Desafiando la legalidad: visiones del ‘carsharing’
Las huelgas de taxistas acontecidas en diversas ciudades europeas se han convertido en la mayor propaganda gratuita para dar a conocer el carsharing a gran escala.
¿Qué es el carsharing? Englobado dentro de la modalidad de la economía colaborativa, se perfila como un servicio que interconecta a usuarios y pasajeros para compartir vehículo con el fin de dividir gastos (en el caso de BlaBlaCar) o poner a disposición del cliente un vehículo a cambio de un precio (en el caso de Uber o Avancar).
En el entorno económico actual y ante un servicio público, como el taxi, del que mayoritariamente pueden disfrutar las clases medias-altas y muy enfocado a los turistas, no es de extrañar que una nueva modalidad de transporte más económica y competitiva entre en el mercado con tanta fuerza.
Ahora bien, este tipo de carsharing (ya sea realizado por Mercantiles como Uber o Cabify con un claro afán de lucro o por BlaBlaCar, aparentemente, con una finalidad más distributiva y colaborativa) presenta una serie de irregularidades que lo sitúan en un “limbo legal”.
De aquí derivan las protestas del colectivo taxista. Éste, para poder trabajar, precisa estar al día de los permisos y licencias necesarios; en concreto, de la licencia de taxista, que puede adquirirse vía libre mercado, del permiso de circulación BTP, que autoriza al conductor a conducir transportes públicos, del carnet de taxista, que se otorga a aquellos que pasan un examen impartido por el Instituto Metropolitano del Taxi de la tarjeta de transporte, que se tramita a través de la Generalitat y que autoriza al taxista a transportar personas de manera interurbana.
Así pues, en primera instancia, resulta sencillo comprender la indignación del colectivo. Mientras que para ser taxista la carga burocrática es interminable, para ponerse al volante de un carsharing y transportar pasajeros no se requiere nada de ello. La problemática se muestra más latente en las distancias cortas pues es en ese tipo de trayectos donde el taxi puede encontrar una fuerte competencia y rivalidad.
En este ámbito, los elementos distorsionadores y que más afectan al colectivo son los servicios carsharing del tipo Uber o Cabify. Los precios del taxi, elevados por los costes fijos y variables a cubrir, no pueden competir y ser rebajados a los del carsharing, al que no se le exige ningún tipo de condiciones ni tarifa ya fijada a cobrar.
El también mencionado BlaBlaCar, podría mostrarse como competencia en las medias distancias. Sin embargo, en ocasiones los beneficios terminan en los bolsillos de algún individuo que, llenando su vehículo, se dedica a realizar trayectos cobrando un módico precio. A pesar de ello, el colectivo taxista reconoce en BlaBlaCar su objeto de medio más colaborativo, esto es, destinado al reparto de gastos.
Para lograr una perspectiva íntegra y global del problema es igualmente necesario dar a conocer la visión del consumidor. Como ya he mencionado anteriormente, el taxi es un medio de transporte para personas con un nivel de renta medio-alto, pues sus elevadas tarifas no lo ponen al alcance de toda la población. Si a ello le sumamos que la mentalidad de un consumidor, por lo general, siempre se decanta hacia aquello más barato (frente a calidad idéntica o algo menor), no es de extrañar que el carsharing haya logrado entrar con fuerza, posicionarse rápidamente y obtener una cuota en el mercado.
Personalmente, considero que la competencia desleal por parte del carsharing no colaborativo es algo evidente, aunque no es un hecho tan novedoso, pues siempre ha habido particulares que, en negro, se han dedicado al transporte de pasajeros; los denominados taxis pirata. Ciudades como Bruselas ya han comenzado a aplicar medidas contra ello; prohibiendo esta modalidad de carsharing y sancionado con multas de hasta 10.000 euros para aquellos conductores que trasladen a pasajeros.
No obstante, plataformas como BlaBlaCar, donde los usuarios normalmente actúan de forma desinteresada, no pueden considerarse una competencia ni un rival directo a tener en cuenta. Es más, fomentar el uso del transporte privado compartido debería estar en las agendas de políticas públicas de los gobiernos, pues conlleva efectos muy positivos como la reducción de las emisiones de CO2.
Es lícito y comprensible que el colectivo taxista se reivindique, pero la solución, además de centrarse en una regulación del carsharing, sobre todo en cuanto a temas como la responsabilidad civil en caso de siniestro porque están todavía en un limbo, debería pasar también por una eliminación de trabas burocráticas al sector del taxi, una reducción de impuestos y una adaptación a las nuevas tecnologías a través del fomento y la consolidación de las aplicaciones móvil, por ejemplo. Eso sí, debe apostarse siempre por el fomento de precios más competitivos que lograsen alcanzar cuotas de mercado y segmentos poblacionales no cubiertos a día de hoy.