el continuo bamboleo entre noticias macroeconómicas positivas y crudos datos de la realidad a pie de calle. Una verdadera ducha escocesa. En función de dónde se ponga el énfasis, se van configurando dos bandos enfrentados.

Por un lado, los políticos, instituciones, medios, tertulianos, blogueros y demás optimistas, prestos a destacar índices reveladores de que la economía se está recuperando. Por otro, los mismos actores, de signo contrario, empeñados en llamar la atención, día tras día, sobre el aumento salvaje de las desigualdades, sobre la indignante evidencia de la pobreza en la España de 2014, la no creación de puestos de trabajo estables y la precarización intolerable de muchos de los existentes.

Nadie miente. Como siempre, dependiendo del color del cristal con el que se mire, la botella puede aparecer medio llena o medio vacía. Efectivamente, los grandes parámetros han mejorado de forma evidente. Según la EPA, baja ligeramente el número de parados, por primera vez desde que comenzó la crisis. Aumenta el empleo neto. Ya “sólo” hay 5,2 millones de españoles parados.

Pero el escenario general no se ha modificado, ni se va a modificar de forma significativa a corto plazo. No sé si harán falta 10, 15 ó 20 años para volver al nivel de empleo de 2008. Lo que si resulta fácil constatar es la magnitud de los estragos causados por la tormenta. Los que ya se ven, los que están asomando y los que acabarán aflorando. Grave crisis política y grave crisis social con efectos demoledores.

Ya se ha hecho “normal” la publicación de datos sonrojantes sobre la pobreza en España. Hace unos días, la Xunta de Galicia reconoció que esta comunidad hay 18.000 hogares con niños en situación de pobreza. ¡18.000! Y otros 63.000 están en riesgo cierto de descender ese último escalón de la angustia, la desesperación y la humillación.

Hay 100.000 gallegos que llevan más de dos años buscando empleo y no lo consiguen. Al amparo de la crisis y de los recortes en los derechos laborales aplicados por el Gobierno de Rajoy, el empleo se ha precarizado. En Galicia los salarios ya caen a mayor ritmo que en el resto de España y Europa.

Somos unos campeones en desigualdad. Según la OCDE, España es el país desarrollado en el que más ha crecido la desigualdad. Ya sólo nos supera Letonia. Debe de ser por eso por lo que el presidente del Gobierno sostiene, sin sonrojarse, que tenemos un estado del bienestar envidiable. Ahora la desigualdad comienza a considerarse también un problema económico, además de social, como revela la proliferación de estudios al respecto.

Cualquier decisión política (ideológica, por tanto, aunque se revista de asepsia técnica) que incremente la desigualdad y ahonde en el retroceso social ha de ponerse en el debe del gobernante que la adopte. Por ejemplo, una reforma fiscal que implica una menor recaudación y afectará, por tanto, al gasto público. ¿No quedamos en que no había dinero? ¿No se recortaba porque habían caído los ingresos espectacularmente? ¿No es de sátiros plantear una medida así y a los pocos días hablar de copagos en las urgencias?