Doble barcelonismo
Barcelonismo no es sólo ser seguidor del Barça. Va siendo hora de recuperar el barcelonismo de ciudad como lugar de encuentro
Pocas palabras disponen de capacidad de convocatoria tan amplia y diversa como el barcelonismo. Barcelonista es el socio del Barça, barcelonistas son los seguidores del Barça, una amplísima masa social va mucho más allá del fútbol y mucho más allá de Cataluña. Se ha llegado a decir, medio en broma, que el Barça ha dado nombre a Barcelona. Nombre no, renombre, sin duda.
El Barça es un fenómeno único. Antes de llegar a lo alto de la élite europea y mundial del deporte rey, el Barça ya era més que un club. Nada más cierto, puesto que recogía y canalizaba aspiraciones y sentimientos mucho más amplios.
Barcelona ni ha escrito la historia, ni se ha quedado anclada en algún momento de ésta
Al Barça le costó mucho eclosionar. Rondaba la cumbre pero caía antes coronarla. El culé era un sufridor, hasta que llegó madurar un estilo, una personalidad, una manera de ser y de estar, un modelo propio que lo situó entre los mejores.
Barcelona es también única. Las ciudades con mayor atractivo y visitantes se dividen en dos categorías. Las grandes capitales del mundo, las protagonistas de la historia, y las ancladas en algún momento de su propia historia.
En la primera lista están París, Londres, Roma, Moscú, Berlín, Estambul y tras ellas Madrid. También Tokio, Pekín o Nueva York, el faro del mundo desde los años cincuenta. En la segunda, Venecia, Praga, Florencia, Brujas o Dubrovnik, entre las mejor conservadas y apreciadas por su harmoniosa belleza.
Barcelona se ha hecho a sí misma pese a las políticas de estado
Barcelona no está en ninguna de las dos categorías sino en una tercera que comienza y acaba en ella misma. Ha llegado a los primeros puestos como el Barça, de un modo extraño, a partir de unas condiciones singulares, aprovechando intersticios y oportunidades que a otros les parecían baladíes.
La palabra barcelonismo tiene dos acepciones. La más conocida hoy se refiere a su club estrella. La que ha posibilitado que el Barça esté entre los mejores es el barcelonismo como idea de ciudad. Barcelona se ha hecho a sí misma sin, ser capital de estado y la mayor parte del tiempo sin el concurso del estado o pese a las políticas de estado.
El barcelonismo de ciudad nació mucho en la segunda mitad del siglo XIX. Sin que nadie difundiera la menor consigna, los catalanes se lanzaron a construir una gran ciudad. En palabras de Vicens Vives: “Cataluña creaba un órgano de resonancia histórica y mundial muy por encima de sus posibilidades humanas: Barcelona.”
Ninguna capital mundial concentra el tanto por cierto de la población del país como lo hace Barcelona
Buscando la razón del fenómeno, Vicens lo atribuye a un acto de fe de todos los catalanes, sin excepciones ni reticencias, que propició un esfuerzo gigantesco y consiguió su objetivo. He aquí el barcelonismo de la ciudad.
Cataluña es el único país pequeño que ha culminado una empresa similar. La ‘gran Barcelona’, la conurbación de 4,7 millones de habitantes que concentra el 63% de la población de Cataluña, es mayor que la capital de cualquier país que cuente con el doble o el triple de habitantes. Fenómeno único.
Los alcaldes barcelonistas
Con la derrota de la Guerra Civil, el catalanismo se refugió en las catacumbas. El barcelonismo no. El primer alcalde franquista, Miguel Mateu, fue un gran barcelonista.
En vez de destruirlas como se le había ordenado, escondió para más adelante en un almacén municipal las estatuas más significativas de la ciudad, como la del Doctor Robert o la de Rafael Casanova. Entre sus muchos logros preservó los nombres de las calles.
Años después, el alcalde Porcioles relanzó Barcelona. Obtuvo la primera Carta Municipal en tiempos dificilísimos y diseñó el futuro a lo grande como un auténtico visionario.
Pasqual Maragall fue el último alcalde barcelonista
Creía tanto en Barcelona, el famoso acto de fe, que presentó una candidatura olímpica para los Juegos Olímpicos del 1972, los de Múnich, que luego el Comité Olímpico Español presentó cambiando el nombre. Borró Barcelona y puso Madrid.
Pasqual Maragall fue el último alcalde barcelonista. Se sabía y se sentía heredero del Doctor Robert y de Porcioles. Gracias a otro franquista barcelonista, Antoni Samaranch, Barcelona triunfó con los Juegos del 92.
El Barça, el Barça de Montal, de Núñez, de Laporta y de Cruyff, tardó bastante más que su ciudad matriz, pero al fin también consiguió estar entre los mejores.
Va siendo hora de recuperar el primer barcelonismo como lugar de encuentro, la fe en la ciudad, la confianza, el empuje, la vocación universal. Es lo que necesita Barcelona. Es lo mejor para Cataluña.