Desigualdades en un mundo que mejora
El mantra de las desigualdades en progresión geométrica ya tiene sus profetas. Pero no estamos a las puertas del apocalipsis. Un grupo de historiadores económicos presentó ante la OCDE un informe sobre los avances a largo plazo del bienestar en buen parte del mundo. Los datos computados no avalan el mantra dramático de la desigualdad.
Como resumen del informe, resulta que, exceptuando el África subsahariana, los países han nivelado entre sí sus economías, haciéndose más iguales según el PIB. En las antípodas del diagnóstico coyuntural post-crisis, este estudio rebobina el decurso de los últimos doscientos años, para llegar a la conclusión de que los salarios del trabajador manual han aumentado significativamente. Eso dejará perplejos a los numerosos lectores de Thomas Pikkety. Ese aumento ha tenido lugar especialmente en Europa Occidental, Australia, Norteamérica el Oriente Medio y en el norte de África.
El punto crucial del diagnóstico parece entrañar una paradoja, pero viene sustentado por la estadística. Este es el punto crucial: la globalización ha incrementado la desigualdad económica en los países analizados pero, entre las naciones, la desigualdad decrece. El matiz tiene su importancia y se basa en indicadores tan heterogéneos como expectativas de vida, ingresos, seguridad, salud y, por ejemplo, logros educativos. Ahí está el título de informe, “¿Cómo era la vida? El bienestar global desde 1820”. Es más: en algunos países el bienestar ha mejorado a pesar del estancamiento del PIB.
Esos grandes horizontes aclaran más las cosas que el mantra de los profetas. En 1820, menos del 20% de la población mundial podía leer y escribir. Ahora estamos en el 80%. Del mismo modo, las expectativas de vida han pasado de los treinta años en 1880 a los setenta en el 2000, como promedio mundial. También se ha visto reducida la desigualdad de oportunidades de la mujer.
No está de más insistir en la aportación fundamental del estudio: sí, más desigualdades internas según los países y menos desigualdad al comparar los países entre sí. No es un dato menor. En el fondo, quienes niegan esta realidad es porque, en uno u otro sentido ideológico, suponen que la capacidad humana para el progreso tiene unos límites.
Lo que ocurre, sin ser un proceso irreversible, es que el impacto de la globalización ha hecho que los salarios de los trabajadores no cualificados decrezcan en los países de economía desarrollada. Puede añadirse que en todo España la crisis ha dejado en el paro a una buena parte de aquellos trabajadores que, por haber abandonado la escuela en busca de los salarios propios de la burbuja inmobiliaria, siguen siendo mano de obra no cualificada, en un país donde la formación profesional es muy incierta, cuando no es que sindicatos y empresarios se ponen de acuerdo para embolsarse los presupuestos del reciclaje profesional.
Sin necesidad de aplaudir las tesis del optimismo racional, hay motivos para poner en duda el mantra de las desigualdades. Y sobre todo el tono de fatalidad. En el balance de la globalización y del paradigma digital, hay elementos para reconocer que –según una tesis de optimismo– la especie humana se ha convertido en una máquina de resolver problemas, y los resuelve por medio del cambio y la invención. Las crisis nos desamparan y la destrucción creativa nos relanza.