Dietario cubano

Conocí a Castro en septiembre de 1997. Una delegación de Esquerra Republicana con los diputados Josep Lluís Carod-Rovira, Ernest Benach, Joan Ridao y yo mismo fue invitada por el Partido Comunista cubano. Hay que situar el contexto: de Esquerra Republicana había salido una escisión del centro que acabaría ingresando en Convergència, y pasaba desde una fase de movimiento que había pacificado el independentismo para ser un partido de izquierda independentista.

En Cuba estaban malviviendo el período especial que significó la caída del apoyo de la URSS tras su desaparición. El mundo occidental apostaba por la democratización de los últimos reductos comunistas. Y la derecha más dura buscaba el exterminio de los rastros de socialismo. La llegada de Aznar al Gobierno propulsó una política española y europea más beligerante contra el régimen cubano. Y en 1997 España había retirado a su embajador.

Supongo que es en este contexto de aislamiento máximo que el régimen invitó a fuerzas políticas minoritarias, pero que en relación a los Estados europeos eran rupturistas de alguna manera. Después del habitual secretismo de la agenda del Comandante, al final de la estancia de la delegación republicana estuvimos invitados a cenar con él. Con la fama que tenía de que era un hombre que se dedicaba a preguntar a los huéspedes, estuvimos toda la tarde preparando datos sociales y económicos sobre Cataluña, pero la primera pregunta que nos espetó el Comandante, en la escalinata donde nos salió a saludar, fue cuál era la temperatura del mar Mediterráneo. Y no supimos qué contestar.

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Anécdotas aparte, las obsesiones del Comandante, en aquella cena de cuatro horas, fueron la Unión Europea, que veía como un aliado del capitalismo occidental; y el problema del control de los medios audiovisuales y el show business. El dominio de las cadenas de televisión occidentales y de las productoras americanas lo tenía inquieto. De hecho, la televisión cubana emitía noticiarios oficiales, discursos y telenovelas brasileñas de gran éxito. Al final de la cena Fidel nos firmó una bandera estelada, como figura en la foto publicada sorprendentemente a la Vanguardia del 12 de septiembre de 1997 (pag 13).

Cuba había vivido una contracción del PIB de un 36% en el periodo 1990-93. Y a partir de 1994 se inició una recuperación llegado el PIB de 2007 a niveles similares a los de 1990. Tuvieron que dar prioridad a la producción agropecuaria y otros procesos de producción relativos a la autosuficiencia local y de comunidades, a través de la desestatización de tierras – convirtiéndolas en cooperativas-, la liberalización del trabajo por cuenta ajena y la autorización para el funcionamiento de varios mercados particulares de productos agrícolas, industriales y manufactureros.

La delegación republicana, aquel verano del 97, también pasó por una inmersión económica reuniéndose con empresarios catalanes instalados en Cuba en las áreas especiales, que se quejaban de demasiados obstáculos y burocracia. Visitamos también las nuevas cooperativas; y encontramos una esperanza contenida porque les acotaban demasiado el acceso al mercado. Y el gran problema de la doble moral: la mayoría de la gente iba a comprar con pesos. La minoría privilegiada del partido y algún nuevo rico camuflado accedían a los mercados en dólares.

Las empresas industriales extranjeras eran mayoritariamente canadienses; una paradoja cuando su vecino del sur, los EEUU, estaba en la fase más histérica del boicot después de la ley Helms-Burton. En cuanto al sector turístico, habían aterrizado las multinacionales mallorquinas, llenando playas y cayos de hoteles resorts, donde el Estado cobraba el salario que después traspasaba a los trabajadores cubanos. Y se vivía un débil y frustrado intento de permitir la aparición de negocios pequeños de restauración, los «paladares» que, ante el éxito, el régimen había obligado a tener en un límite muy bajo de plazas.

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Para hablar sobre todo de esto, de economía, de cómo podríamos colaborar desde Cataluña, y de qué manera superar las limitaciones del modelo cubano, nos recibieron muchos más cargos del Gobierno: Carlos Aurelio Lage Dávila, médico, vicepresidente del Gobierno y del Consejo de Estado de Cuba entre 1993 y 2009, procedente de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Con José R. Fernández vicepresidente de asuntos económicos. Con el ministro de Asuntos Exteriores Roberto Robaina González. Con el de Cultura y Educación superior, Fernando Vecino Alegret (1976-2005). Con el presidente del Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón, y el presidente de la Comisión Económica del Parlamento. Y el día de la cena, estaba junto a Fidel, su asistente personal Felipe Pérez Roque, más tarde ministro de Exteriores.

En las conversaciones detectamos dos posiciones: las ortodoxas como la del histórico Alegret con primos catalanes, que a la pregunta de cómo estaba la universidad, contestó: «Muy bien, el Partido controla todas las facultades». Y la de los ministros económicos, que desde la prudencia, se veían escuchar con interés nuestras sugerencias para una transición a una economía social de mercado donde se diera más peso a las cooperativas de trabajadores en un mercado libre y a las pymes autóctonas. Sin tener miedo a esta nueva pequeña burguesía que se generaría y que podría ser perfectamente fiel al castrismo. Evolución que si no se daba, advertíamos que podría culminar con una ruptura hacia el capitalismo más salvaje que ya había conocido la isla con Batista.

Caso aparte era la impresión que nos causó Robaina, procedente de las juventudes comunistas, pero que por sus detalles de vestimenta y de actitud, parecía contaminado de los vicios más odiados del consumismo capitalista. De hecho, fue expulsado por corrupción en 1999. Pero, por desgracia, no acabó aquí. La gran esperanza de evolución tranquila del régimen hacia un modelo de Estado democrático socialista y de mercado fue frustrada por los miedos de la vieja guardia. Lage y Pérez Roque eran expulsados en 2009 con excusas extrañas.

Otro capítulo de mi dietario en Cuba fue la visita al vice embajador español –el embajador estaba retirado- que nos facilitó el uso de la cámara blindada de la embajada para entrevistarnos con la oposición democrática interna. Revivimos la sensación que como antifranquistas habíamos vivido en tiempos de la Asamblea de Cataluña: represión de los disidentes, incluso de los más moderados que no compartían en absoluto la política de tierra quemada que pretendían los exiliados de Florida; una oposición moderada que quería una evolución tranquila del régimen y que nos afirmaba que el Partido Comunista en elecciones libres continuaría teniendo una importante resultado.

Tres anécdotas interesantes de la embajada. La primera, el cachondeo del vice embjaador –posiblemente un hombre filosocialista- sobre qué hacían los independentistas catalanes en la embajada española. La respuesta con grandes risas fue: hemos pagado una quinta parte y venimos a amortizarla.

La segunda anécdota, del porqué usar una la cámara blindada para las conversaciones. Porque seductoras miembros de la red de espionaje cubano acababan camelando a los policías nacionales de la embajada; y cada tanto volvían a detectar micrófonos ocultos. Tercera anécdota: El vice embajador, conocedor de los contactos ministeriales que nos esperaban y con las relaciones rotas, nos indicó un mensaje para hacer llegar al Gobierno: si soltaban un preso político –no recuerdo el nombre- como gesto, España se repensaría la ruptura diplomática.

Y hasta aquí, el dietario incompleto (faltan el descubrimiento de las huellas catalanas en Cuba, la gente del Casal Catalán, la música en la Habana vieja, etc.) del viaje en Cuba, a finales del verano de 1997.

En aquel verano La Charanga, una de las más populares orquestas cubanas, había sido sancionada por haber cantado letras no adecuadas. Y Fidel Castro inauguraba el curso escolar el 1 de septiembre acabando el discurso: «¿Qué moral le queda al imperialismo para hablar de Cuba, para atacar en Cuba? ¿Qué país del mundo habría hecho lo que nosotros hemos hecho en medio de más de 35 años de ese brutal bloqueo? Ellos tienen esperanza de que cuando desaparezca la generación que inició la Revolución todo cambiará, que algún día se desplomarán estas ideas, estos valores y estas obras, como se ha desplomado lastimosa, triste y terriblemente en otros países. Ellos ignoran que desaparecida esa generación vendrán otras inspiradas en la obra de la Revolución…»

Todos estos claros-oscuros estaban en la Cuba de 1997. Veinte años después da la sensación que nada se mueve. Para bien y para mal.