Desde fuera se ve mejor la “dejada” de Mas
César Molinas no es de ningún modo un nacionalista catalán. Ni tan siquiera me parece que sea catalanista, a tenor de las reflexiones vertidas en un artículo que publicó en El País en enero de este año: Lo que no se quiere oír sobre Cataluña, donde planteó cuestiones de fondo para argumentar el sin sentido de la reivindicación independentista.
Pero que servidor no comulgue con las opiniones de Molinas, matemático y economista catalán, ex alto cargo del PSOE en Madrid e hijo de Alfredo Molinas, presidente de Fomento entre 1978 y 1994, no quiere decir que no tenga en consideración sus opiniones.
Esta semana, César Molinas dejó escritas en su cuenta de Twitter una serie de observaciones sobre el último movimiento del presidente Artur Mas que tienen su enjundia viniendo de quien vienen. La primera: “Mas ha sido astuto. Rajoy está ante un dilema horrible: tolerar la pseudo-consulta o abortarla por la fuerza. Las dos opciones son malas”.
La segunda: “Mas apunta a la opinión internacional, que no ve diferencia con Escocia. El NYT, el WSJ, The Economist, el LA Times, el FT… piden política”. Tercera: “Si Rajoy tolera la pseudo-consulta y critica la falta de garantías, le responderán que no las tiene porque prohibió la que sí las tenía”. Molinas es sintético pero clarito.
¿Por qué son malas estas dos opciones? Pues, de entrada, porque el nuevo 9N se va a celebrar siguiendo unos artículos de la Ley de Consultas que el gobierno español no ha impugnado. Puede que parezca que el Gobierno de Cataluña improvise, pero no es así. Sus actos responden a la voluntad de Mas de cumplir lo que dijo que haría: consultar a los ciudadanos sin hacerlo ilegalmente.
La nueva propuesta de consulta que sustituye a la prevista en el decreto 129/2014 sitúa al presidente Mariano Rajoy ante ese “dilema horrible” que apunta Molinas. Todas las opciones son malas. Si prohíbe lo que ahora es un proceso de participación, convocado bajo las normas en vigor, arguyendo falta de garantías, se le dirá que la culpa es suya porque prohibió la consulta que sí las tenía y la opinión internacional volverá a la carga contra él. Si lo permite, porque no tiene medio legal para prohibirlo, la caverna nacionalista española se le echará encima.
The New York Times defendía en un editorial del lunes 13 de octubre que el conflicto entre Cataluña y España requiere una “solución política». El rotativo ponía como ejemplo el reciente referéndum en Escocia y los que se celebraron anteriormente en Quebec, sosteniendo que “cuando se permite que la gente tenga un debate abierto y vote democráticamente sobre la autodeterminación, es posible que opten por quedarse en el sistema de gobierno más amplio”.
El rotativo norteamericano era claramente unionista y por ello consideraba que la “dura línea de España con el nacionalismo catalán” demuestra todo lo contrario de lo ocurrido en el Reino Unido: “Si se frustran las ambiciones nacionalistas, acaban por fortalecerse y volverse más apasionadas, siendo potencialmente más peligrosas”. Puede que Molinas vuelva a tener razón cuando en otro tuit decía que como Rajoy no habla idiomas, no entiende lo que le dicen desde fuera, en inglés o catalán da igual, aunque se lo traduzcan.
El nuevo 9N me parece una gran solución por lo que tiene de simbólico y también porque recurre a la base social soberanista para demostrar con otra movilización masiva que este conflicto no se ha acabado. Si las élites no saben resolver el conflicto, la gente las va a forzar a hacerlo. Está cantado que los unionistas militantes no van a acudir a votar el 9N. Tampoco hubiesen acudido a votar en una consulta ilegal. Lo suyo es deslegitimar cualquier opción. La solución democrática, por lo tanto política, está por llegar.
La virtud de la propuesta de Mas, que, todo sea dicho de paso ha provocado el enfado de ERC e ICV-EUiA por motivos más partidistas que patrióticos, es que descoloca al Gobierno de Mariano Rajoy. Su dilema, prohibir o tolerar el nuevo 9N, es harto complicado.
Rajoy, y también el PSOE, cómplice de facto de su inmovilismo, lo tendrían bastante más fácil si prestasen atención a la recomendación final del diario estadounidense: hay espacio para una solución política si se acepta que se está ante un conflicto político y que “algo tan complejo y emocional como la identidad nacional no se puede reducir a una cuestión puramente jurídica”. Desde fuera lo tienen más claro.
El presidente Artur Mas ha sorprendido a todo el mundo con una “dejada” de aquellas que nadie espera y que sólo se utilizan cuando el tenista rival se encuentra muy por detrás del fleje del fondo de la cancha. No es un golpe que se pueda utilizar muchas veces, ya que el objetivo es sorprender al rival, pero de momento le ha servido para ganar el set y sortear la impaciencia de los que quieren marcar el ritmo del proceso a sabiendas de que pueden provocar un desastre.