La visita reciente del Primer Ministro del Marruecos volvió a poner sobre la mesa una realidad que demasiado a menudo olvidamos. El Magreb –y África– es el espacio vecino que en los próximos años tendrá un índice de crecimiento más elevado, con una demografía joven en la que la gente de menos de 30 años es mayoría y con procesos de democratización a varias velocidades. Cataluña representa casi un 50% de las inversiones del Estado español en Marruecos, por ejemplo. Pero hay terreno para correr.
África puede ser el gran pulmón económico de Europa si le damos la vuelta a la crisis de modelo de crecimiento. Si Europa continúa en África con actitudes neocoloniales, tienen ganada la partida China, India o Brasil, que ofrecerán un crecimiento imitación del occidental pero más barato económicamente y sin tantas hipotecas políticas. África espera que la tecnología ofrezca servicios simples y de bajo coste a centenares de millones de personas que no tienen que pasar miméticamente por las etapas del desarrollo occidental. Desarrollo inviable en el siglo XXI por el techo ecológico y de escasez de materias primas, sobre el cual se puede montar un apocalipsis especulativo que tendrá consecuencias de degradación en Occidente y de guerras de saqueo en los países productores.
Si la forma de tratar África es la de las patrulleras a Perejil, la pervivencia de las plazas coloniales de Ceuta y Melilla, el trato privilegiado con las dictaduras y el uso de la corrupción generalizada para obtener concesiones de parte de los gobiernos africanos para las grandes empresas del conglomerado financiero-burocrático que manda en algunos Estados como España, vamos directo al fracaso.
Pero me temo que el acartonamiento y la ineficiencia de la diplomacia española continuará, así como la especialización de los hombres de Estado –Botsuana aparte– en la intermediación sólo para las grandes compañías que tienen cautivos a los mercados aquí y que pretenden tenerlos allá. Por eso, hace falta una diplomacia civil, independiente de la oficial española, como mucho sirviéndose de las delegaciones de ACC1Ó, normalmente eficientes (por eso se las quieren pulir en las nuevas directrices de Exteriores). En este marco, las pymes catalanas y los profesionales catalanes son y serán muy bien recibidos en África, empezando por el Magreb y por Marruecos en particular.
La presencia en Catalunya de decenas de miles de habitantes de lengua árabe y de subsaharianos puede ser una oportunidad para fichar a los excelentes, de formarlos para que nos ayuden a abrir mercados expansivos desde la cooperación y la sociedad y nunca desde la picaresca que siempre da ganancias fáciles a unos cuantos y perjudica a miles, aparte de ser normalmente utilizada en negocios no sostenibles.
Los políticos ilustrados del Magreb y de África, a pesar de que muchas veces son marginados por aparatos clientelares que hacen el juego a los tiburones occidentales y de los países emergentes, saben que el progreso y el bienestar africano no pasa por ser el último reducto de extracción de mano de obra esclava y de materias primas menguantes, sino por el gran living lab del bienestar, de la producción sostenible, reciclable, del valor creciente de la cultura y los servicios intangibles por encima del de la acumulación de objetos de prescindible sofisticación.
La Europa postrada, de la que somos la cara más evidente, todavía no es consciente de que le tocará andar e innovar hacia la economía donde la felicidad interior bruta desplazará al PIB en el cálculo de los rànkings. Aquí está nuestra posibilidad –de la mano de África– de relanzar nuestro mutuo progreso, de otro progreso.