Desconfinando que es gerundio
Más humildad, menos pretensiones de tapar bocas ajenas para ocultar errores propios y ante todo más flexibilidad y atención al comportamiento del virus
Más que fase tras fase, más que prohibiciones y más prohibiciones, lo que se necesita en estos momentos dada la baja cifra de contagios, es por un lado anunciar la capacidad de test rápidos y por el otro limitarse a limitar las aglomeraciones.
Contra los que pretendían reservar la opinión a los expertos basta la elocuencia de la diversidad de modelos, desde el chino del confinamiento, adoptado por España e Italia, si bien con un enorme retraso, hasta el sueco, que ha consistido en recomendar comportamientos prudentes, y cuenta con menos muertos por habitante que España.
Si lo recuerdan bien, el president Quim Torra no fue el único en anunciar un severísimo rebrote, poco menos que apocalíptico, si el cierre total no se prolongaba otros quince días. Él, sus asesores y quienes veían la catástrofe a la vuelta de la esquina, se equivocaron pero aún es hora de que lo admitan.
Si los científicos yerran ante lo desconocido, bien podemos los pobres mortales arriesgarnos a sacar consecuencias de la realidad comprobada.
Según los efectos de la pandemia, los países del mundo, por lo menos el desarrollado, se dividen en cuatro bloques. En el primero, los países que no han parado la economía y cuentan con un baja cifra de muertos (siempre por habitante, por favor, siempre).
En el segundo, los países que han pagado un alto precio en vidas humanas sin haber parado sus economías. En el tercero, los que han sacrificado la economía confinando pero a cambio han frenado la expansión del virus con una gran eficiencia.
En el aciago furgón de cola los países que, a pesar de haber confinado y perjudicado a sus economías con la mayor severidad, están a la cabeza en número de muertos por habitante. Como saben ustedes bien, España e Italia no están solos en este último lugar.
No por desconfinarnos por fases van a impedir la posible aparición de un segundo brote
De manera que más humildad, menos pretensiones de tapar bocas ajenas para ocultar los errores de la propia y ante todo mucha más flexibilidad y atención al comportamiento del virus a medida que lo vamos conociendo.
A estas alturas, el sistema sanitario ya no está colapsado, la cifra de muertes, ingresados y contagiados sigue bajando a pesar de los pesares de a quien le pese la sensible mejora de los datos.
Incluso el gobierno y sus expertos se han visto gratamente sorprendidos por esta mejora, que se ha producido, hay que insistir, gracias al distanciamiento social, sin disponer de test masivos ni poder por lo tanto efectuar el seguimiento minucioso de los portadores como en Corea del Norte o Alemania.
A la vista, además, del desmadre de ciertos colectivos en la fase 1, procede un giro inmediato: precauciones obligatorias, empezando por las mascarillas y el hidroalcohol por doquier, libertad total de movimientos pero restricciones severas en el número de personas que pueden estar juntas o cerca. Y ni hablar de aglomeraciones.
Si de proteger al rebaño se trataba, ya pueden soltarlo, porque no por desconfinarnos por fases van a impedir la posible aparición de un segundo brote. Pero incluso en este caso, y a diferencia de la gripe letal del 1919, sería mucho menos severo que el primero, que pilló al mundo desprevenido.
Hay que evitar dos tipos de absurdo. El primero se ejemplifica en Barcelona, donde en fase cero se podía cruzar una calle como Riera Blanca, lo que en fase uno está prohibidísimo. Desde luego, no haber previsto y propuesto la unificación las tres zonas sanitarias de la metrópolis es para nota en el ranking de los disparates.
La economía no son solo cifras, la economía es vida
Como disparate es, seguimos en el primer tipo de absurdos, que no se pueda circular entre zonas en la misma fase o acudir a las segundas residencias y en cambio se abra el país al turismo.
En fin, que ni en el peor de los casos el sistema sanitario se volverá a colapsar, ni el país puede permitirse retrasar la vuelta acelerada a la máxima normalidad posible. La economía no son solo cifras, la economía es vida.
El segundo absurdo que debería evitarse es seguir dejando espacio para que la extrema derecha se ampare para sus fines de la única palabra que siempre ha rechazado, o sea la libertad.
La defensa de la libertad exige sacrificios, en primer lugar a quienes gozan de las miles del mando único como si del néctar y la ambrosía de los dioses del Olimpo se tratara.
Señor Pedro Sánchez, si pretende aprovecharse de la mejora de la situación, desconfine a marchas forzadas, limite las prohibiciones a las imprescindibles y conviértase, aunque le cueste, en adalid de las libertades.
No se equivoque ni retrase una vez más el cambio de chip. Ahora la prioridad no es sanitaria sino económica. Y sin libertad de movimientos, con las debidas precauciones, es imposible que la rueda vuelva a girar como antes.