Desconfianza

El mes de enero supuso un varapalo para la recuperación de la confianza, eso que citan los políticos tan a menudo; incluso alguno en primera persona con aquello de «confíen en mí, les irá bien». El dato publicado por el CIS sobre el Índice de Confianza del Consumidor es demoledor: cae más de 8 puntos con relación al de diciembre y vuelve a situarse en valores de 99, similares a los de enero del 2015. Es decir, valores de «suspenso», teniendo en cuenta que este índice se referencia en una escala de 0-200 y, por tanto, es negativo todo lo que esté por debajo de 100.

Dicho de otro modo, el mes de enero supuso la pérdida de todo lo ganado en un año, en el que el índice superó durante muchos meses el valor de 100. Para economistas como Venancio Salcines, Presidente de la Escuela de Finanzas y miembro del Grupo Colmeiro, la confianza se ha convertido «en el principal motor del crecimiento», con lo que la pérdida reflejada en este mes de enero no augura nada bueno para el crecimiento del consumo interno, pilar básico del actual crecimiento económico.

Metroscopia, por su parte, en su último sondeo resalta que el 82% de los españoles piensa que la crisis económica no se ha superado. A este escenario podemos sumar las recientes declaraciones del Nobel Stiglitz, en el foro de Davos: «lo que se le ha hecho a los españoles es un desastre».

Y la constatación de que España es el país más desigual de la OCDE (Oxfam) o el dato del Banco de España de que las familias disponen de la menor cantidad de efectivo desde junio de 2005. Me temo que la lista de indicadores económicos negativos sería demasiado larga, lo que puede explicar, en buena medida, el descenso de la confianza en la economía sufrido en enero.

La desconfianza en la clase política se ha convertido ya en algo permanente. Todos los barómetros reflejan cifras por encima del 80 % y los ciudadanos dan por generalizada la corrupción, la opaca e irregular financiación de los partidos y la conexión sistémica en forma de «crimen organizado» entre algunas grandes empresas y cargos políticos señalados.

Suenan como algo estrambótico los enunciados acerca de la «regeneración ética de la vida pública» y pareciera como que el país lo tiene que fiar todo al trabajo de la policía y de los jueces. Son dos colectivos que, visto lo visto, no tendrán problema de desempleo en los próximos años.

Por su parte el Instituto Internacional de la Prensa lleva algunos años advirtiendo del «alarmante crecimiento de la desconfianza de los ciudadanos respecto a los medios de comunicación». En alguno de sus informes hace referencia, a su vez, a la pérdida de credibilidad en las declaraciones y manifiestos de los políticos, con lo que ya tenemos el círculo cerrado: los periodistas creen que los políticos les engañan, los ciudadanos no creen lo que dicen los medios de comunicación.

El escenario es el de una tormenta perfecta. Descrédito en algunas de las instituciones más relevantes; caída de confianza en la mejora de las expectativas de los consumidores; falta de credibilidad en los medios de comunicación; expertos columnistas tratando de quitar hierro al asunto afirmando que lo que hagamos en España ya no importa, no es relevante si se compara con los miedos e incertidumbres instalados en la economía global y que a los mercados les importa poco que tengamos un Gobierno electo o uno en funciones.

En este arranque de año tan negro -para la mayoría, no para todos- prefiero enmarcar las declaraciones de un comerciante del muelle del pueblo donde nací: «yo a mis clientes les fío y cuando alguno no puede pagarme a fin de mes me deja hecho polvo». Pero, aun así, les fía.