Diplomacia e internacionalización
La exportación o la internacionalización se han convertido para muchos países y empresas en los últimos años de crisis en un imperativo inaplazable y un objetivo fijo de una estrategia que se debe adoptar en una economía sin fronteras.
En un mundo globalizado, cada país pretende un mayor desarrollo económico y social y mejorar el nivel de vida y el bienestar de su población, la economía pasa a ser una prioridad en la política exterior.
Los embajadores a parte de su labor diplomática tienen ahora como cometido la promoción económica de sus países, ser introductores de empresarios que quieran vender sus productos, servicios o proyectos, y conseguir favorables acuerdos comerciales y financieros con el país en el que están asignados. La política se ha vuelto más importante y todo es menos predecible.
La mayoría de los países mantienen relaciones directas entre ellos a través de sus embajadas, consulados, misiones permanentes y representaciones en organismos internacionales. Su propósito principal es el intercambio y mantenimiento de relaciones políticas, culturales y económicas.
El mundo cambia. Nuevas potencias emergen y mueven ficha. Las relaciones de carácter internacional no pueden improvisarse. Cada día se ponen a prueba y contínuamente se tienen que evaluar los objetivos y resultados.
La liberalización y la competencia internacional es hoy una realidad. Ignorar este desafío sería peligroso. Ante esta competencia, es preciso tener un dispositivo flexible y activo, capaz de responder a todos los actores con potencial comercial.
Para obtener resultados a la altura de las ambiciones de internacionalización son precisos los enlaces de calidad, fiables, eficaces, próximos al mercado y bien situados en primera línea. Las embajadas y oficinas comerciales son imprescindibles porque disponen de una cobertura geográfica excepcional, conocimiento del terreno y de las comunidades de negocios. Son claves en la conquista de nuevos mercados.
La competitividad de un país se mide por su potencial de internacionalización o creciente capacidad para exportar productos, bienes y servicios, es decir, para garantizar el equilibrio externo a medio plazo. Para ello, la formula es la innovación, la productividad, la formación continua, la marca y la acción exterior.
Un factor para la competitividad internacional reside en la importancia de diversificar la economía. Al aumentar el comercio con el resto del mundo, aumentará la competitividad frente a la competencia de otros países, liberando el mercado de productos y servicios.
La competición es cada vez más acentuada en lo que concierne al proceso de internacionalización, la atracción de las inversiones, la integración en la economía mundial, la conservación del nivel de la inversión nacional y la diversificación de las inversiones sectoriales y geográficas. Esto no será posible sin la incorporación activa de la diplomacia, lo que permitirá una acción más vigorosa y más sinérgica entre actores políticos y económicos implicados en el proceso.
En los países de mayor tradición democrática, la política exterior se considera política de Estado, cuyos principios y objetivos se establecen a largo plazo, independientemente de los colores políticos que puedan tener con las alternancias en el poder. La gran mayoría de los diplomáticos, técnicos comerciales o funcionarios del servicio exterior son profesionales especializados.
¿Quiénes mejor que las poderosas sedes diplomáticas o consulares para ayudar y asesorar a las empresas y promocionar la marca país y a sus empresas en todo el mundo? Para ello, hay que construir consensos, unir a los actores y movilizar los recursos disponibles para poner a la diplomacia y a su inteligencia al servicio de la economía nacional.
Las políticas públicas deben tener como prioridad la internacionalización, que se ha convertido en el principal reto para los gobiernos. Hoy en día, los ciudadanos y las empresas esperan políticas efectivas de crecimiento, de desarrollo, prosperidad, una distribución equitativa de la riqueza, etc. En definitiva, el bienestar colectivo. Que el Estado esté al servicio de esta política como regulador, árbitro y soporte.
El desarrollo de una estrategia global de internacionalización requiere que las empresas conozcan los mercados con entornos diferentes. Esto implica el dominio del proceso de investigación a gran escala y la capacidad de analizar adecuadamente la información para tomar la decisión acertada puesto que la información en bruto es la materia prima de la inteligencia económica. La primera misión del Estado en esta cuestión es organizar estos activos de información y asesoramiento, darles consistencia y establecer las normas de su uso.
Para impulsar una estrategia coherente al servicio de la internacionalización, hace falta una coordinación y una política transversal al servicio de todos, que reúna al mayor número de partes interesadas en torno a una visión común y que las estructuras sean capaces de priorizar esta estrategia.
Esto obliga a profundizar en las relaciones entre economía exterior y diplomacia, redefinir el papel de gobiernos y las empresas en el marco de una nueva asociación en un mundo global. Para ello se requiere la selección de los instrumentos idóneos, el establecimiento de las prioridades correctas, confiar en los procesos de ejecución a la vez que se potencian las redes diplomáticas en el exterior para vertebrar una estrategia de apoyo a las empresas y para impulsar el éxito futuro.
Está demostrado que un país se coloca en la parte superior cuando su economía crece y se hace más grande.