Disturbios, medallas y elecciones

El descrédito del Govern ante el independentismo y el despertar político de los jóvenes genera una corriente que puede desembocar en abstención o la CUP

Para decenas de miles de post adolescentes de Barcelona y alrededores, estos días de manifestaciones y disturbios constituyen una protesta contra las sentencias pero no para todos la reivindicación de la independencia, y menos inmediata. Se trata de su bautismo de calle, la asunción generacional de un protagonismo que entienden y asumen como rechazo a la deriva autoritaria del estado.

Se gustan, y por eso repiten día a día a pesar de correr riesgos. La inmensa mayoría de estos jóvenes huyen de las cargas de policiales y se apartan de los encapuchados. Sin embargo, la proximidad a los enfrentamientos es para ellos una especie de revelación.

Están ahí, no saben qué van a conseguir, tal vez intuyen que no van a cambiar nada a corto plazo, pero son conscientes de dos extremos muy importantes: son el centro de las miradas; tienen capacidad, influencia, fuerza de cambio. Quieren sentirse libres y poder confiar en el futuro.

A rebufo de la sentencia han encontrado un modo de intervenir en la vida pública.

Las marchas y las movilizaciones de estos días no parecen ser el principio de una nueva etapa de movilización permanente sino el triste colofón de una larga etapa de la vida política y social catalana, la que va de la sentencia del TC contra el Estatut a las condenas de los líderes del ‘procés’.

Claro que el independentismo no ha muerto, pero es mejor no dejarse engañar por los acontecimientos y las llamaradas de estos días. Se encuentra en fase inoperante, desorientado, dividido, sin salida, sin iniciativa, a la espera de quién sabe qué desencadenante de algo nuevo en un incierto devenir.

La independencia se antoja mucho más lejos hoy que dos años atrás. Mientras, unos, otros y los de más allá deberán afrontar elecciones. Eso sí es inminente y va a marcar el rumbo de los próximos años.

Si en tiempos de confusión, tensión e incertidumbre ya es difícil describir el presente, y más aun a quien resiste la tentación de pintarrajearlo con sus propios colores, la empresa de prever consecuencias puede ser temeraria.

Dos beneficiarios de las brumas: el PSOE y la CUP

Entre las brumas destaca a priori el perfil de dos beneficiarios. El PSOE (tal vez no el PSC) por un lado y la CUP por el otro. Empecemos por la CUP, que se apresta a recibir los votos emanados del descrédito de la Generalitat.

Algunas voces en principio y en general autorizadas atribuyen los disturbios a una aviesa intención de los post convergentes para mantener la hegemonía según la simplicísima ecuación que reza, a más tensión menos Esquerra Republicana. Tan pintoresco análisis no tiene en cuenta que ERC ha crecido hasta doblar a JxCat a rebufo de la tensión.

Que la distensión, en caso de producirse, vaya ahora perjudicara la formación de Oriol Junqueras es algo que está por ver, además de no concordar con los últimos y contundentes éxitos electorales de la formación que no ha escondido su mensaje de moderación.

Que hasta la ANC pida la dimisión del responsable político de los Mossos al constatar que su actuación no se distingue en nada de la Policía Nacional, perjudica a JxCat.

Una pseudo formación que se presenta bajo las ideas de unidad a pesar de exhibir cada vez con mayor descaro la división entre los partidarios de ingresar en los cuarteles de invierno y los adictos al chute permanente de adrenalina en vena.

La suma de los que han dejado de considerar a la Generalitat como baluarte del independentismo y el despertar político de los jóvenes genera una corriente que puede desembocar en la abstención o en la CUP. Como no es momento de abstenerse…

Los disturbios pueden detener o incluso revertir la tendencia a la baja socialista que se observaba en las últimas semanas

Si la tensión no se desborda hasta extremos insospechados y las fuerzas del orden acaban perdiendo el control de las calles, que no es el caso, Pedro Sánchez puede erigirse en beneficiario de los sucesos de Barcelona.

SI los comparamos, no con Hong-Kong sino, sin ir más, con el vandalismo destructivo de París en los últimos meses y añadimos la actitud de los Mossos en defensa del orden establecido, obtendremos una imagen más fiel de la situación de la que ofrece el auto sacramental de las televisiones.

Tan fácil de maximizar como, en principio, de mantener bajo control.

Casi podría decirse, no que haya alentado la situación pero sí que le viene de perillas, si acierta a gestionarla. Y a fe que lo está consiguiendo mediante la doble táctica de no exhibir poderosos nervios de acero y reunirse con los líderes de los partidos políticos en una maniobra envolvente de la que no pueden zafarse.

Las medallas que han caído de la solapa del pacifismo independentista están trepando a ojos vistas por su replanchado traje en dirección hacia la de Sánchez. Hasta el punto que los disturbios pueden detener o incluso revertir la tendencia a la baja socialista que se observaba en las últimas semanas.

A condición, insisto, de que la situación no se desborde.

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