Desactivando JxCat
Laura Borràs simboliza, encarna y representa para JxCat el consuelo independentista de no bajarse los pantalones como hacen sus socios de ERC
JxCat se presenta, en contraste con ERC, como la piedra en el zapato de la gobernabilidad española. Nada más lejos de sus posibilidades. Que los cuatro diputados del partido de Carles Puigdemont voten en contra de los presupuestos más bien beneficia a los socialistas.
Su función en el Congreso consiste en diferenciarse de los republicanos manteniendo una actitud de confrontación y denuncia sistemática, a base de muletillas altisonantes, lo cual no parece por ahora la mejor forma imaginable de confrontación inteligente.
En cualquier caso, la vindicación continua de JxCat es estéril, liviana, testimonial, machacona y cansina como cualquier ritual, invocación o jaculatoria. JxCat pesa cero. Sus escasos votos no cuentan ni para formar ni para evitar mayorías. No añade ni quita nada, salvo unas escasas actuaciones de cara a la galería y a la propia parroquia.
Pocos independentistas, incluso entre las filas de sus votantes, creen que tal actitud contribuya en lo más mínimo a acercar el ansiado día de la independencia. Pero se consuelan considerando que por lo menos no pierden la dignidad bajándose los pantalones como sus socios de Gobierno, por ahora, en la Generalitat. Eso es lo que simboliza, encarna y representa Laura Borràs: un vistoso revoloteo, un narcótico sin néctar.
En Madrid, JxCat es una formación desactivada por completo. No habla con nadie salvo consigo misma. No negocia. No influye ni lo pretende. Está pero como si no estuviera. Su portavoz y ahora candidata aletea durante los muy escasos minutos que le corresponden en la tribuna de oradores pero nadie le hace caso. Nadie replica. En Madrid, sus diatribas caen en el saco roto del vació. No así en Cataluña.
De lo que tratan ahora el resto de fuerzas políticas, empezando por Esquerra y los socialistas, es de desactivarla asimismo en Cataluña. Vistas las cosas en perspectiva, se puede considerar la desactivación de dos maneras o en dos frentes. El de los objetivos, mejor dicho, el objetivo, y el del mando en plaza.
No es probable pero tampoco descartable una nueva victoria de JxCat
En cuanto al primero, el consenso general incluye a no pocos de sus militantes, empezando por el insustancial Damià Calvet, y por eso favorito de Carles Puigdemont, derrotado por goleada, que fija el plazo para conseguir la independencia en una generación. A diferencia de Quim Torra y de Borràs, su prioridad era el buen gobierno (autonómico, claro).
El infortunio y los votantes libran a JxCat de una victoria el 14-F, puesto que el atractivo de la candidata entre sus posibles votantes corre pareja con su incapacidad para tomar decisiones, y menos de gobierno. Su especialidad son las figuras retóricas vacuas y altisonantes del tenor de la siguiente: «Separados somos historia, juntos haremos historia».
Detrás de tan resultona fachada, endebles tablones que horrorizan a quienes la auparon, empezando por Puigdemont. Y encima va por libre. No porque sea indisciplinada sino porque se agarra a lo único que tiene, el don de confeccionar frasecitas, una tras otra, con una aparente convicción y una sonrisa como de niña traviesa. Si le quitan eso, ¿qué le queda? ¿Dónde están su capacidad de análisis, su personalidad política?
Si de algo están convencidos los votantes independentistas es de que un Gobierno de la Generalitat encabezado por uno de sus representantes no va acercar para nada ni una consulta ni la propia independencia. Para ellos es una cuestión meramente simbólica. No efectiva.
Entre los escenarios posibles tras el 14.F, no es probable pero tampoco descartable el de una nueva victoria de JxCat. Pero incluso en este caso no estaríamos ante una repetición de la presente legislatura sino ante una progresiva disolución de las expectativas de desbloqueo del estatus quo. Borràs ostentaría la presidencia pero, incapaz de dirigir una obra de gobierno, se dedicaría a lo suyo que es ir de un lado para otro sin descanso.
Hiperactividad sin dirección. Retórica sin amago de desobediencia. De manera que, aún repitiendo el éxito de los anteriores comicios, JxCat se desactivaría muy de presa como motor de la independencia. La formación que se tiene a si misma como depositaria de las esencias quedaría al descubierto. De supuesta locomotora a revoloteo. Eso no aguanta cuatro años.
JxCat no es una palanca capaz de levantar la losa que pesa sobre el independentismo
Sin embargo, tal escenario no es el más probable. Si Pere Aragonès gana, la vía Puigdemont estaría poco menos que moribunda, ya que ni en el caso de participar como segundona en un hipotético Gobierno de coalición conseguiría que ERC secundara sus gestos, claro está que inocuos.
La travesía del desierto del independentismo puede ser más o menos larga, pero nada indica que mediante una victoria de JxCat se acortara. Lo que sí sucederá si no gana, y más si ni siquiera se alza con el segundo puesto, es que las ilusiones de saltar de oasis en oasis hasta el ingreso en la república prometida se derrumbarían a cámara lenta.
Pero si ganara Borràs, dichas ilusiones se desmoronarían incluso más deprisa. Al fin y al cabo, esta es la principal sino la única conclusión que puede demostrarse al final de la legislatura que agoniza entre la indiferencia general: JxCat no es como pretende una palanca capaz de levantar la losa que pesa sobre el independentismo. Ni mandando ni sin mandar en plaza. Ni gobernando ni revoloteando.