Directivos forrados y accionistas esquilmados

La telefónica vasca Euskaltel debutó esta semana en bolsa con un notable ascenso de la cotización. Por tanto, los inversores que acudieron a la oferta pública andan muy satisfechos. Más aún lo están los directivos de la compañía, que salen beneficiados por partida doble.

Me explico. Antes del salto a las pizarras, los 24 principales ejecutivos de la empresa se repartieron ante sí y por sí un suculento bonus de 46 millones de euros. «Es una justa recompensa por nuestros desvelos al frente de la firma», vinieron a proclamar a título de justificación por el enorme chollo. El presidente del consejo, Alberto García Erauzkin, se llevó la tajada de más bulto: 8 millones de euros.

Apenas conocido el jugoso momio, se armó la zapatiesta. El Gobierno vasco lo fustigó en duros términos. Los sindicatos, para no ser menos, pusieron el grito en el cielo. «Es una inmoralidad, un saqueo de las arcas sociales. Muestra la perversidad de las puertas giratorias existentes entre la política y el mundo del dinero».

Ante este vendaval de críticas, los directivos dieron un paso atrás. «Renunciamos a cobrar el bonus en efectivo. Lo recibiremos en acciones de la propia Euskaltel. Así contribuiremos al fortalecimiento de la entidad». Pronto se vio, al dispararse la demanda de títulos, que su pretendido arrebato de generosidad pasaba a ser un negocio redondo.

Es de resaltar que las mamandurrias depredadoras no constituyen una excepción en el mundillo de los valores. Por el contrario, son norma habitual en los últimos estrenos. Así, ocurrió con el fabricante de trenes Talgo, también vasco, que subió al parqué el 7 de mayo.

Con tan feliz motivo, doce miembros de su plana mayor se adjudicaron una gratificación de 50 millones de euros en acciones. A los cuatro primates, Carlos Palacio, José María de Oriol, Segundo Abad y Eduardo Fernández-Gorostiaga, les llovieron del cielo casi 11 millones por cabeza.

Por desgracia, el cambio inaugural de 9,25 euros se deslizó de inmediato pendiente abajo. Hoy acumula una pérdida del 22%, para desesperación de los ahorradores que picaron el anzuelo creyendo a pies juntillas las pregonadas promesas de auge y crecimiento de la productora ferroviaria.

Codicia desmedida

Algo similar acontece con la catalana Applus, propietaria de una vasta red de estaciones de ITV. Empezó a negociarse en mayo de 2014. Al día de hoy, experimenta un quebranto del 31%. Eso sí, sus 13 mandamases se metieron en el zurrón 60 millones entre efectivo y acciones.

El consejero delegado Fernando Basabe se hizo con el grueso del botín. Por un lado, casi 10 millones en metálico contante y sonante. Por otro, 18 millones en acciones de la propia Applus, hoy seriamente dañadas por el desplome.

Este es el escandaloso panorama que presentan las recientes aperturas bursátiles. Si nos atenemos a ellas, el mercado se asemeja cada día más a una especie de casino, en el que los crupieres-directivos juegan con las cartas marcadas. Queda meridianamente claro que cualquier parecido entre estos ejecutivos avariciosos y las hermanitas de la caridad es pura coincidencia.

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