Dos horribles temerarios
En vez de darle buen trato, un imprudente Pedro Sánchez se dedicó a humillar al socio obligatorio pero díscolo al que ya creía haber puesto los grilletes
Ando a la búsqueda de las razones de mi error al considerar a Sánchez como presidente antes de tiempo pero sólo encuentro sinrazones. Cualquier analista político hubiera apostado por el pacto entre el PSOE y Podemos una vez Pablo Iglesias renunció a su prebenda ministerial. Sobre el papel, estaba hecho. Cruzando datos, no había duda.
No fue así. Leo sin el menor provecho más y más artículos a la caza de mi errónea interpretación. ¿Dónde estaba el fallo de lógica deductiva? El fallo estaba en otra parte.
Más allá de interpretaciones retorcidas, lo único cierto es que Sánchez ha fracasado en la investidura
Encuentro como veremos explicación, no consuelo, en la relectura al azar del monumental libraco Historia general los piratas, atribuido a Daniel Defoe, autor del célebre Robinson Crusoe.
Como algunos lectores recordarán, comparé varias veces en este digital a los dos jugadores, Sánchez e Iglesias, con dos tahúres que jugaban al póquer descubierto e iban subiendo las apuestas sin enseñar todas las cartas. Al destapar las últimas quedó claro que habría acuerdo: coalición sí, Iglesias no.
Como si los políticos al hablar con periodistas no hicieran otra cosa que intentar intoxicarles y embaucarles, algunos cronistas de oído gordo, pluma servil e interlocutor supuestamente portador de información privilegiada fiable convierten ahora el fracaso de Sánchez en el asesinato político de Iglesias. Tajo al cuello y avanzando.
Los partidarios de dar la vuelta al calcetín del fracaso de Sánchez dan por sentada la muerte política de Iglesias
Incluso el finísimo analista Miquel Iceta declara, por supuesto con posteridad, que siempre creyó en el desenlace que al final se produjo. Habérselo advertido a Sánchez. Haberlo insinuado o dado a entender en público. Haber hecho algo para remediarlo.
Más allá de interpretaciones retorcidas, interesadas o incluso ingenuas, que también las hay, y todas en el mismo sentido laudatorio, lo único cierto, por ahora, es que Sánchez ha fracasado en la investidura.
Lo disfraces como lo disfraces, un fracaso es un fracaso. La inestabilidad y la prolongación del paréntesis gubernamental subsiguiente no son una panacea sino una dificultad añadida a las muchas que acechan a cualquier país en una coyuntura internacional tan dura y competitiva.
Los partidarios de dar la vuelta al calcetín del fracaso de Sánchez dan por sentada la muerte política de Iglesias, según ellos ya casi descabalgado de la dirección de unidas Podemos. Es previsible que así suceda, pero también lo contrario.
El castigo a la discrepancia es una de las principales características de los partidos españoles, que aparecen así como bloques monolíticos
Ya hemos visto, en el caso de Ciudadanos, que cuánto más se cuestiona a su líder y más cancha se da a los disidentes, más se refuerza Albert Rivera en la dirección y la patrimonializa sin escuchar ni mucho menos integrar la pluralidad de voces propia de un partido democrático homologable.
El castigo a la discrepancia es una de las principales características de los partidos españoles, que aparecen así como bloques monolíticos, rígidos, habituados a la imposición y poco aptos para la negociación, la adaptabilidad y el compromiso.
El de Sánchez es un caso particular y excepcional de capitán depuesto por la tripulación y luego capaz de recuperar el mando mediante un golpe de audacia y castigar a los rebeldes. Que le pregunten a Susana Díaz.
Llegamos así a las explicaciones de lo sucedido en el Congreso que podríamos obtener de la lectura de uno de los libros más espeluznantes y a la vez instructivos sobre la naturaleza humana al desnudo, la ya referida Historia general de los piratas.
Salvo algún pirata caballeroso en los modales y poco partidario de causar más daños de los imprescindibles, la exhibición de la crueldad sin sentido y a la venganza desmesurada constituían una seña de identidad de los depredadores del mar, convencidos de que su fama de despiadados sin cuartel causaría tal terror entre sus víctimas que se rendirían sin presentar la menor resistencia al ver la enseña de la calavera y los huesos cruzados sobre fondo negro.
Salvando las distancias, este ha sido el proceder de Sánchez y su máximo asesor, el jefe de gabinete Iván Redondo. Infundir temor a los demás desde su posición de fuerza.
Maniobrar a diestra y siniestra a fin de amagar su verdadera intención, el domino absoluto de los mares de la política hispana, conseguido, no a base de diputados suficientes o de negociar alianzas sino de amedrentar amenazando con el hundimiento general de la flota que representan unas segundas elecciones.
La batalla por el gobierno
Pablo Casado no tenía porqué picar, puesto que estaba a salvo. Rivera reaccionó alejándose a toda vela del PSOE. Iglesias, atrapado y en funciones de consorte obligatorio, se resistió cuánto pudo pero al final tuvo que arriar su enseña ministerial. El resto ya lo saben. La batalla cuerpo a cuerpo fue digna del Caribe en pleno e inestable siglo XVII.
Por más que hagan correr luego la voz de que su pretensión era hundir el bergantín de Iglesias, Sánchez y su contramaestre Redondo creían tener amarrada la presa. En vez de darle buen trato, un imprudente Sánchez se dedicó a humillar al socio obligatorio pero díscolo al que ya creía haber puesto los grilletes, pero Iglesias, que es de su misma pasta temeraria, se resistió y en una muestra de coraje y bravura sin par, consiguió abrirle una considerable vía de agua.
El gran Giambattista Vico consideraba que nuestros antepasados más remotos constituían hordas de horribili bestioni que poco a poco y mediante grandes esfuerzos se han ido civilizando, si bien algunos no tanto como podría parecer, sería de desear e incluso les convendría.