¿Desprecia España el talento?
España se sitúa a la cabeza en el ranking europeo de jóvenes de entre 25 y 35 años con un título superior. Sin embargo, el 29% de las compañías asegura tener dificultades para encontrar al profesional adecuado, según refleja el último estudio de Randstad. Tal y como revela el estudio, 3 de cada 10 empresas perciben que este año están teniendo más problemas a la hora encontrar al profesional adecuado.
Hay una tremenda escasez de ciertos perfiles, como los profesionales denominados STEM, por sus siglas en inglés. Esto engloba carreras de ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas. En especial, el sector de las energías renovables, los programadores informáticos o los profesionales de la salud están muy demandados. También son difíciles de cubrir puestos en el sector del turismo de calidad -más allá del de sol y playa- en el que se requieren profesionales altamente preparados con manejo de varios idiomas.
La dificultad de las empresas para encontrar lo que buscan no es algo nuevo, más bien es un lastre que España arrastra desde hace décadas. La causa no se encuentra en las tasas de paro y tampoco en la falta de talento de los candidatos, es más bien un problema estructural. Principalmente se debe a dos razones.
Por un lado, existe una necesidad de atraer talento de nuevas formas y también fidelizarlo. Las empresas tienen que adaptarse a nuevas reglas. No pueden dejarlo todo en manos de los candidatos. Ellas también tienen que venderse. Los más preparados, quizá no se sientan lo suficientemente atraídos por las condiciones de sus ofertas o en su lugar, decidan abrirse a oportunidades internacionales. En un mercado tan dinámico y global las estrategias de atracción y retención de talento son fundamentales. Y no sólo para cubrir puestos, también para aumentar el compromiso y minimizar la rotación laboral. Existen técnicas para encontrarlo, por ejemplo detectando el potencial interno, yendo más allá de las habilidades específicas, o a través del employer branding, esa estrategia mediante la cual la empresa busca una identidad corporativa atractiva para los profesionales.
En este sentido, parece que nuestras compañías creen estar haciendo todo lo posible y se muestran ciertamente autocomplacientes. Según el mismo estudio de Randstad, el 59% de las organizaciones se asigna, en una escala de 1 a 10, una puntuación de al menos un 7 al identificar su propia capacidad como organización.
El otro problema son las universidades. El cuento de siempre, la incompatibilidad entre lo que se enseña en las aulas y lo que exige el mercado laboral. Dos velocidades. Dos mundos. Modernizar las universidades debería ser un asunto de estado. Pero, claro, para eso que hay invertir grandes sumas de dinero. No basta con hablar de ello en campaña. Las universidades españolas son mucha teoría y poca práctica, sobre todo si lo comparamos con otros países europeos. Un ejemplo de ello, es que las prácticas no son obligatorias en muchas carreras. Como consecuencia, tras terminar sus estudios, los estudiantes no ofrecen valor añadido a las empresas, y no es culpa suya, sino del sistema.
Necesitamos más colaboración entre empresas y universidades. Es cierto que lo estamos viendo en algunos programas de compañías que incentivan el emprendimiento a través de la universidad, por ejemplo. Pero hacen falta más esfuerzos conjuntos. Se necesita un plan. Nuestros jóvenes -y no tan jóvenes- tienen mucho que ofrecer, hay que trabajar para que lograr que sus conocimientos y habilidades coincidan también con lo que el mercado laboral demanda.