Donald Trump y la censura perfecta

El bloqueo digital de Trump no es otra cosa que la expansión de la dictadura de lo políticamente correcto a todos los ámbitos de la sociedad

Donald Trump en la Casa Blanca | EFE/Archivo

El asalto al Capitolio que tuvo lugar la semana pasada en Washington por parte de un grupo de seguidores de Donald Trump ha tenido, como no puede ser menos, multitud de consecuencias tanto a nivel político como social, siendo una de ellas la suspensión permanente de la cuenta oficial del presidente de EEUU por parte de Facebook y Twitter debido “al riesgo de incitación a la violencia” que se deriva de su discurso populista.

Esta decisión no sólo resulta inédita, sino que bien podría marcar un significativo punto de inflexión en el funcionamiento de las redes sociales y el devenir de la comunicación digital a medio y largo plazo. Cabe recordar, además, que estas aplicaciones jugaron un papel clave en su ascenso al poder, con lo que su bloqueo resulta aún más relevante.

Las grandes plataformas, tales como Twitter, Facebook o YouTube, ya no son un espacio totalmente abierto y garante de la libertad de expresión, donde cualquiera, con independencia de su ideología, puede reflejar su opinión, siempre y cuando no sea constitutiva de un delito flagrante.

Desde hace ya algún tiempo, estas empresas han comenzado a moderar sus contenidos mediante la fijación de determinadas condiciones de publicación, estableciendo así una especie de filtro por el cual se pueden eliminar ciertos mensajes e incluso suspender a usuarios de forma temporal o indefinida.

Twitter y Facebook han hecho uso de esta nueva normativa interna de funcionamiento para borrar todo rastro de Trump en sus redes. La reacción de sus seguidores, que se cuentan por decenas de millones , y de buena parte de la derecha política y social, ha sido migrar hacia otras plataformas como Parler, cuyo uso ha crecido de forma sustancial en los últimos meses al no contar con esas particulares políticas de “moderación” interna.

Sin embargo, Amazon, Apple y Google han retirado esta aplicación de sus portales, limitando así su acceso a través de descargas, bajo el argumento de que no hace lo suficiente por controlar el discurso violento en internet.

Todo ello ha abierto de par en par el debate existente en torno a la censura digital y el cuasi monopolio que ejercen estas empresas. Y lo más curioso es que mientras desde la izquierda se aplaude esta decisión amparándose en la libertad de empresa, ciertos sectores de la derecha abogan por regular estas plataformas a fin de limitar su capacidad para eliminar cuentas y mensajes. El discurrir de esta polémica determinará, en gran medida, el futuro de la opinión digital.

La cuestión es que estas plataformas, teniendo derecho a filtrar los contenidos que publican, cometen un grave error censurando a Trump. Si se respeta realmente la propiedad privada, Twitter, Facebook y YouTube son muy libres de autorregular su funcionamiento en base a los criterios que determinen, cosa diferente es que acierten al hacerlo.

Es mucho mejor que Twitter o Facebook se autorregulen a que Joe Biden o Pedro Sánchez determinen quién puede o no acceder a estas plataformas para publicar según qué cosas

Algunos señalan que a diferencia de los medios de comunicación, que sí son responsables de los comentarios que publican sus usuarios, dichas plataformas no tienen derecho a eliminar cuentas y mensajes, en lugar de plantearse si tiene sentido responsabilizar a la prensa de la opinión de sus clientes —la respuesta es no—.

Además, quien aboga por regular las redes desde el Estado olvida que dicha intervención implicaría, esta vez sí, enormes riesgos para la libertad de expresión, puesto que los criterios de publicación quedarían en manos de los políticos, cuyos incentivos e intereses están claramente sesgados desde el punto de vista ideológico.

Así pues, es mucho mejor que Twitter o Facebook se autorregulen a que Joe Biden o Pedro Sánchez determinen quién puede o no acceder a estas plataformas para publicar según qué cosas. El riesgo de censura en este caso aumentaría de forma exponencial, por no decir que estaría garantizada.

Dicho lo cual, la suspensión de la cuenta de Trump por parte de estas empresas es un error que, de una u otra forma, pasará factura. En primer lugar, porque resulta aberrante que se suspenda a Trump habiendo cientos de cuentas oficiales cuya defensa de la violencia y el odio resulta mucho más radical y explicita, desde la dictadura chavista de Nicolás Maduro hasta el régimen ayatolá de Irán, que aboga por el exterminio de los judíos.

Semejante grado de hipocresía y desvergüenza no sólo merece una firme condena, sino que debería traducirse en una rotunda penalización por parte de los millones de usuarios que se han sentido marginados en forma de baja o boicot publicitario.

Y, en segundo lugar, porque si las redes sociales acaban imponiendo una marcada línea editorial, desechando con ello a buena parte de sus clientes, traicionarán por completo su propia esencia y, por tanto, el secreto de su éxito, que no es otro que ofertar nuevas formas de participación e interacción social abiertas a todo el mundo, con lo que se estarían pegando un tiro en el pie.

Lo que evidencia, en última instancia, el bloqueo digital de Trump no es otra cosa que la expansión de la dictadura de lo políticamente correcto a todos los ámbitos de la sociedad, incluido el digital, el éxito de ese discurso progre según el cual nadie puede cuestionar el cambio climático, la ideología de género o las políticas identitarias, a riesgo de ser tachado de “fascista” y “antidemócrata”.

La condena social de determinados discursos, sin necesidad de que tenga que intervenir el Estado, es, sin duda, el mejor reflejo de la censura perfecta: la autocensura, ya sea personal o empresarial.

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