Dieta de carne catalana cruda
A eso se dedican estos días nuestros amados (ejem) gobernantes catalanes: a devorar y ser devorados crudamente, por sus socios de coalición y hasta por su relato
De todas las tendencias dietéticas que se han puesto de moda últimamente, viene especialmente a cuento, estos días, la de alimentarse sólo y exclusivamente de carne cruda, como un neandertal más: ni un cruasán, ni una hoja de lechuga, ni un filete pasado ni sin pasar. Sólo carne cruda y nada más que carne cruda para desayunar, comer, merendar y cenar, mañana, tarde y noche.
A eso se dedican estos días nuestros amados (ejem) gobernantes catalanes: a devorar y ser devorados crudamente, por sus socios de coalición y hasta por su relato. En el momento de escribirse estas líneas, Junts per Catalunya ya no sabía cómo sacar la pata y limarse los colmillos, mientras Pere Aragonès hacía gala de una convicción en su liderazgo presidencial no exenta de ferocidad. ¿Pere el Petit, como con cierta guasa le llamaban algunos al principio, o Pedro el Cruel?
Otro día ya analizamos quién tiene más o menos razón en este choque de trenes independentistas, quién se merece descarrilar antes. Hoy me interesa poner el foco en que la extrema tensión, por no decir violencia política, por no decir canibalismo, que ejercen estos días unos indepes contra otros, será sorpresón y notición para quien se mire los toros del procés desde la barrera, pasado el Ebro. Del Ebro para acá, es el pan de cada día desde hace años para cualquiera que haya osado desmarcarse o mostrarse meramente tibio.
No son sólo las barbaridades en Twitter, las sedes pintarrajeadas y a veces hasta literalmente cagadas (embarradas de heces humanas) al amanecer. No son sólo los contenedores quemados, los pasotes de TV3, las alegres proclamas “antifas” de borrasistas y cupaires, el acaparamiento (fraccionado o no) de subvenciones y de dinero público siempre para los mismos, las malas caras en la panadería que ha rotulado en español o en la pizzería que no tiene carta en catalán. No es sólo el macarra desafío a la legalidad del 25 por ciento de español en la escuela, el amedrentamiento de quienes corajudamente lo defienden, el espionaje de en qué idioma hablan los niños en los patios.
Es el día a día de la gota malaya de una opresión sutil, pero capaz de minarle y hasta de destrozarle la vida a cualquiera. Colectivos profesionales y sociales enteros arrasados porque, no es que si no estás con el régimen no medres: es que no te dejan vivir. Llega un momento en que ya no sabes si los hiperventilados lo son por lavado de cerebro sincero o porque demasiado bien saben lo que les conviene. Y como, en el fondo, la verdad verdadera siempre ha interesado mucho a muy pocos, la inmensa mayoría a lo que aspira es a vivir y a que la dejen vivir, pues lo más fácil es renunciar a nadar contra corriente, dejarse llevar por el mainstream. Así sepas que es un mainstream podrido.
Se enfadan mucho ciertos indepes cuando les pones un espejo delante y el reflejo no es precisamente el de seres de luz. Si a la mismísima Carme Forcadell la pueden silbar, ¿qué se creen que hacen cada día del mundo con Ana Losada de la AEB, con los muchachos de S’Ha Acabat, con Societat Civil Catalana, que se jugó su poco y escaso patrimonio para llevar a juicio a los ladrones de los dineros públicos del procés?
¿Saben que a Carlos Carrizosa una señora se puso a ladrarle en mitad de la calle, que a un periodista amigo mío le arrinconaron y le dejaron sin trabajo hasta literalment infartarle, que a una vecina de la Meridiana le arrearon un puñetazo en el ojo ante la hierática pasividad de los Mossos d’Esquadra, que a Héctor Amelló, portavoz de Ciutadans en el Ayuntamiento de Figueres, le expulsaron del pleno simplemente por tener sobre la mesa una taza con la leyenda “La república no existe, idiota”, y que la expulsión la decretó la misma alcaldesa que abarrota las dependencias municipales de lazos amarillos y de pancartas hispanófobas?
No es siempre así, ni con todo el mundo. De repente estás en una esquina esperando un taxi, se para un motorista en el semáforo, te reconoce y te grita: “¡Me gustáis mucho, ánimo, seguid así!”. Y se ilumina el cielo como en un piromusical del alma. Pero los caníbales, los walking dead del procés, no siendo necesariamente más numerosos en realidad, sí son mucho más ruidosos. Y están tan seguros de que la calle es suya (y la universidad, y los periódicos, y hasta los estancos…), que plantarles cara requiere hacer frente cada día, desde que te levantas hasta que te acuestas, a mordiscos mucho más continuados e inmisericordes que los que estos días intercambian ERC y Junts.
Además ellos, todos ellos, tienen unos incentivos para comer y dejarse comer crudamente de los que carece cualquier catalanito de a pie, que se deja salud, dinero y amor en el empeño. Hay que parar la carne de picar carne. Ya.