Para muchos, el 29M es un día simplemente de números. Según leo, los sindicatos dicen que ha habido hasta un 85% de participación. Según el Gobierno, menos de un 10%. Sigamos con otros datos más tangibles –por lo tanto menos manipulables–: el consumo eléctrico ha bajado un 18% a primera hora; y mi hijo pequeño me ha preguntado por qué su hermana tenía fiesta y él no.
A primera hora he tenido que atravesar Barcelona, de punta a punta. He ido más rápido que cualquier otra mañana. En el trabajo –algunos no entendemos, pero sí respetamos el concepto huelga-– un jueves muy cargado. Hemos decidido no hundir más a los clientes internacionales en la miseria de lo que es este país. Con los nacionales –excepto alguna empresa grande que no ha contestado emails–, nos hemos relacionado con total normalidad.
Pero mi tranquilidad no es la de todos. Es lamentable ver que si mi puesto de trabajo hubiera estado en cualquier comercio algunos se hubieran apropiado de mi derecho de decidir, cual razia. Y es curioso, porque las razias que hemos visto tienen su origen en la yihad islámica. Su función ancestral era (y es) debilitar a las defensas del “enemigo” para una eventual conquista y subyugación. Como un ataque frontal no suficiente para conseguir objetivos militares o territoriales, normalmente se completaba con ataques por sorpresa a enclaves escasamente defendidos –una tienda o un comercio– con la intención de aterrorizar y desmoralizar a sus habitantes.
Lo triste es que los “habitantes” hoy violentados son trabajadores como los propios salvajes que intimidan. La verdad, no les he visto atreverse con una comisaria o con un ente organizado. Sus escenas tan patéticas como nauseabundas y líderes como Gallego (CCOO) o Álvarez (UGT), que hablan en términos de “esta batalla la ganaremos”, nos deberían hacer pensar ante qué personajes siniestros nos encontramos.
La huelga es un derecho que hay que defender, pero sobre todo hay que argumentar. Cada huelga genera más anti-huelgas que la anterior. Es seguro que el Gobierno sigue aplicando métodos paliativos contra un paciente moribundo, pero no es más cierto que algunos sindicatos, en vez de reconfortar al muerto, pretenden mantenerlo a base de golpes. En días como hoy, debemos reflexionar sobre los porqués antes que sobre los cómos. Debemos sin dudar no perder un derecho como la huelga por acciones como las razias, que descalifican a cualquier líder sindical que no salga en persona a criticarlas.
Ante todo, pero, debemos reflexionar a dónde hemos llegado para que un niño de apenas siete años considere que su hermana ha hecho fiesta y él no. Que nadie lo olvide, en la ignorancia de un niño, está a veces la sabiduría que falta a los mayores.
¿Qué estamos trasmitiendo a las nuevas generaciones? Con imágenes como las de hoy demostramos que el país está mucho peor de lo que pensamos. Todos debemos asumir las nuevas situaciones, nada será ya como antes, y para empezar a normalizarlos debemos pedir al Gobierno que tome medidas inmediatas. Que tome de una vez el mando del barco, y se olvide ya de elecciones o encuestas. Hace falta un Gobierno valiente.
Y de los sindicatos, ¿qué decir? Si alguien en su sano juicio insiste en que ha habido un 85% de seguimiento voluntario de la huelga, de verdad, yo quiero esa hierba para fumármela. Viendo el fracaso, sólo usar las razias ya denota el fracaso de la palabra, no dudaría en suprimir todas las subvenciones a sindicatos y patronales. Ha quedado claro que no son capaces de organizar un día de huelga sin recurrir a la violencia, y eso no es de ley, ni debe permitirse, pero ante todo no debe subvencionarse.
Ya le explicaré a mi hijo que los días de fiestas no se pueden acabar quemando contenedores, ni insultando a la gente, ni amenazando a ciudadanos honrados. Por suerte, las minorías acaban autoexcluyéndose de los sistemas. Pero lo que no es de recibo es que sólo se mantengan gracias al dinero público. Al menos suprimamos esa maldad del sistema, y de una vez gobernemos pensando en el futuro y no en el qué dirán.
Y acabo. No duden que hay que trabajar mucho para limpiar y dar dignidad a la palabra huelga porque es un derecho que ha costado muchos años. No podemos ni debemos perderlo. Pero por desgracia ahora mismo en España es una palabra sucia, muy sucia, que además está en manos de indignos, y de gente poco evolucionada.