Deseos de Malala, un libro y un lápiz. Feliz 2015

El 2014 ha terminado, y teniendo en cuenta que el mundo ha estado soportando crisis tras crisis y revolución después de la revolución de los últimos años, 2014 supuestamente se fue anunciando una ligera recuperación.

Vivimos grandes cambios en un mundo en movimiento. Las perspectivas económicas parecen empeorar en algunos lugares y el anterior centro de gravedad cambia de ubicación. Las relaciones entre las economías ricas e industriales del Norte y los países emergentes del Sur se igualan. Este tsunami de crisis continuas ha abierto numerosas puertas: cambios en la estructura política, nuevas dinámicas entre sociedad civil y poder; por encima del debate sobre si hay una solución mágica. La situación se ha deteriorado, el tiempo es un lujo, los que mandan tendrán que ofrecer soluciones y asumir retos como la gobernanza, la creación de empleo. Una tarea difícil.

Europa seguirá intentando buscar la solución a sus graves problemas económicos, y Grecia podría profundizar la crisis o participar en su solución. La previsión mundial apunta a un crecimiento lento, lo que sugiere que el mundo sigue «atrapado en la dimensión desconocida». Pero más allá de los datos, crisis, el precio petróleo, la bolsa o el cambio del euro en 2014 también el mundo conoció a la pakistaní y musulmana Yalala Yousafzai, la persona más joven en recibir el Nobel de la Paz junto a Kailash Satyarthi, un luchador infatigable contra el tráfico de niños en la India, una plaga que la película Slum dog millionaire nos mostró con sus terribles facetas.

«La única meta de mi vida es que cada niño sea libre de ser un niño». Así describió Malala su objetivo en la vida. Tiene 17 años. A los 12 ya recorría Pakistán para exigir que se permitiera a las niñas ir a la escuela contra la prohibición de los talibanes. En 2012, a los 15 años, fue ametrallada cuando subía a un bus escolar. Sobrevivió casi milagrosamente y continuó su lucha. Los 600.000 dólares que le corresponden por la mitad del premio los dedicará a construir escuelas en Pakistán.
Malala y millones de niños viven en países que se parecen más a las cárceles, donde prevalece la ignorancia, la humillación y el atraso, la pobreza y el analfabetismo, países que acumulan un legado aterrador de tiranía, despotismo y corrupción, se abalanzan sobre los derechos de las niños y jóvenes.

En su discurso al recoger el Nobel hizo muchas preguntas inquietantes. ¿Por qué países que llamamos muy fuertes son tan poderosos a la hora de crear guerras, pero tan débiles para llevar la paz? ¿Por qué dar armas es tan fácil, pero entregar libros tan difícil? ¿Por qué producir tanques resulta tan fácil y construir escuelas tan árduo?

Ella quiere representar a los sonidos del silencio, al llanto de los inocentes, y las caras de los invisibles. Quiere compartir las voces y los sueños de los niños porque todos ellos «son nuestros». Denuncia: «No hay violencia mayor que denegar sus sueños a nuestros niños. Me resisto a aceptar que las fuerzas de la esclavitud puedan ser más fuertes que las demandas de libertad».

Planteó un paralismo: «Vivimos en una época de rápida globalización. Estamos conectados por internet de alta velocidad. Intercambiamos mercancías y servicios en un solo mercado global. Miles de vuelos nos conectan todos los días. Pero hay una seria desconexión, la falta de compasión. Globalicemos la compasión». No dejó ningún lugar a dudas: «Hay niños que son comprados y vendidos como animales». E insistió que el premio «no es solo para mí, es para los chicos olvidados que quieren educación, para los amenazados que quieren paz, para los hoy sin voz que quieren cambios».

La pregunta clave de Malala: ¿Por qué hay tantos países donde los chicos no piden un iPad, un ordenador o nada similar? Piden sólo un libro, un lápiz para escribir. ¿Por qué no podemos dárselos? Debe encontrar una respuesta porque si no luchamos por algo tan básico como un libro o lápiz, si no defendemos los sueños de millones de niños, si no defendemos lo que creemos, si no exigimos esta pequeña libertad de crecer, pronto para estos millones de niños no habrá vida que valga la pena vivirla.

La lucha de Malala es el fin del miedo, la intimidación y la esclavitud, porque no importa el tiempo que dure al final la dignidad y los derechos de los niños que son los nuestros y el futuro se ganan resistiendo y alzando la voz.

Ella sabía que sin esperanza se entrará en un túnel que llevará a muchos niños y jóvenes a la violencia, el suicidio, la depresión y la autodestrucción. Acompaño su deseo de dignidad y libertad con acciones heroicas y una voz audaz fuerte, desafío la muerte, la tortura y la persecución por sentirse libre, leer un libro y tener un lápiz. A pesar de muchos eventos desastrosos, la esperanza de Malala es también la nuestra. Debemos compartir sus deseos y que sus mensajes no permanezcan sin respuesta. Feliz 2015.