¿Dónde están Pere Llorens y Miguel Ángel Fraile?

Estos dos nombres son los verdaderos amos y señores del comercio en Cataluña. Por edad, más el segundo que el primero. Son los máximos responsables de la Confederación de Comercio de Cataluña y desde tiempo atrás son los que han liderado la organización de los botiguers catalanes y defendido sus intereses ante los diferentes gobiernos y antagonistas del propio sector, las grandes superficies, entre otros.

Tanto Pere Llorens, presidente, como Miguel Ángel Fraile, secretario general, son personas que han sabido mantener la patronal del comercio catalán (durante un tiempo controlaron la española, pero perdieron ese liderazgo) más o menos próxima al gobierno de turno. Atentos a los cambios de leyes y normas, ambos dirigentes del sector terciario han constituido uno de los lobbys más potentes del país hasta el punto de que el modelo comercial catalán, so pretexto de ser diferencial y propio, es uno de los más inmovilistas y conservadores de España. De Europa, de hecho.

 
Señalar los comercios por su adhesión al independentismo es intolerable, un totalitarismo ideológico peligroso

Se han entendido bien con CiU durante décadas y luego hicieron lo propio con ERC en los años del gobierno tripartito que este partido pilotó el comercio. Incluso con el PSC durante las décadas que ese partido gobernó los principales municipios catalanes. Ellos y sus representados son gente de orden, de esa mayoría natural catalana que ha convivido con casi todas las formulaciones y regímenes políticos de la historia, y su actuación siempre ha estado regida por unos mínimos de cordura e inteligencia democrática ineludible.

Desde esa posición y reconocimiento, me atrevo a apelar a ambos ante lo que está sucediendo. Que la Asamblea Nacional de Catalunya (ANC) haya decidido marcar los comercios de los barrios de Barcelona como amigos de la asociación independentista catalana es una muy mala noticia. Marcar a los partidarios es una forma también de señalar a quienes no lo son y esa distinción es propia de actitudes que evocan totalitarismos de principios del siglo pasado. No deberían los comerciantes secundar y participar de eso tipo de actos segregadores. Se ha empezado por una iniciativa del barrio de Les Corts, donde la ANC tomó su primera decisión. Su extensión a la ciudad y conversión en un modus operandi de militancias políticas e ideológicas sería una muy grave noticia para un país que se jacta de ser más democrático que nadie y más pulido en lo formal que sus hipotéticos adversarios. Y Llorens y Fraile no deberían permitir ninguna instrumentalización del comercio, porque podría llegar a sospecharse que la inacción constituye en la práctica una actitud cómplice.