Desobediencia

Una mañana en Barcelona me ha dejado tres flashes del momento actual. Salgo del Metro en la estación de Verdaguer y un señor normal y corriente en un perfecto catalán pide limosna en las escaleras. Atravieso la calle Aragón y un grupo de unos cincuenta trabajadores, no sé distinguir si del sector público o del privado, protestan en las aceras y buscan la simpatía de los conductores. Los invitan a tocar el claxon. Entro a hacer el cortado en el bar del Paseo de San Juan y la ama me explica que acortará las vacaciones porque tiene la caja pelada y prevé un septiembre terrorífico. Otros contertulios opinan muy críticamente sobre el desgobierno y la vergüenza en que cae España, expresando sentimientos que van desde el pánico a la voluntad de rebelión. Aquí se está cociendo una de gorda, pensé, sólo falta una pequeña chispa.

Las explosiones de rabia social, si no son conducidas políticamente, acaban en nada. Los políticos y líderes de la sociedad civil menos adictos al régimen tendrían que empezar a plantearse qué piensan ofrecer más allá de la mani y la oposición parlamentaria que la gente ve con escepticismo.

Hasta aquí, la espuma del movimiento. Pero este, tiene mar de fondo. La bestialitat de la acción recaudatoria sobre los individuos más productivos, sea con el IVA o con otros impuestos que atacan a los autónomos, en Catalunya significa llover sobre mojado. En este, sentido Montoro lo ilustra claro: «Si no subimos impuestos, cómo vamos a pagar a los funcionarios». Desde Catalunya la lectura cambia a la parte final de la frase («sus funcionarios»).

La percepción que la acción fiscal del Estado sobre Catalunya es confiscadora y, por lo tanto, ilegítima, se ve ahora agravada porque las últimas medidas tocan el hueso directo del esqueleto productivo del país. Y esto es lo que provoca un mar de fondo, vista la inanición del Govern catalán, cogido por las dos partes nobles. La primera, la carencia de liquidez para pagar las nóminas a finales de mes, apurando los restos para no acabar siguiendo la intervención de Valencia. La misma comunidad que formaba parte del eje de la riqueza (del pelotazo y la corrupción) con Madrid y Baleares. La otra parte noble que atenaza el Govern son los propios casos de presunta financiación irregular, sea el caso Palau o el caso de las ITV, que dan sus primeros pasos.

Por todo ello, la gente percibe que Madrid nos roba y la administración catalana está paralizada. Provocan el mar de fondo activando el instinto de supervivencia e inventando y extendiendo métodos de cooperación elementales que salen del mercado monetarizado. Todo a la vez. Las familias extensas, con sus ahorros, son las nuevas cajas. Las abuelas van rescatando sus ahorros de los bancos oficiales para introducirlos en los circuitos solidarios familiares. Se ponen en marcha asociaciones sin afán de lucro de intercambio de créditos. Proliferan las recuperaciones de huertos urbanos y periurbanos. Los bancos de horas organizados o informales sustituyen la facturación de autónomos. Los profesionales intercambian trabajo por más trabajo y, como que no hay capital, cooperan poniendo en común horas a riesgo. Los más lanzados –o ahogados– votan con los pies y emigran a buscarse la vida lejos de nuestras fronteras. Unos 85.000 este año, la emigración más alta de la península y que recupera récords históricos después de la filoxera o los exilios políticos. Descapitalización monetaria o humana.

En definitiva, por una vía o por otra, en Catalunya se gesta un extenso movimiento informal de desobediencia cívica. Si el Estado nos asfixia, asfixiamos el Estado, puede ser su consigna.