Dos semanas, dos hombres íntegros
En apenas un par de semanas se nos han ido dos grandes sindicalistas. A uno de ellos, a Simón Rosado, le conocía bastante; éramos amigos, al menos de la forma en que los periodistas nos hacemos amigos de algunas personas que a la vez son objeto de nuestro trabajo. Simón había sido durante unos años contertulio habitual de La plaza, el programa de radio que dirijo.
Llegaba siempre con la hora justa, cuando no un poco tarde y eso me atacaba; callaba siempre muchísimo más de lo que decía, siempre prudente, lo que no le hacía el mejor de mis tertulianos, pero me parecía irrenunciable porque generaba una gran empatía fruto de su honestidad personal y de un profundo sentido común que le hacían imprescindible.
Frecuentemente, al acabar el programa solíamos quedarnos un rato largo comentando mil y una situaciones, de aquí, de Madrid, o de cualquier otro tema que nada tenía ver con el sindicato, como si la hora de tertulia oficial que teníamos se nos quedara corta. Para mí, así era.
El viernes falleció Marcelino Camacho, fundador y líder histórico de CCOO. A Marcelino también tuve ocasión de conocerle, gracias a un par de encuentros en su despacho, más allá de las veces en que he asistido a alguna rueda de prensa o acto en el que él estuviera. Mi conocimiento es, pues, mucho más superficial, pero me impresionó su sencillez, integridad y compromiso con la causa de defensa de los derechos de los trabajadores.
Con algunas de las cosas que Simón o Camacho defendían tengo bastantes diferencias, pero hay otras, y no sé si son las más importantes, como algunos de los valores que defendían que aprecio profundamente.
Simón y Camacho eran muy distintos. El primero era un profundo renovador de la actividad sindical. Durante un tiempo largo estuvo estudiando la posibilidad de disputar la secretaría general de CCOO al hombre designado por Coscubiela para sucederle, el actual secretario Juan Carlos Gallego, y pasamos bastantes horas en las que Simón me explicaba sus ideas acerca de las prácticas que a su juicio el sindicato debía ir abandonando y el modelo que él pondría en marcha si finalmente se presentaba y salía elegido. Un cambio profundo y muy interesante que finalmente se ha quedado en su disco duro. Camacho estaba más atado al icono que fue, al ejemplo vivo que constituía.
En cualquier caso, más allá de las posiciones políticas que cada uno tenga, creo que los dos deben ser reconocidos como dos personalidades destacadas de nuestra historia más reciente. Unas figuras que debemos homenajear por lo que fueron y por lo que representan.
Y es que además de su valiosa aportación en el terreno sindical, Simón Rosado y Marcelino Camacho simbolizan la generosidad, el sacrificio personal en pos de unos ideales, el inconformismo ante situaciones de injusticia que ellos, y muchísimas personas más, pusieron en la lucha por las libertades, contra la dictadura y en defensa de la sociedad democrática que hoy disfrutamos, una sociedad que con sus tensiones y dificultades es muchísimo mejor que aquella época de las tinieblas en la que España estuvo durante muchos años. Sin ningún espíritu revanchista, que encontraría estúpido, carente de cualquier interés revisionista, creo que hay que realzar esos valores, esa entrega, que ellos nos mostraron.
Este país, la sociedad actual en la que vivimos necesita una buena dosis de esos valores que ellos encarnaron y que les llevaron al compromiso con el que construyeron su vida. Simón Rosado no tiene aún la Creu de Sant Jordi, como decía un lector en la noticia en la que dábamos cuenta de su fallecimiento, pero Catalunya tiene una deuda con él.
La próxima semana, CCOO le hará un merecido homenaje en las Cotxeres de Sants. No es suficiente. Su labor benefició a toda la sociedad catalana y a ésta y a sus autoridades les concierne despedir con los honores que se merece a esta figura del sindicalismo.