Dos formas de comunicar: el Rey y Rajoy
Es momento de balances. Felipe VI heredó de su padre la tradición del discurso de Nochebuena en un estado constitucionalmente aconfesional. Sobre las cuestiones de fondo de su mensaje hubo cierta unanimidad en su valoración. La mayoría de partidos políticos y medios de comunicación lo calificaron como valiente, posibilista y bien orientado sobre el diagnóstico de los problemas más importantes que tiene España en estos momentos: corrupción, la necesaria regeneración democrática, el desempleo y la integridad territorial. ¿Cabe esperar algo más del nuevo monarca? ¿Le corresponde a él proponer soluciones o únicamente debe ceñirse al papel que le otorga la carta magna? En cualquier caso, su discurso fue seguido por el 73% de los televidentes en esa franja horaria, sumadas todas las cuotas de pantalla de las diferentes cadenas. Es, tal vez, el mismo porcentaje (70%) que indican las diferentes encuestas que valoran, a día de hoy, su aceptación y popularidad, solo superada por el papa Francisco.
A Felipe VI se le ha visto con soltura ante las cámaras. Era su primera gran reválida, la de los primeros seis meses y su primer balance anual, y el Rey quiso demostrar (y demostrarse) que era capaz de trasladar una nueva forma de comunicar. Se mostró seguro, firme, convencido de lo que decía, con confianza en sí mismo y tratando de trasladar parte de esa confianza a los televidentes. Nada que reprochar en su actitud y disposición a la hora de enfrentarse a las cámaras. Sin embargo, cometió el error de rebuscar el escenario, su teatro de operaciones. El sofá vacío que tanto juego está dando en las redes sociales, (ocupado por los Simpson, el pequeño Nicolás o el empresario Arturo Fernández) hizo el efecto contrario al buscado. El efecto «silla vacía», que traslada soledad en la ejecución de su tarea e incluso, en determinados planos, actuó como una barrera entre el espectador y él, sentado en la silla al fondo de la sala. Tal vez ha pagado una cierta novatada creando artificialmente una sala de estar, cuando lo más fácil, sencillo y sincero hubiera sido elegir un rincón amable, no hecho a medida.
El estilo contrario, si se puede calificar así, es el que exhibe una y otra vez el presidente Rajoy. Es tremendo el esfuerzo que le supone enfrentarse a unas cámaras, a la prensa. Transmite recelo e incomodidad ya en el modo de acercarse al atril, sin mirar de frente, con una cara poco amable, de trámite. Sus gestos, sus tics, su lenguaje corporal, denotan su auténtico estado de ánimo: estoy aquí por que no me queda más remedio, lo tengo que hacer, espero que pase pronto. Mariano Rajoy y los líderes del partido popular saben como está su popularidad, su bajísimo nivel de aceptación y simpatía. Dicen que tienen la receta para darle la vuelta y no es otra que mejorar la comunicación. La señora de Cospedal cree que deben «explicar mejor lo hecho hasta ahora» y el presidente Feijóo reconoce que «deberamos ter falado máis». Seguramente a lo largo del año electoral 2015 les veremos a ellos y otros miembros de los diferentes gobiernos tratando de hacer la labor pedagógica y comunicacional que el presidente Rajoy es incapaz de hacer.
Uno de estos comunicadores será Rafael Hernando, nuevo portavoz del grupo parlamentario. Son las cosas de Rajoy. Nombrar portavoz a un diputado que pasará a la historia por la frase más insultante, injusta, antidemocrática e inhumana que se le podía ocurrir, acerca de la dedicación de los familiares de las víctimas franquistas que buscan sus restos para darles sepultura «tal vez porque hay ayudas económicas para hacerlo». En un estado decente, más serio y menos permisivo ante la impunidad que el nuestro, un diputado no se atrevería a hacer semejantes afirmaciones. Y, si las hace, debería ser cesado inmediatamente e inhabilitado para cobrar un sueldo público, pagado con los impuestos de todos los españoles incluidos los familiares de los represaliados por un régimen alzado por un golpe militar.
Huir de la prensa, insultar al contrario, no ser transparente, confiar en la aceptación de la ciudadanía a los resultados de la gestión de gobierno, forman parte de un estilo que se traduce (consciente o inconscientemente) en una forma de comunicar: «confíen en mí y en mi equipo, sabemos lo que hacemos». La situación actual (y las nuevas generaciones de votantes) exige otra, basada en dos axiomas muy sencillos: hacer lo que se dice, con claridad y transparencia, y decir lo que se hace, comunicándolo más y mejor. El Rey parece que entendió el mensaje y lo hizo suyo. Rajoy, aunque lo entendiese, sería incapaz de cambiar su estilo.
José Picado Carballeira es consultor y profesor en la Escuela de Finanzas