Disney is cool

Disney ha revolucionado el mundo de los contenidos y hoy es un conglomerado dirigido a todo tipo de públicos

Mi hijo Carlos, que, sin duda, es mucho más inteligente que yo o, al menos, más visionario, lleva desde que era un mocoso que no me llegaba al hombro diciéndome que le gustaría trabajar en Disney. Ahora que ya es más alto que yo, y eso siempre da una perspectiva diferente sobre la figura del padre, dice lo mismo con mucho más convencimiento y, sobre todo y gracias a los estudios que ha tenido, con una buena artillería de datos económicos que esgrime a la primera de cambio.

Siempre anhelé que mis hijos no bebiesen de la fuente del nacionalismo, del sentimiento rancio de la patria, que fueran, en definitiva –y como solían decir los progres del siglo pasado en una frase que ha envejecido peor que la película La Naranja Mecánica– otra de las antorchas que iluminaban el mundo de entonces, ciudadanos del Mundo.

Siempre anhelé que mis hinos no bebiesen de la fuente del nacionalismo

En cierta forma, me salí con la mía y lo conseguí. Hoy, Carlos coge aviones con una seguridad pasmosa, entiende perfectamente y tararea las letras de Eminem, se siente igual de bien comiendo sushi que paella, le da exactamente igual el pasaporte de los deportistas o artistas que admira y, lamentablemente para muchos, no vota en ningún tipo de elecciones o referéndums, otra de las huellas paternas que pervive en él.

Creo que sabe, aunque nunca lo hemos hablado, que las fronteras no son más que una convención establecida en los últimos tres siglos de los casi un millón de años que llevamos en el suelo bajo los árboles, y que los animales africanos, por ejemplo, a los que adora, no llevan un pasaporte para cruzar territorios en la sabana.

Desde que eran muy niños cometimos el error de llevarles de vacaciones a los parques, cruceros y celebraciones de Disney o The Walt Disney Company, en su nomenclatura oficial. Por supuesto, también visitaban y comparaban los parque de Universal, Warner, Six Flags, Sea World, Port Aventura… Desde que apenas era capaz de argumentarlo, Carlos apostaba por Disney.

Algunos amigos míos me decían que eso era el perfecto lavado de cerebro del capitalismo y se llevaban las manos a la cabeza horrorizados por una experiencia tan demoledora para un magín tan tierno. Pero, hete aquí, que el cerebro de Carlos se desarrolló perfectamente a la par que su espigada figura, probó el lado oscuro de la vida que diría el gran Lou Reed, aparentaba todo menos un Disney Guy, pero cuando hablaba conmigo me seguía recomendando que comprase acciones del gigante del entretenimiento mundial.

Yo le miraba extrañado. Cómo era posible que aquel adolescente me diese lecciones acerca de lo que iba a ocurrir en los años siguientes en el mundo de los contenidos. Pues lo hacía, y con soltura. Mirándole a los ojos empecé a darme cuenta de que el aparentemente mundo almibarado de Disney no se oponía frontalmente a una cerveza helada, el rap, las travesuras o la haute culture.

Es más, el universo Disney envolvía todo eso con una habilidad encomiable. Durante esos años de charlas paterno filiales Disney triplicó su cifra de ingresos, se consolidó en el difícil mercado de cruceros, conquistó Asia (Tokio, Hong Kong y Shanghai), y sacó el talonario para ir comprando empresas que cerrasen el círculo: ESPN, ABC, Pixar, The Muppets Studio, Marvel, 20th Century Fox -¡sí, omg, mi amado Homer es parte de la conspiración!- National Geographic, Lucasfilm

La acción de la compañía se ha multiplicado muchas veces en estos casi veinte años de perorata de Carlos y ya roza el market cap de los monstruos del sector de internet. Hoy Disney es un conglomerado dirigido a todo tipo de públicos. Los directivos de la sede en Burbank, California (desde que casi no sabía andar Carlos ha querido vivir allí), no se cansan de repetir que el espíritu de Disney será siempre familiar.

Hoy Disney es un conglomerado dirigido a todo tipo de públicos

Yo no me lo creo y, mi hijo, mucho menos. Solo hay que ver el contenido de las películas más outlaw de las filiales. Los últimos lanzamientos de la casa han rondado cifras de recaudación parecidas o superiores a Titanic y el pipeline de nuevos estrenos se anuncia con un año de anticipación. Como me dice mi vástago, aún les queda el territorio de los videojuegos y la televisión a la carta, donde su próxima irrupción hará que tiemblen los cimientos de Netflix, HBO o la intocable Amazon. Room to move. ¿Me decidiré en algún momento a invertir o ya me he hecho muy mayor y ése es el mayor indicativo de que Disney es una compañía cool?

Coda

A mediados de los años ochenta trabajé en la Agencia EFE. Mi mentor allí era un hombre inquieto casado con una norteamericana. Yo no sabía muy bien lo que hacía, pero siempre me hablaba de temas que se salían del puro periodismo. Un día, tomando un café, me contó que estaba participando en la negociación para que Disney se instalara en España, en el área de Barcelona, en concreto.

Desde California había dos tendencias muy definidas: París, capital del continente para los americanos, que siempre han visto Francia como el alma de Europa y, pese a lo que piensan muchos ignorantes, su aliado histórico (no hay ciudad pequeña de Estados Unidos que no tenga una calle o plaza dedicada a Lafayette o Dupont), y Barcelona (el sol, el mediterráneo, la frescura, lo hispano y el español…).

Los socialistas españoles se presentaban sin afeitar, sin corbata y no paraban de decir que veían Disney como puro imperalismo

Mi amigo Manuel, así se llama, me fue informando puntualmente de las negociaciones en las que, creo recordar, participaba su mujer. El castillo de Cenicienta se fue desmoronando día a día. A los gringos o yanquis, como les llamaban los negociadores españoles con desprecio, les solían hacer esperar más de una hora en los pasillos de los ministerios españoles comandados por jóvenes socialistas que se presentaban sin afeitar, sin corbata y que no paraban de decir que ellos veían Disney como puro imperialismo, mientras le escupían el humo de sus Marlboros y tomaban ginebra Larios con Coca Cola en horas laborables.

Cuando quedaba con Manuel veía el horror y la decepción en su rostro. Los directivos de Disney intentaron avanzar con los políticos de Convergencia en la sedes de las consejerías de Barcelona. Era la época en la que en Madrid nos vendían la moto trucada de que los nacionalistas catalanes eran parte de la modernidad y habían pasado todos por las cárceles franquistas junto a sus conmilitones vascos. Nada más lejos de la realidad. Si hubo una familia estrictamente franquista en aquella época fue la familia Pujol.

Finalmente, Disney se decidió, con gran dolor de su corazón, por París. Les costó más de veinte años hacer rentable la operación. No pudieron variar la meteorología: París tiene más mm de lluvia al año que Londres y es bastante más frío. En nuestra única visita al parque parisino, Carlos y su hermana Andrea vieron las fuentes congeladas. Tampoco pudieron cambiar la legendaria amabilidad de los parisinos que, por supuesto, tiene una explicación nada genética, y tuvieron que importar empleados de otras regiones europeas. Pero, como me dijo hace unos años uno de los miembros más ilustres de la familia Pujol en un perfecto catalán en su despacho de Diagonal, the show must go on.

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