Dostoievski vuelve a Barcelona y el Ensanche parece una ‘banlieue’ parisina
La lógica de la brutalidad y la destrucción sin código moral regresa a la capital catalana con la chispa y excusa de Pablo Hasél para legitimar ese vandalismo sin ningún sentido
No es la primera vez que Dostoievski se instala en Barcelona. Ese nihilismo, esa lógica de la la brutalidad y la destrucción –que no cree en nada y está eternamente insatisfecha con el mundo y consigo misma– iluminada por un Nikolai Stavroguin (Los demonios, 1872) carente de cualquier código moral que se erige en una suerte de juez supremo que decide sobre los demás a través de unos actos absolutamente gratuitos.
Ese nihilismo que nace en la Rusia del siglo XIX y aparece como un estado de la desesperanza característico de quienes no saben qué hacer con su vida y cuyo objetivo no es otro que el de barrer las ideas recibidas. Todo lo recibido.
Destruir lo máximo posible, lo más rápidamente posible
Un nihilismo que cree combatir al Estado, al capitalismo y a la injusticia social y, finalmente, se precipita por el abismo de la violencia anarquista –la acción directa y la propaganda por el hecho- haciendo suya la máxima de Bakunin: “Destruir lo máximo posible, lo más rápidamente posible”.
Un nihilismo que acaba asumiendo, por así decirlo, la filosofía de la destrucción. “Destruyo, luego existo”, escribe André Glucksmann en Dostoievski en Manhattan (2002). Lo contrario, por cierto, de cualquier reforma o revolución que quiere establecer un nuevo orden.
Pablo Hasél como excusa y chispa
Efectivamente, como se decía al inicio de estas líneas, no es la primera vez que Dostoievski se instala en Barcelona. No es la primera vez que el vandalismo se acomoda en una Barcelona (también, en otras ciudades españolas) que parece una banlieue parisina.
Se podría hablar de la Semana Trágica (1909) con las columnas de humo que se perciben des de la parte alta de la ciudad, de la Barcelona de las bombas y las pistolas a caballo de la primera y la segunda década del siglo XX, de las manifestaciones “pacificas” y sus “incidentes aislados” de 2001 y 2002 contra la “globalización” y la Europa del Capital y la Guerra”. Se podría hablar también del vandalismo contra los intereses turísticos y la kale borroka propiciada por el “proceso”.
No se engañen. El asunto Pablo Hasél no es sino la excusa y la chispa -chispa: partícula encendida- que “justifica” una nueva ola de vandalismo sobre la ciudad de Barcelona. ¿Una protesta en defensa de la libertad de expresión? No está el horno para bromas.
Dostoievski regresa a Barcelona. Y solo los ingenuos o cínicos pueden sostener que estamos ante la protesta de una juventud desilusionada, sin trabajo, sin recursos económicos para acceder a la vivienda, o sin horizonte de futuro. ¿Alguien cree que unos muchachos y muchachas que bajan a la calle con la mochila cargada de piedras, un martillo, algunos petardos o botellas vacías, se preocupan por su horizonte de futuro? La culpa es de la derecha dura de siempre, dice el izquierdismo tendencioso y pazguato.
Vandalismo urbano en la `banlieue´
¿De qué se trata, pues? Ni la revuelta de una juventud marginada, ni la rebelión de una juventud olvidada, ni la desesperación de unos jóvenes que podrían clasificarse de perdedores sociales. ¿Quizá la desesperación o la falta de alternativas? Vandalismo. La violencia por la violencia. Destruyo, luego existo, se decía antes.
Un vandalismo urbano, una barbarie, que, como ha señalado Hans Magnus Enzensberger en Perspectivas de guerra civil (1994), es la expresión de una guerra civil molecular que ha estallado en las metrópolis de las sociedades desarrolladas. Un vandalismo –sin contenido ideológico que se agota en sí mismo: solipsismo- que no distingue el bien del mal y tiene que ver con el ansia de notoriedad -¡qué gozo salir en la televisión y la prensa!- y el afán –como si una Red Faction Guerrila se tratara- de diversión.
¿La ideología antisistema de los nuevos vándalos? Entre el barniz y el disfraz. El arte de la representación. La escenificación que no cesa. El vandalismo no es una forma de activismo. El vándalo no es un activista, sino un violento sin causa. Quizá, la causa del vandalismo sea socavar las reglas del juego, fomentar el desorden sistemático y favorecer la metástasis social. ¿Para qué? Para nada.
El vándalo no es un activista, sino un violento sin causa. Quizá, la causa del vandalismo sea socavar las reglas del juego, fomentar el desorden sistemático y favorecer la metástasis social. ¿Para qué? Para nada.
Un aviso al progresismo que nos rodea: no existen los vándalos buenos y los vándalos malos, ni los vándalos bienintencionados y los vándalos malintencionados, ni los vándalos cándidos y los vándalos ladinos. Existen los vándalos. Y punto. Según parece, están orgullosos de serlo. Un toque de distinción.
Al respecto, el autodenominado progresista –el bobo, en palabras de David Brooks en Bobos in Paradise: The New Upper Class And How They Got There (2001): vale decir que “bobo” suele traducirse como “burgués bohemio”) tiene un problema: no entiende que en un régimen democrático la culpa de la violencia es del violento y que el orden es un bien en sí que debemos preservar para asegurar y garantizar la libertad, la seguridad, la democracia, el Estado de derecho.
Mientras el Bundestag se pone de acuerdo contra el vandalismo urbano, el Congreso se enzarza en una peculiar batalla de tweets y descalificaciones mutuas. Y hay quien cuestiona a la policía porque “no protege a la gente”, quien pide la disolución de los antidisturbios, y quien brinda “todo mi apoyo a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles”. ¿Pidiendo justicia y libertad? ¿Antifascistas? Un brillante ejercicio de cinismo o sectarismo.
Pregunta: ¿ahora es el momento adecuado para la reforma del Código Penal y el indulto de los condenados que bravamente defienden la “libertad de expresión” con su arte y comportamiento social? Ruego: no confundan la libertad de expresión con la amenaza y el odio.
La profecía cumplida de Nietzsche
Friedrich Nietzsche, muy probablemente a partir de Fedor Dostoievski, distingue entre el nihilismo activo o violento y destructivo y el nihilismo fatigado o pasivo que ya no ataca nada pero que es igualmente corrosivo (El nihilismo: Escritos póstumos, 2006).
El filósofo alemán anuncia el advenimiento del siglo del nihilismo. La llegada del “más siniestro de todos los huéspedes” no proviene de las “calamidades sociales”, ni “porque el disgusto por la existencia sea mayor que antes”, sino porque actuamos “como si todo fuera en vano…. destruir para ser destruidos, liberados de la moral… la creencia en la absoluta falta de valor y sentido”. Pesimismo, resentimiento, decadencia. Una profecía cumplida.