Dos meses… y nada
Ya han transcurrido dos meses desde que se celebraron las elecciones plebiscitarias y seguimos en nada. Los soberanistas ganaron el plebiscito y en cambio se empeñan en demostrar lo contrario. Están dejando pudrir la victoria, como subrayó muy acertadamente Francesc-Marc Álvaro, en una entrevista reciente con motivo de la presentación de su último libro, Per què hem guanyat. 127 dies que van canviar Catalunya (Comanegra). Se está perdiendo en los despachos lo que se ganó en las urnas.
Tengo la sensación de que la mayoría de los soberanistas están decepcionados con la actitud de la CUP, el partido antisistema que está demostrando que es incapaz de dar respuesta a lo que está ocurriendo en Cataluña. Su necesidad de preservar cohesionado un partido que es fundamentalmente de «cuadros», como se decía antes, con pocos afiliados y una ideología fuerte que les cohesiona aunque les aleje de la realidad. No se engañen, lo que normalmente someten a votación en sus reuniones plenarias es la identificación con esa ideología. Las asambleas son al fin y al cabo un puro formalismo.
La CUP tiene en vilo a los soberanistas mientras el gobierno español aprovecha la debilidad del ejecutivo catalán para propinarle un duro golpe al decretar el control de las finanzas de la Generalitat. Pero parece que para los anticapitalistas eso no importe porque lo que está pasando se produce en el contexto del viejo paradigma autonómico.
Según el particular razonamiento de los dirigentes de la CUP, no pasa nada si la crisis de la Generalitat se agrava, porque ello desembocará en el crecimiento del independentismo. Si el frente soberanista fuese mucho más amplio y su mayoría superior a la actual, no digo que no tuvieran razón. Pero eso no es así, por lo menos de momento.
La izquierda unionista, la que la CUP no sabe seducir pero con la que no tiene ningún inconveniente de trabajar codo a codo cuando se tercia, culpa de lo que está pasando a Artur Mas y a su partido. Si la Generalitat no puede pagar la factura farmacéutica, la culpa es del consejero Boi Ruiz, que es muy malo, muy malo, y además es el culpable del vaciado de las arcas públicas por medio de los «corruptos» consorcios sanitarios. No sé por qué, pero la complacencia de la CUP con los unionistas de Podemos y Catalunya Sí Que es Pot (CSQP) me recuerda al anhelo de ERC por pactar con el PSC en 2003 y así propiciar su reconversión al soberanismo.
Ni Josep-Lluís Carod-Rovira, ni Joan Puigcercós consiguieron culminar tamaña empresa. El idilio duró siete años y acabó en divorcio. El PSC no sólo no está donde estaba, sino que ha dado un paso atrás al renunciar incluso al derecho de autodeterminación de los catalanes, el famoso derecho a decidir mediante la convocatoria de un referéndum. Oriol Junqueras llegó hasta la cumbre de ERC en plena crisis de identidad republicana. Y ahí está, esperando su oportunidad.
Ahora la extrema izquierda va justificando su negativa a investir a Artur Mas como presidente con argumentos parecidos a los de ERC. Los protagonistas son otros, sin embargo. La respuesta de Podemos y sus adláteres en Cataluña es olvidarse de poner en el programa electoral la posibilidad de que se convoque un referéndum pactado en el hipotético caso de que Pablo Iglesias llegase a gobernar algún día. La rectificación posterior de tamaño error lo subraya todavía más. La CUP va a necesitar algo más que unas «cuantas medidas de choque» para «captar» a los unionistas de izquierda para la causa soberanista.
Los de Podemos son, como Duran i Lleida, partidarios de una tercera vía. Son «cambonianos» de izquierda, que es lo que era Pi i Margall en su tiempo, por citar al referente del candidato Xavier Domènech, pues en versión conservadora o progresista, Cambo y Pi creyeron que la solución a las demandas catalanas de soberanía nacional se resolvían con un cambio de gobierno en Madrid. Nada que ver, pues, con la revolución nacional (de los países catalanes, además) y socialista que propugna la CUP.
Los medios afines a la CUP pero que no pertenecen al Cicuta Party se dan cuenta de lo que está pasando. Vicent Partal, por ejemplo, escribe que en los dos últimos meses se ha perdido el tiempo y ha quedado demostrado que «la mayoría parlamentaria [soberanista] es aritmética solamente. Políticamente, en cambio, es dudosa porque nadie sabe —ni sabrá nunca, al paso que vamos— si puede contar con todos los setenta y dos diputados o no.
Por otra parte, no hay gobierno, y la verdad es que hoy nadie es capaz de decir si lo habrá o si vamos a unas nuevas elecciones en marzo. En cambio, el Estado —eso sí que ha cumplido las expectativas— ataca con la ferocidad prevista en todas direcciones».
La política catalana es hoy una selva espesa donde se confunden los emboscados. Un emboscado es quien esquiva sus obligaciones militares en tiempo de guerra y corre a escudarse con una ocupación cómoda para mantenerse alejado del cumplimiento de otra.
La CUP y sus portavoces dicen sentirse solos, sin el aliento de aquellos que no desean que Mas sea investido presidente, refiriéndose a CSQP, aunque ese sea un deseo que comparten con PP, C’s y PSC. También dicen sentirse acorralados por gente malísima, miembros de la «derechona» mediática, que les presiona injustamente.
Todo eso son excusas para no dar cumplimiento a lo que se le pide a cualquier político en tiempos de tribulación: que esté a la altura de las circunstancias. Mientras tanto, la CUP deja para las calendas griegas la independencia y las socorridas necesidades sociales de los catalanes.
El pretexto para impedir la investidura del candidato de la mayoría soberanista —la complicidad de Mas con las políticas de austeridad—, se convierte en uno de los mayores fraudes de la extrema izquierda catalana, puesto que deja en manos de la arbitrariedad del gobierno del PP que se atiendan o no el pago a las farmacias, las ayudas a la dependencia o los conciertos de cualquier tipo. En fin, un desastre.