Dos respuestas y una duda sobre la independencia
El debate público sobre la independencia de Catalunya genera muchas dudas que no siempre obtienen la respuesta adecuada. Me propongo intentar aclarar algunas que son de cajón para cualquier economista y plantear alguna duda que tengo internamente y que todavía no he visto resuelta.
Las pensiones. Tengo a mi padre preocupado por si le retirarán la pensión en el supuesto de que Catalunya sea un estado independiente. Igual que él, también están preocupados un buen grupo de jubilados catalanes. Pues bien, es un temor infundado que hasta ahora no he visto que se explique correctamente. Permitidme intentarlo.
La pensión de jubilación es una prestación «vitalicia, única e imprescriptible que se concede al trabajador cuando, debido a la edad, cesa en el trabajo». Esto no me lo invento yo, lo dice la Seguridad Social y lo podéis leer aquí.
Según este organismo, la única causa de cancelación de la prestación es la muerte del pensionista. Da igual que el jubilado se cambie de sexo, vote en blanco (o no vote), se divorcie, saquee el Palau de la Música, asesine a alguien, se vaya a vivir en otro país o le toque la lotería.
En estos casos la pensión de jubilación no se pierde. La independencia de Catalunya afectaría a los pensionistas igual que a los pensionistas alemanes que viven en la Costa del Sol. En nada. El estado alemán no les cancela la pensión porque hayan decidido residir en el extranjero. La jubilación no se pierde porque es un derecho personal y «vitalicio».
El euro. La moneda es una decisión soberana que un país adopta de acuerdo con sus intereses. Ningún país extranjero puede imponer la moneda a otro. Al contrario, hay países como Ecuador o Panamá que tienen como moneda oficial el dólar sin el consentimiento de Obama.
Pero no vayamos tanto lejos. En Europa, hay muchos países que están dentro de la Unión Europea y que no tienen el euro como su moneda oficial. son 10: (Dinamarca, Suecia, Reino Unido, República Checa, Rumanía y Bulgaria, Croacia, Lituania, Hungría, Polonia).
También está la situación inversa. Algunos países que no están dentro de la Unión Europea tienen el euro como moneda oficial. Es el caso de Andorra, Mónaco, el Vaticano, Kosovo y Montenegro. Noruega es un caso paradigmático: es un país que ni pertenece a la Unión Europea, ni pertenece al euro, pero que gracias a otros tratados (EEE y EFTA) tiene una posición muy envidiable de relación con la UE.
Pero, aunque sea políticamente incorrecto, como economista no puedo descartar la moneda propia. Una Catalunya independiente puede decidir que esta moneda tenga un cambio fijo con el euro (como la corona danesa) o que «flote» en el mercado (como Suecia).
¿Qué fórmula es mejor? Sin duda casi todo el mundo ya conoce las ventajas del tipo fijo (reducción de incertidumbre, fácil valoración de precios y activos, paso previo al euro). En cambio, en el caso de sufrir una crisis, la devaluación de la moneda permite salir más rápidamente.
La historia nos permite mirar atrás y ver qué pasó después de la crisis asiática de 1997 en dos países con características similares. Hong Kong con una moneda ligada al dólar americano, y Singapur, cuya moneda sufrió una fuerte devaluación. Hoy, 15 años después, Singapur ha duplicado su PIB mientras que Hong Kong apenas ha crecido un 25%.
La administración. Tenemos una estructura administrativa caducada y que no responde de ninguna forma a los retos de la economía actual. Fiscalmente, sabemos que las grandes empresas y los ciudadanos más ricos son los que se libran mejor del pago de impuestos como pasa con Google, Starbucks o Apple.
La seguridad jurídica es cada vez menor con gobiernos que cambian de opinión según sopla el viento, como ha pasado con la energía solar. La burocracia y el papeleo ahoga la poquíssima iniciativa emprendedora que hay en el país como demuestra nuestro lugar 125 (de 145 países) en regulación gubernamental en el ranking de competitividad del WEF. El acceso a la función pública es costosísima, y en muchas instituciones acaba siendo endogámica, como la judicatura o la académica.
La duda: ¿Si tenemos un nuevo país empezaremos de cero? Yo espero y deseo que sí, y que adoptemos alguno de los modelos de administración eficiente que son conocidos. De todas formas, yo ya he escrito mis propuestas en varias ocasiones (Un recorte eficiente, Felip Puig y la burocracia, Seis propuestas para salir de la crisis, Sospechosos habituales, ¿Por qué las administraciones públicas perjudican a las empresas?).
Porque si tenemos que crear un nuevo país para que sea una mala copia del que teníamos, mucha gente nos dirá: «Para este viaje, no hacían falta alforjas» y personalmente sería una gran decepción.